La integración latinoamericana constituyó uno de los sueños de Fidel. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 25/11/2017 | 02:36 am
La palabra utopía representa lo ideal, lo prácticamente imposible de realizar, lo que parece casi ficción en el mundo real. Muchos hombres a lo largo de la historia han sido criticados por soñar que se puede cambiar lo que otros decidieron que era la norma general, por luchar contra el statu quo. Algunos murieron en el intento, y quienes perseveraron abrieron los caminos para hacer viables esos sueños a pesar de las colosales dificultades que encontraron.
A la hora de hablar de los hombres que han sido capaces de romper las reglas por las causas justas, es imprescindible nombrar a Fidel. No obstante, ¿cómo evocarlo sin caer en frases gastadas ni consignas? ¿Cómo abarcarlo todo, cuando más de una vez, él logró lo imposible? La gran pregunta entonces es ¿por qué nunca perdió la fe?
«Si América Latina fuese devorada por el imperio; si nos tragara, como aquella ballena que se tragó al profeta Jonás y no pudo digerirlo, tendría que expulsarla un día, nacería otra vez en nuestro hemisferio»1. Así de inquebrantable era la confianza del Comandante en Jefe en las potencialidades de América Latina frente a la hegemonía imperial de Estados Unidos.
No sin razón, luego del victorioso 1ro. de Enero de 1959, su primer viaje al exterior fue a Venezuela, allí adonde un día también llegó el joven Martí, quien sin quitarse el polvo del camino, ni preguntar por un lugar para dormir o comer, fue en busca de la estatua del Libertador.
Nuestra América en la política exterior cubana
Latinoamérica y el Caribe siempre han sido una prioridad en la política exterior de la Revolución Cubana. Lo fueron —y quedó claro en la II Declaración de La Habana—, cuando con excepción de México, los Gobiernos de entonces dejaron sola a la Isla en un acto de genuflexión frente al imperialismo, que desde ese momento apostó por la fórmula del aislamiento.
Incluso, en 1976, todavía en un contexto de aislamiento, fue plasmada en nuestra Constitución la aspiración bolivariana y martiana de «integrarse con los países de América Latina y del Caribe, liberados de dominaciones externas y de opresiones internas, en una gran comunidad de pueblos hermanados por la tradición histórica y la lucha común contra el colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo, en el mismo empeño de progreso nacional y social».
No obstante, las sucesivas administraciones estadounidenses no tuvieron en cuenta que en la historia cuando una puerta se cierra, siempre queda una hendija por la que se cuelan la luz y el aire; hasta que un día vuelve a abrirse.
A pesar de los intentos de EE. UU. de tapar el sol con un dedo, miles de hombres y mujeres tomaron como bandera el ejemplo de Cuba y emprendieron el camino de la liberación. Fidel nunca dejó solos a los revolucionarios latinoamericanos.
En Nicaragua la gesta fructificó y después de la victoria sandinista, desde nuestras tierras partieron hacia la nación centroamericana maestros, médicos y técnicos de diversas especialidades en apoyo a la construcción de su nueva sociedad.
Luego, por la vía de las urnas, en la década de los años de 1970, llegaron al poder figuras como Salvador Allende, en Chile, y Maurice Bishop, en Granada, con quienes el pueblo cubano y su líder histórico compartieron profunda amistad y respeto. Pero ambos Gobiernos fueron truncados por la desunión de las fuerzas revolucionarias, la violencia de la derecha fascista y la injerencia norteamericana.
Pese a ello Fidel estuvo siempre ahí. Y no desperdició un solo foro internacional para denunciar tales crímenes y prevenir a los demás países sobre los peligros que implicaba el neoliberalismo, como nuevo método colonizador del capitalismo.
El despertar de América Latina
Otro combate frontal librado por Fidel fue el que emprendió contra la asfixiante deuda externa del continente. Así, con la fuerza de su palabra y su acción se fue formando una nueva conciencia progresista que comenzaba a aunar a representantes de partidos políticos de distintas denominaciones, sindicalistas, representantes de movimientos sociales, indigenistas y cristianos, entre otros.
El escenario continental también favoreció el nacimiento de nuevos líderes revolucionarios. Proféticas fueron sus palabras el 7 de octubre de 1988 durante la clausura del 3er. Encuentro Continental de Mujeres:
«(…) este hemisferio lleva adentro la criatura de los cambios, y de los cambios profundos, y esos cambios vendrán con dolor o sin dolor (…) Desde luego, los partos necesitan parteros y los pueblos son los grandes parteros de los cambios».
El atraso provocado por décadas de sangrientas tiranías, gobiernos entreguistas, hambre, miseria, explotación, exclusión y subdesarrollo condujo a un clímax político, que en el caso de Venezuela en 1989 estalló en el llamado «Caracazo».
