La tecla del duende
Para un polémico artículo sobre la celebración por nuestros predios de Halloween, el ensayista y narrador espirituano Antonio Rodríguez Salvador trazó fragmentos de una reflexión iluminadora. Comparto algunos. Iniciemos desde el «más acá» el 2018.
Alguna vez he dicho que la Autopista Nacional, la única de largo aliento que tenemos en Cuba, empieza en Taguasco y termina en La Habana. No confundo las jerarquías: si el tamaño de los pueblos se midiese por el grado de relación emotiva entre sus habitantes, un taguasquense medio suele conocer a muchas más personas en Taguasco, que un habanero en La Habana.
Y digo Conocer —así con mayúscula. Saber de cualquier paisano su nombre y apellidos, y el de los padres, y el de los primos; y dónde estudió, y cómo se llamaba la primera novia que tuvo.
En las grandes ciudades, las vidas suelen ir por dimensiones paralelas: cada persona viaja en su ruta como por un laberinto de cristal, donde se puede ver al vecino, pero acaso distorsionado; ajeno de la intimidad. Hay algo en las grandes ciudades que difumina al individuo; lo empaña y lo hermetiza; lo torna extraño para el semejante. En La Habana, por ejemplo, pareciese que hay un solo chofer de guaguas: ese alguien que en realidad percibimos como un algo, como una cosa. (...)
En cambio, palabras como «usuario», «transeúnte», «pasajero» y demás bloques lingüísticos que cosifican al prójimo o lo reducen a un cometido, son impensables en los pueblos pequeños. En Taguasco no solo hay como 20 o 30 guagüeros, sino que quien está comprando en la tienda es Javier, la que viene por la acera es Tamara, y quien montó en la guagua es Analía.
Exagero, naturalmente… pero no tanto. Las grandes ciudades tienen la virtud de ser cosmopolitas: puertas abiertas al mundo, mirada hacia delante, carrera en busca de la modernidad, expansión y síntesis del pensamiento (...).
Los pueblos pequeños, entretanto, son sustancia del mito, guardianes y carácter de la tradición; suerte de «anticuerpos» para prevenir invasiones culturales incompatibles. Ni Buenos Aires ni Ciudad México ni La Habana podrían encarnar el espíritu de todo un continente. Sin embargo, esto puede hacerlo Macondo. «Si quieres ser universal, pinta tu aldea», recomendaba Tolstoi. Quiero decir, para ser cosmopolita y mirar afuera, primero hay que ser universal y vernos por dentro. La cultura que somos es sobre todo el mito que somos: un «más allá» erigido sobre cierto «más acá» de costumbres y tradiciones consustanciales.
Peña habanera este sábado, 2:00 p.m., Fragua martiana. Tema: planes de estreno.