Idianelys Santillano, investigadora social. Foto: Roberto Suárez
Alejandro es un adolescente de 15 años que vive con sus padres en una familia que puede definirse como «funcional». En el barrio no tienen quejas de él, tampoco en la escuela, y lo ven como un muchacho educado, sin problemas de conducta. Su vida parece normal.Pero ese entorno no es, como parece, un paraíso para él. «En casa hay cosas que me molestan y me hacen sentir mal. Si hago algo que a mi papá o a mi mamá no les gusta, enseguida vienen los reclamos, la mala cara, me reprochan todo lo que han hecho por mí: si llego tarde, si salgo mal en una prueba, o se me rompe algo valioso, si estudio demasiado y entonces no ayudo en la casa...».
Estas situaciones son a veces tan cotidianas que parecen correctas. Sin embargo, hay características que las revelan como manifestaciones clásicas de violencia psicológica en esta etapa de la vida.
No pocos padres, asumen «estribillos» predeterminados como «Así es la adolescencia», «Esto va a pasar en unos años», o «Ahora tengo que ser duro porque así hay que ser en esta etapa», que implican estilos de educación que pueden ser erróneos y conducir a una mayor rebeldía de los adolescentes.
Así afirma Idianelys Santillano, investigadora del Centro de Estudios Sobre la Juventud, quien realizó el estudio Violencia intrafamiliar: una mirada desde la perspectiva adolescente, único trabajo ganador del Premio Nacional de las Brigadas Técnicas Juveniles en las Ciencias Sociales.
Según explicó a JR, uno de los aspectos principales es profundizar y conocer cómo se desarrollan las actitudes violentas en familias aparentemente normales y que parecen «muy funcionales».
Infografía: Abel Alfonso y LAZ. «No lo hicimos pensando en los adolescentes que a primera vista pueden parecer problemáticos o que provienen de hogares disfuncionales, sino en los que viven en aparente calma y felicidad», destacó.
PADRES EN EL ESTRADO
A partir del estudio de 827 adolescentes de diferentes provincias, divididos en grupos (10-14 años y 15-19 años), la investigación se centró en la paradójica situación que suele presentarse entre padres e hijos al principio de la adolescencia, y luego en esa relación que se establece como respuesta a las actitudes asumidas.
El carácter «normal» que pueden tener estos muchachos hace que muchas veces se invisibilicen aspectos que van en contra de un correcto desarrollo: la familia vive en una supuesta normalidad que esconde las contradicciones principales y naturaliza elementos que no lo son.
Para esta pesquisa se consideró la violencia no desde las concepciones más clásicas, que distinguen solo los elementos físicos, sino desde el aspecto psicológico, tan dañino y dramático como el primero, en especial si se trata de adolescentes.
Explica la experta que uno de los resultados que más le sorprendió fue encontrar que un gran número de padres, ante conductas incorrectas de los adolescentes, asumen actitudes violentas como dejar de hacer lo que habitualmente les hacían, recordarles todo lo que se han sacrificado por ellos y fomentar así un sentimiento de culpabilidad, o sencillamente dejar de hablarles.
«Se demostró que en nuestra sociedad existe una amplia gama de comportamientos erróneos en la educación padres-hijos, donde se reproducen relaciones en las que no se escucha a los adolescentes, y muchas veces se conciben espacios de reflexión que en realidad son solo de reproche».
¿EL ESLABÓN PERDIDO?
«El primer error sería pensar en la adolescencia como etapa de génesis y solución del problema», alerta Idianelys, pues llegado ese período ya existe un grupo de mecanismos de reacción que se han ido conformando desde la niñez.
«Los padres deben consolidar desde el mismo momento del nacimiento de los hijos las conductas correctas que asumirán con ellos, proyectar la educación de la forma más diáfana posible y dejar los límites bien claros».
—¿Cómo se definen estos límites?
—Existen familias sobreprotectoras que tienen el supuesto de que, en la medida en que se complace más al muchacho, este será más feliz. Entonces se pierde el límite.
«El joven crece sin saber definir sus necesidades reales y cómo luchar por satisfacerlas. Se crea un déficit desde el punto de vista psicológico que es fácil sobrellevar en la niñez. Pero llegada la adolescencia, al ocurrir una separación de la familia, estos jóvenes no pueden alcanzar sus objetivos en los nuevos círculos de relaciones; entonces se sienten deprimidos, y aparecen manifestaciones de violencia, al ser rechazados».
ROMPIENDO TABÚES
En esta investigación, confiesa la autora, se busca eliminar el mito de que las familias disfuncionales son las únicas que padecen la violencia.
Así Idianelys demostró que, a medida que el adolescente crece, se van agudizando los conflictos:
«Contrario a lo que se piensa, con el desarrollo del sentido propio y maduración de la persona, aumentan los enfrentamientos con la familia. Los varones entre 15 y 19 años resultan los de mayor afectación».
—¿Se puede decir que los jóvenes de hoy son más violentos?
—Nosotros no hemos hecho estudios específicos sobre ello. Nos centramos más en la conducta de los adultos hacia los adolescentes.
«Creo que hay mucha más permisibilidad en la educación y por eso se revelan conductas incorrectas. Las familias están perdiendo los límites que pautan la enseñanza y ello permite que ese sujeto en crecimiento comience a “hacer lo que quiera”.
«Si antes, en el tiempo de nuestras abuelas, estos límites eran demasiado rígidos, ahora muchas veces se pierde el sentido de lo más correcto, en la medida en que la familia intenta aplicar patrones de conducta de una sociedad con “más libertades” de actitud».
—¿Cómo podría perfilarse entonces una educación lo más diáfana posible?
—Primeramente, no se trata de imponer o eliminar los límites de conducta, sino de hacerlos flexibles, de manera que los padres, al ser comprensivos, no pasen por alto actitudes erróneas de los hijos, o las asuman como algo normal en el siglo XXI. Deben relacionarse más con ellos, y a su vez mantener las pautas básicas de educación formal.
«En el caso de la familia cubana, que en ocasiones tiende a ser muy controladora, le cuesta mucho lograr el punto medio. Es difícil flexibilizarse sin ser considerados “malos padres”, y ser rígidos sin tener luego sentimientos de culpa».
—¿Qué debe cambiar la familia cubana y qué debe mantener de sus tradicionales métodos educativos?
—Debe conservar ese deseo de que los pequeños sean felices. Pero en ese propósito de hacer crecer a una persona de bien, la familia debe quitarse culpas, pues constantemente se está cuestionando su funcionalidad, y ve la solución en satisfacer en todo a los adolescentes.
«Los padres cubanos deben aprender a reconocer las necesidades reales de sus hijos, pues muchas veces los colman de cosas que creen necesarias, para ofrecer una imagen que consideran correcta.
«Satisfacer constantemente antojos de golosinas o de algún juguete, hace que los hijos sean muy dependientes y cuando en determinados momentos no se les puede dar lo que quieren, entonces sufren. Ello desarrolla en el adolescente una inseguridad e inconformidad en relación con todo lo que no tiene, porque está acostumbrado a tener».