El mar no reparó en nada, y a las perceptibles huellas que dejó por doquier se unen otras heridas, las causadas a los objetos relacionados con la memoria. Camagüey, Santa Cruz, La Playa.— La guía telefónica de hojas amarillas se consumía por tanta humedad. La joven de 18 años introdujo sus manos en el lodo y sacó el grueso libro chorreando fango y agua.
Se dejó caer en el piso y de inmediato empezó a limpiar el maltratado libro como si fuera su más preciado tesoro.
Ante mis ojos Yulaima Moisés, algo triste pero a la vez con un sabor de triunfo en su rostro, comenzó a entresacar las fotos de sus quince primaveras.
«Me fui y no me acordé de ellas; cuando entré a la casa no las encontraba, hasta que por fin, después de ir sacando escombros, vi la guía y me regresó el alma al cuerpo», narró Yulaima.
«¿Ves ese otro paquete? Ahí están las de toda la familia. No sé si aún sirvan, pero las iré enjuagando con agua de mar y poniéndolas al sol para recuperar algunas», dijo la muchacha.
Así de triste es el panorama en La Playa. Hombres y mujeres andan recuperando cuanto pueden. «Ahora me tiro al mar, pues allá abajo debe de haber alguna olla para poner a la candela», dijo uno de los vecinos del pueblecito, quien tras pocas horas de «buceo» encontró dos jarros y una olla sin tapa... Con algo de leña comenzó a cocinar.
Ingeniosas iniciativas van surgiendo. Una que ha rebasado los límites es cómo las familias han ido hasta la orilla del mar para lavar ropa y artículos de todo tipo. También están aquellas que, trayendo el agua desde el litoral cubo a cubo, hacen brillar los pisos de sus viviendas.
Los residentes en La Playa no se han cruzado de brazos, y con los restos de sus casas ya componen las facilidades temporales. Mientras JR recorría la franja costera interrumpieron el silencio los gritos lejanos de los niños con uno de los viejos pescadores. «¡Miren las botellas! Estas son casi iguales a las que guardaban mi abuelo y sus amigos en los estantes de sus casas. Ellos contaban que la tienda de vinos se la tragó el ciclón del 32, y nunca más se supo del dueño de la tienda y mucho menos de su vino. Solo quedaron algunas botellas como estas y ahora creo que el mar las devolvió».
Y mientras pasan las horas, no hay historia que no asombre a los visitantes y todavía quedarán por contar otras anécdotas, pues muchos vecinos aún no saben lo que han perdido. «Es tanto el reguero que hay que hasta los pies se hunden en el fango», exclamó Maritza Naranjo, mientras que su esposo Guillermo Fonseca no se explica cómo los muebles que dejó amarrados dentro del cuarto salieron por la puerta de la sala, flotaron como a tres metros de altura y fueron a dar a más de 20 metros de distancia, en los manglares.
Animales asombrososSi los animales pudieran hablar... Solo contaré lo que sus dueños hablan entre sí. El puerquito Chonchi estaba amarrado en su corral. El muy diestro, a pesar de sus cien libras de peso, zafó las cuerdas, salió por entre los barrotes y se pudo salvar sobre unos manglares que quedaron rodeados de palizadas y escombros. «Parecía un perro cuando me vio, pues me conoció al instante. Fíjate que para llegar donde él estaba, tuve que meterme manglar adentro», dijo Maritza recordando también cómo su pequeño pato regresó a los tres días de la tragedia, negro como carbón.
Si de perros fieles y valientes se trata, los de esta zona deben ser los mejores y atrevidos de verdad.
Muñeca, por ejemplo, nadó tanto que, mientras su dueño Diego Cardoso buscaba algunas pertenencias, la encontró en el playazo con las patas inflamadas y ladrando «como una condená».
Insólito también es lo que Yamilet dijo a este diario. «Mi perro Standford sí que “se la comió”. Nos fuimos y con el corre-corre nos olvidamos de él. Estaba amarrado dentro de la casa. Cuando llegamos ya no tenía soga en el cuello y nos recibió vivito y coleando. Mientras estuve evacuada no pude dormir por mi perro y él nos dio una lección de supervivencia».
Mucha solidaridadRopas, enseres, equipos electrodomésticos... todo se orea bajo la luz del sol, cuya salida ha resultado una bendición. A veces la necesidad espanta la alegría, pero a Georgina Chávez no hay mal tiempo que pueda borrarle la sonrisa de la cara: «Me siento como una reina, pues me quedaron las paredes y el piso de la casa. La gente me pregunta por qué me río y yo contesto que porque soy feliz. Tengo donde vivir y eso es más que nada. Ahora espero un techito provisional para en cuanto pueda irme pueblo adentro. Allá quienes se quieran quedar... No se puede vivir cerca del mar. Es como “llover sobre lo mojado”.
«Fíjate —agregó la mujer— que la suerte no se sabe dónde se encuentra. Puse mis cosas en la casa de mampostería y esta se derrumbó completa; y la mía, menos fuerte a la vista, sigue en pie».
La solidaridad entre vecinos, amigos y conocidos es mucha en este sureño paraje. Un tanque bien tapado llegó arrastrado por la marea hasta la casa de Maribel Martín, quien lo guardó hasta que su dueño se enteró y vino sofocado, preocupado por su tanque, dentro del cual guardaba varios de los artículos entregados por la Revolución a cada familia.
El embate de las olas no creyó en placa, mampostería ni en reforzamiento. «Aquí, en la Capitanía del Puerto y Guardafronteras, el mar se llevó una de las construcciones sólidas de placa, las paredes del gimnasio y la perrera», explicó José Miguel, oficial de refuerzo, mientras que un grupo de jóvenes con uniformes verdeolivo recogían escombros en el lugar.
Y la familia Pons compone cuanto puede bajo la bandera de la estrella solitaria que el viejo, dueño de la casa, resguardó. «La llevé conmigo y antes de abrir la puerta la amarré en el techo, para que todo aquel que venga a la playa sepa que no estamos solos», nos dijo «el hombre de la bandera», como ya lo nombran aquí.
También contó cómo el mar destruyó su más preciada reliquia, guardada durante 45 años. «Era un periódico Adelante de 1963. En él se decía que el camaronero timoneado por mí entonces llevaba ayuda a los damnificados por el ciclón Flora en Manzanillo. Nicolás Guillén, el Poeta Nacional, nos acompañó en aquella travesía. ¡Si alguien me regalara otro ejemplar!».
Sirvan entonces estas líneas para afirmar que harían muy feliz al viejo Jaime Pons si alguien lo hiciera reír. «Sería suficiente para vivir a pesar de no tener nada dentro de la casa».
Y mientras cada historia familiar se entreteje en este pueblo de pescadores, los vecinos de la calle Camilo Cienfuegos envían un abrazo a Dariel del Campo, quien cumple misión en la hermana República Bolivariana de Venezuela.
«Estamos bien, Dariel; vivos y trabajando duro por nuestro pueblo», le transmitió la madre, María Isabel.
Todos colaboran con lo que pueden. Un recorrido de JR por el litoral lo ha constatado así, y hasta la pluma con que se escriben estas líneas hará realidad el sueño de muchos de llevar el mensaje de un pueblo que se levanta y que en La Playa de Santa Cruz del Sur no hubo pérdida de vidas humanas.