Rafael y las miniaturas, su nuevo mundo de Liliput. Autor: Luis Raúl Vázquez Muñoz Publicado: 21/09/2017 | 05:11 pm
MORÓN, Ciego de Ávila.— Gulliver, el célebre marino de aventuras insólitas creado por el escritor británico Jonathan Swift, intentó regresar a su mundo cuando descubrió que los monarcas de Liliput planeaban deshacerse de él. Sin embargo, a la vuelta de los años, un nuevo Gulliver quiere internarse en el universo de las miniaturas.
«Las figuras grandes se observan sin mucho trabajo; pero con las pequeñas hay que abstraerse. Debes buscar los detalles, ellas no se muestran con facilidad. Por eso me parecen más atractivas», confiesa Rafael Guerra Castellanos, joven moronense de 26 años.
Quien lo ve por las mañanas, montado en su bicicleta por la avenida Tarafa, la vía más céntrica de Morón, no imagina a alguien con un oficio singular. Uno que apenas ha mostrado. Porque para la mayoría de las personas él solo es un obrero fresador de los Talleres Ferroviarios. Sin embargo, para los más íntimos, este joven corpulento tiene otra ocupación.
En la sala de su casa, en la comunidad de Dos Hermanas, a la entrada de la ciudad, Rafael abre una caja de madera. Lentamente extrae unas figuras pequeñas, de color blanco, en las que se perciben los más mínimos detalles. Las presenta a medida que las expone. «Esta es Pilar, la de Los zapaticos de rosa —dice—. Aquí aparece Nené Traviesa, un ciervo, una muchacha en el bosque, el anciano flautista...». Y así surge una galería de seres diminutos, que son alineados en silencio. Con ellas también aparece otra persona: Rafael, el escultor.
El camino más largo
«Parece marfil, ¿verdad? —comenta—. Pues no, es hueso de vaca. El que tiene por las patas delanteras, como si fuera la tibia, no otro. Los demás son demasiado blandos, en cambio ese no. Es resistente y a la misma vez suave. Cuando se pule, adquiere el color de la leche. Lo demás es tiempo: un día o dos para tallar, pero varias semanas —incluso hasta un mes—, para saber qué figura haré».
A su lado se encuentra su hermano Raciel. Son jimaguas y esa es la primera referencia para encontrar su casa: preguntar dónde viven los mellizos de Dos Hermanas. Y al pasar una mata frondosa, con gajos que hacen un túnel, aparece una casita en la que el mediodía invita al silencio o, al menos, a hablar en voz baja.
Así habla Rafael mientras señala a su hermano: «Él también dibuja y talla con facilidad. No lo hace porque le salió el gusto por la electrónica». Raciel replica: «Quien de verdad sabe de eso es él. Yo me fui y él se quedó. Ese tipo de cosas, tallar figuras, a Rafael le sale más rápido y mejor».
El origen de su interés por el arte está en una cadena de desafíos. Primero fue la tornería. Un tío les dijo mientras hacía una pieza en el torno: «Olvídense, ustedes no tienen cabeza para hacer esto». Al poco tiempo los muchachos lo hacían y se iniciaban como fresadores. La misma afirmación se escuchó cuando Rafael mostró su interés por las figuras talladas y, a golpe de persistencia, dio forma a una. Solo que esta vez quedó embrujado.
«Permanecí mirándola y luego quise seguir —confiesa—. Mi suerte estuvo en el Servicio Militar en La Habana. Ni se sabe la cantidad de piezas que hice para los reconocimientos. Un día me enteré que un pintor, Osvaldo Yus, tenía un taller en su casa. Me le aparecí en un pase. Conté mis preocupaciones y dijo: «Antes de esculpir, primero hay que aprender otras cosas». Como una de mis funciones en la Unidad era buscar los periódicos y tenía tiempo, aparecía en su casa los días señalados.
«Yus daba clases en el sótano de su edificio a los muchachos que deseaban matricular en la Academia de San Alejandro. Allí me enseñó a dibujar. También aprendí que para hacer una obra no vale solo la inspiración. Hay que pensarla. Ese es el camino más difícil. Aunque al final, también es el que más se disfruta».
Un viejo de barbas grandes
Una estatuilla mide cerca de diez milímetros. Rafael primero las dibuja. A veces surgen en su imaginación. Otras son figuras que lo atrapan en la calle y se quedan en su cabeza hasta llevarlas al papel y sentir que esos trazos son los que él desea sacar de los huesos.
Entonces se sienta en el portal con la pieza bien pulida. Se olvida del calor, de las personas que preguntan, como una vecina insistente y que ante tantas preguntas lo obliga a decir: «Ya verás, no te preocupes». Son las únicas palabras, sin un gesto de incomodidad. Apenas el dolor de cabeza que evita con unos espejuelos para tallar.
«Me atrapan las líneas —dice—. Las primeras figuras las hice en busca de las formas en movimiento. Tengo una, la de los venados. Pensé cómo se verían ellos en un segundo en el monte. Traté de buscar esa idea. Después fue un viejo flautista de barbas muy grandes. También lo imaginé en el monte, pero lo que más me atraía era tallar ese rostro y las líneas de las barbas».
Por estos días Rafael hojea un libro que le regalaron. Es La Edad de Oro. Se trata de una edición con grabados en grises. Además de a la lectura, algo sobre lo que vuelve una y otra vez es a las figuras. Así, en medio de las historias contadas por José Martí, han aparecido sus personajes en hueso. Pilar, Nené Traviesa, la Muñeca negra. Pronto le tocará el turno a Meñique.
«Creo que será la más difícil de todas —confiesa—. Meñique está en la mano de un gigante con mucha barba. Tallar eso tiene dificultades. Imagínense hacer una figura en miniatura y que a la vez ella sostenga en la mano a otra más pequeña. Encima de eso, los pliegues de la ropa y los rizos de la barba del gigante con su expresión de burla mientras Meñique muestra picardía.
«Esa será la más difícil, aunque la más entrañable será Martí. Con La Edad de Oro me nacieron los impulsos por tallarlo. No sé cómo será. Desconozco si se parecerá a la estatua que está en la Tribuna Antiimperialista. Me han dicho de una foto de él con su hijo. Esa puede ser una opción. Me gustaría mucho esa, pero debo verla primero. No la he hecho todavía y ya le tengo cariño. Mire la cantidad de figuras que he hecho por él. Por eso lo tengo que tallar. Porque todo lo bonito que hay en Cuba se resume en ese nombre: Martí».