Estudiantes universitarios y cadetes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias laboran en el campamento habanero conocido como «de las Tres F»
Esta cosecha posibilita a muchos jóvenes medirse en el esfuerzo y las tareas fuertes, esas que tal vez nunca imaginaron enfrentar
Cuando el reloj del campamento Blas Roca, en el municipio habanero de Artemisa, marca las cinco y cuarenta y cinco de la mañana, se dispara La estafa del babalawo y el «padrino que quita la sal de encima» anuncia la hora de levantarse.
Así comienza el día para los 95 muchachos que permanecen durante quince días en este campamento conocido como «de las Tres F», que en estos momentos alberga a miembros de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), futuros médicos, y a cadetes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), para contribuir todos a la recogida de papa en la campaña de frío.
Para Luis Ramón Díaz es importante que la FEU esté apoyando la recogida de papa, pues les permite participar en una de las tareas de la Revolución. «Accedí a venir porque los estudiantes universitarios tenemos que ser integrales aunque las encomiendas sean difíciles, como esta».
La papa que sale de sus manosEstos jóvenes cadetes o universitarios pasan bajo el sol varias horas del día, con el cuerpo doblado, sudor en su frente, realizando un trabajo que les provoca callos en las manos. Tanto sacrificio es tomado por ellos como escuela, que no tiene que ver son sus futuras profesiones, pero que los enseña para la vida.
«Vine a ayudar en la recogida de papa porque el país lo necesita, debido a los desastres de los últimos ciclones. Esta es la tercera movilización en la que participo y realmente he aprendido a tener más responsabilidad con las cosas; me ayuda a prepararme como hombre trabajador», asegura Lúar Alejandro García, cadete de la Escuela Interarmas de las FAR General Antonio Maceo.
Por su parte la joven Yuset Naranjo, estudiante de Medicina, confiesa participar en la recogida por varias razones; la primera porque Artemisa necesitaba fuerza de trabajo y apoyo para lograr que la presente etapa sea un éxito y así la producción llegue a la gente; la segunda, porque es necesario cumplir para poder exigir. «Como mismo los médicos tienen la disposición para ir a otros países a cumplir misión, para mí venir al campo a recoger papa es una misión».
Ella nunca se había separado tantos días de sus padres, pero reconoce que ha aprendido a valerse por sí misma, a ser un poco más independiente. Una de las cosas más lindas que le ha pasado es conocer gente, pues ha hecho buenas amistades.
«Esta experiencia me ha permitido saber lo que es el esfuerzo, las tareas fuertes, y cómo los agricultores tienen que trabajar bastante para lograr resultados satisfactorios. Para las mujeres se dificulta un poco más, pero siempre se puede», reflexiona.
¿Papas con flores?Las muchachas que trabajan en los terrenos de este campamento de las Tres F constituyen la mayoría del total de movilizados. Ellas trabajan duro, cumplen con su norma personal de 20 sacos diarios los días de «saque», y de 10 los de «resaque», y muchas veces tienen que ayudar a algún rezagado.
Cuenta Luis Ramón que su compañera de recogida, Lisset Vitón, y él hacen tremendo equipo. En la emulación semanal resultó ser «El papero mayor» y ella «La flor de la papa».
Lisset comenta que a ella le gustaría ser ginecóloga y que no le agrada mucho el contacto con la tierra, pero cumple rápidamente porque esa es su labor ahora. Nunca había estado en una recogida de papa, pero para ella las condiciones de vida son buenas. «Una de las cosas que más se me dificulta es el de pie. ¡Alabao! Mucho antes de que salga el sol ya estamos listos para salir al campo y casi todas las comidas las hacemos allí».
Cuando Lídice Acosta termine la universidad le gustaría especializarse en Neurocirugía, porque del cerebro aún quedan muchas cosas por investigar. Sin embargo, hoy se despierta antes de que cante el gallo para salir al campo. Para evitar que se le dañen las manos, que necesita firmes pero delicadas para su labor profesional, se coloca cintas en los dedos.
Asegura que cuando lleva mucho rato en contacto con la tierra la tarea se vuelve más difícil. «A veces se me inflaman los dedos y hace poco hice una alergia terrible; entonces el médico me prohibió usar guantes. La atención primaria es realmente buena. Una vez me intoxiqué y la dieta blanda me la trajeron al campo».
El campamento Blas Roca cuenta con un puesto médico que, según el capitán Pedro Vide, al frente del mismo, alcanzó el primer lugar en la emulación regional. Allí se atienden los casos primarios y hasta se puede ingresar por 24 horas a quien lo necesite.
Una fiestaAunque el trabajo sea duro los jóvenes siempre encuentran tiempo para el disfrute y la recreación. En medio del surco, sobre un camión, en las literas o en las actividades extras que se realizan.
Instituciones como Cultura y el INDER han apoyado diferentes iniciativas, yendo incluso en bicicleta. Comenta el primer teniente Osmel Valencia, político del campamento, que para disfrutar cuando salen del campo «inventamos competencias como A jugar, El come huevo (hacer merengue y ver quién come más) y otras, todas vinculadas a la papa. De esta forma la fiesta se llama Disco papa. El que mejor baile es el Papabailarín, y también elegimos al Papamentiroso, Papachistoso y Papapesao».
El único inconveniente que encuentran es la ausencia de posibilidades de comunicarse, pues el campamento posee un solo teléfono con 250 minutos semanales que apenas alcanza para dar los partes.
Estas son alternativas que han encontrado quienes están al frente de los muchachos para motivar en ellos la emulación constante y promover una mayor productividad.
Para Nelson Cruz, también futuro galeno, el trabajo le resultaba difícil al principio, pero ya se ha adaptado y el tiempo le alcanza hasta para hacer cuentos. «Nos sentamos en los surcos y a veces las hormigas nos acaban a mordidas, pero nos reímos».
Una experincia bonitaA la hora de la merienda descubrimos sentada en el surco a una muchacha que no estudia Medicina, pero que es doctora del alma. Edienis Fernández es trabajadora social de la tarea Revolución Energética y va al campo a cumplir con la agricultura, pues «esa también es una experiencia bonita».
Todos los días un grupo diferente de trabajadores sociales participan junto a los jóvenes estudiantes de Medicina y cadetes, en las labores agrícolas. Ellos vienen igual de madrugada. También les duele la espalda cuando terminan de doblarse para cumplir con su tarea en el surco. Y aún así les queda energía para más.
«Cuando terminamos salimos corriendo para la universidad, pues solo tenemos una hora por medio. Llegamos cansados, realmente muertos. Y más tarde sigo con mis obligaciones de la casa, porque tengo una niña preciosa de cuatro años a la cual atender. Mi esposo me ayuda mucho, pero él también trabaja y colabora con estas recogidas», nos cuenta Edienis mientras muerde un pedazo de pan.
Estos jóvenes saben que se les pide un esfuerzo mayor; que se les exige sacrificio. Ellos cumplen su misión porque consideran que la Revolución ha hecho mucho por ellos, y esta es una forma de contribuir con ella.
«El objetivo de todos los que estamos aquí es ese: ayudar a los otros», apunta Edienis.