La represión de que fue víctima el pueblo que protestaba contra el atropello neoliberal resultó una afrenta que intentó ser lavada por una joven generación de militares, seguidores del pensamiento de Simón Bolívar, aunque la acción armada fracasó «por ahora», como dijese entonces Hugo Rafael Chávez Frías.
Cuatro años después ese joven militar salido de la prisión fue recibido en La Habana con honores de Jefe de Estado por el máximo líder de la Revolución Cubana. Fidel siempre supo que aquel joven idealista no era otro caudillo en busca de poder a costa del pueblo ni un títere entreguista de Estados Unidos. De más está hablar sobre la relación entre ambos. Solamente comparada con la de un padre y un hijo, pues el líder cubano depositó en él una confianza sin límites, como si se tratara del continuador de su legado en el continente.
Y le harían compañía en esta cruzada independentista, en las vísperas y primeros años del nuevo siglo, otros jefes de Estado como el sindicalista brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el líder indígena Evo Morales, en Bolivia; Rafael Correa, de Ecuador, y el argentino Néstor Kirchner.
Desde el triunfo de Chávez y del resto de la nueva generación de estadistas, Fidel puso el capital humano creado por la Revolución Cubana al servicio de esos países para contribuir a desbrozar un camino lleno de escollos debido a la constante ofensiva del imperialismo norteamericano, las oligarquías nacionales, las derechas políticas y el poder mediático que las representa. En esas condiciones las luchas de esas naciones serían aún más difíciles.
En paralelo avanzaba la región en materia integracionista. Previamente, en 1991 nacieron las Cumbres Iberoamericanas en México, que fue la primera cita continental sin Estados Unidos, y donde Cuba, sin ceder a los principios enarbolados desde 1959, ocupó asiento junto a sus hermanas latinoamericanas, España y Portugal.
Pero no podía todavía hablarse de verdadera unidad continental. Fue claro Fidel en Guadalajara: «Frente a los grandes grupos que hoy dominan la economía mundial, ¿hay acaso lugar en el futuro para nuestros pueblos sin una América Latina integrada y unida? ¿Es que no seríamos capaces de ver que únicamente unidos podemos discutir con Estados Unidos, con Japón y con Europa? ¿Es que solo cada uno de nosotros puede enfrentar esa colosal tarea? Las grandes potencias económicas no tienen amigos, solo tienen intereses».
Posteriormente surgieron proyectos integracionistas como la Asociación de Estados del Caribe o el nuevo rostro del Mercosur, donde por primera vez se brindó cooperación teniendo en cuenta las asimetrías nacionales. En 2002, Fidel fortaleció la alianza con el Caribe al idear las cumbres Caricom-Cuba, en las que cada cuatro años se reúnen los mandatarios del bloque para analizar temas comunes y fortalecer las relaciones en esta región.
No sería hasta el nacimiento de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), fundada por Fidel y Chávez en La Habana en diciembre de 2004, que pudo verdaderamente hablarse de integración, con su estrategia de complementariedad, solidaridad y cooperación.
El ALBA-TCP (Tratado de Comercio de los Pueblos) constituyó un original y revolucionario aporte a la integración frente al neoliberalismo; y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que vio la luz en 2011, reunió por primera vez a todas las naciones de América Latina y el Caribe como mecanismo de integración que reconoce la unidad en la diversidad y el cual proclamó a la región Zona de Paz.
Unidad: palabra de orden
Fidel sumó a su pensamiento los sueños de los hombres que murieron luchando por liberar el continente latinoamericano; con el triunfo de 1959 Cuba enrumbó hacia el camino de las ideas de Bolívar, Martí, Sucre y San Martín, entre otros próceres.
Desde las primeras horas de la victoria ya el Comandante en Jefe adelantaba, en el discurso pronunciado en Santiago de Cuba, el alentador ejemplo que la Isla significaba para Nuestra América y su confianza en que, a partir de entonces, vendrían momentos de unidad para el continente.
Cada tribuna internacional significó una oportunidad para dialogar con los pueblos: en la tierra del Libertador en el propio 1959 hizo preguntas claves para exhortar a los venezolanos y a Latinoamérica a continuar con el legado de Bolívar. En Nueva York, el 24 de abril del mismo año habló del sentimiento y del dolor de América, reflejados en los problemas comunes de todos los pueblos. La unidad era la palabra de orden, así como la única forma posible de hacernos fuertes, capaces de enfrentar a las fuerzas opresoras.
Fidel sabía que para lograr un futuro diferente para el continente eran necesarios la fe, el aliento y la solidaridad. Él demostró que todas las utopías son posibles…
1 Cien horas con Fidel, Ignacio Ramonet, 2006.