Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un ángel en La Habana

Autor:

Alina Perera Robbio

Cuando la conocí ella no tenía alas. O las tenía a la altura de sus seis años; pero era tan pequeña, bella y frágil, que sus alas, traslúcidas y diminutas, se perdían en el aire. Ahora Mónica Marziota tiene más de 20 años, y su aparición reciente (el 28 de noviembre) en el Museo de Bellas Artes, pasadas las diez de la noche, en un concierto compartido con ese trompetista de oro que es Yasek Manzano, me paralizó, después me sacó lágrimas, me puso de pie, me hizo cantar como adolescente; me lanzó en un viaje súbito a una de las mejores temporadas de mi vida.

Mónica, hija de Marziota y de Valdés, salió al escenario con un vestido largo y plateado, con su pelito fino de siempre que ahora es más rubio y que en la noche mágica estaba ataviado con una rosa escarlata.

De pronto me di de bruces con una mujer alta, fibrosa, de cuerpo descomunal (como el de su madre habanera). Salió dando pasos breves que parecían burlarse de la fuerza de gravedad. Lucía regia, con un nerviosismo que me hizo pensar en un unicornio sorprendido por un grupo de curiosos. En su rostro, el armónico de siempre, brillaba una boca roja. Y a pesar de toda esa cascada de imágenes, el milagro estaba por suceder.

Cuando Mónica desplegó su voz para iniciar el concierto de jazz Corazón de Cuba, música de Italia, en el contexto de la Semana de la Cultura Italiana, tuve ante mí un ángel abriendo las alas. No sé si otros las vieron, pero eran enormes, como hojas de finas nervaduras. Eso vi mientras ella cantaba la balada Io che amo solo te, de Sergio Endrigo, o el blues Non gioco piú (que ella cantó después en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional, donde también estuvo el cantante italiano Zucchero Fornaciari), blues con el cual Gianni Ferrio entró en la historia de la música italiana, o el clásico Nel blu dipinto di blu (Volare), de Domenico Modugno, pieza que convirtió a su autor en el primer ganador del Premio Grammy por grabación y canción del año en 1959, sin tener que cantar en idioma inglés.

Acompañada todo el tiempo por el talento de Manzano, y de jóvenes promesas cubanas como las integrantes del cuarteto Musax, Mónica interpretó otras maravillas como El Manisero, de Moisés Simons, uno de los más altos exponentes de nuestra música. Su voz abrazaba en registros tocados por la suavidad y el atrevimiento. Todo cuanto expresaba en italiano, en español o en inglés, daba gusto por su dicción precisa.

Y mientras ella convidaba a piezas tan emotivas como Cinema Paradiso, del compositor italiano Ennio Morricone o Ancora, de Edoardo di Crescenzo, acompañada por el cuarteto Ache’llo, yo volvía a aquella niña del hogar ubicado en la calle Cuba, en La Habana. La veía en su fragilidad extrema, repasando el piano mientras su madre Carmen, mi amiga de tantos años, le acompañaba en aquel esfuerzo.

Escuchaba cantar a la Marziota, y todo el enamoramiento que me embarga por estos días crecía como mar bravo. Y sentía, además, que muchas de mis fantasías de adolescente tomaban cuerpo en su presentación: quise —mis amigos lo saben— haberme puesto un vestido plateado y subirme a una silla alta, en la penumbra, y cantar canciones suaves y dulces.

Ya Mónica, un ángel en La Habana, lo ha hecho por mí. Nunca sabré bien cómo fue que rompió su crisálida esta diva en ciernes que hasta ayer era niña protegida de su madre: madre amada de sus amigos incondicionales, que siempre supo cómo servir un buen té o café sobre su mesa de cubana incansable, profunda, soñadora, con la que yo solía cantar en las tardes de domingo, invitando de vez en cuando a la pequeña Marziota a terciar.

«Y si mañana yo no pudiera volverte a ver/ supón el caso que te olvidaras de mi querer…», me lo ha cantado la Moniquilla en italiano, y así, en un teatro que no alcanzaba a contener toda la sensualidad e impronta cristalina de la intérprete, se produjo un estallido de sentimientos, una alegría que dura hasta hoy, y que sé muy bien no podrá marchitarse: en nuestra memoria, los actos que ofrecen claves sobre el verdadero triunfo de la existencia no se desvanecen.

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