Los caribeños parecemos hechos «contra viento y marea». Pocas cosas nos asustan porque hemos visto (casi) todo y, pese a las vicisitudes y las diferencias, seguimos unidos por el mar que nos baña, nos hace únicos y rige —en gran medida— nuestro destino. Pero pertenecer al Caribe nos ha hecho también de los primeros en sentir los daños del cambio climático.
¿Cuántas veces no lo hemos alertado? ¿Cuántos presidentes, cancilleres o primeros ministros antillanos no han hablado de la vulnerabilidad? El Caribe ya lo sabía: si las aguas crecen, peligran nuestros Estados; si el calor arrecia, las tormentas y huracanes se intensifican.
En la jornada de jueves, el jefe de Gobierno de Antigua y Barbuda, Gaston Browne, repetía que para aquellos que no creen en el cambio climático, la mayor muestra era el desastre que había dejado Irma, uno de los mayores huracanes en lo que va de siglo, en su país.
El año pasado en La Habana, durante la VII Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), Browne había resaltado la vulnerabilidad de la zona ante los peligros y desastres naturales, y abogó por asumir unidos el desarrollo sostenible y la resiliencia ciudadana. Al igual que él, otros muchos dirigentes —sobre todo los insulares— hablaron del tema.
En esa ocasión, William Marlin, el primer ministro de Saint Maarten, otra de las naciones muy afectadas por el actual meteoro, dijo: «La tormenta no se detiene en la frontera y lo que nos divide políticamente no puede dividir los efectos del cambio climático».
No son palabras dichas de manera aislada; el enfrentamiento a las alteraciones medioambientales es postura común de la región, como quedó registrado, por ejemplo, en la Declaración de la pasada reunión de ministros de Relaciones Exteriores Cuba-Caricom, en la cual se hizo énfasis en fortalecer la cooperación dentro de la Comunidad del Caribe y con organismos internacionales para incrementar la adaptación y mitigación ante el cambio climático. En otros escenarios (Celac, OECO, SICA, Naciones Unidas…) también lo hemos dicho.
Pudiera ser que la posición geográfica nos haya jugado una mala pasada o que fuese, como diría Virgilio Piñera, «la maldita circunstancia del agua». Los cierto es que, ante el conocimiento de lo que pueda pasar, los Estados (en especial los pequeños insulares) y su gente se unen, se apoyan en los momentos más difíciles y crean juntos alternativas para salir adelante porque los caribeños, forjados contra viento y marea, entendemos que nadie sabe como nosotros hacerle frente a un ciclón.