La tecla del duende
La vida nos hace a diario guiños inolvidables. Hoy quiero compartir con los lectores esta historia personal:
Llegaron casi juntas a nuestra casa. Una, arrebatada a la muerte cuando apenas contaba días de nacida y no sabía ni mojarse bien los bigotes en leche; la otra, comprada a los vecinos en la mejor inversión que hemos hecho jamás para la felicidad de la familia. Juntas crecieron. Juntas retozaron con la comida y exigieron se la cambiaran cada vez que no les apetecía. Juntas duermen cada noche, en una amplísima cama solo para ellas.
Siti es la más adulta y responsable. Negra de las orejas al extremo del rabo, con ella todo resulta distante, profesional, diríamos. Cazadora temida por ratones, lagartijas y gorriones, sabe que además tiene su cuota extra de pescado cada vez que mi hermano o algún amigo van a lanzar las pitas. Y así lo exige firme y respetuosamente.
Entra y sale de la casa cuando le parece, y aunque hemos intentado aconsejarla en cuestiones sexuales, ya ha tenido sus tres partos, con saldo de seis gaticos y siempre los cuida primorosamente hasta que, una vez crecidos, las estrecheses del hogar obligan a regalarlos a buenas manos.
Su último entretenimiento es la secadora de pelo. Algo extraño siente en el ronroneo de ese animal metálico que, una vez encendido, se sienta a mirarlo fijamente y hasta que no se apaga, no cambia de asunto. No dudo que cualquier día nos la encontremos acicalándose con ella para algún nuevo romance.
Manchi es la niña de la casa. Bola de pelos temerosa y juguetona, su alegría al ver que llega algún integrante del hogar es tanta, que comienza a dar ladridos y volteretas, y a subirse en los muebles, y a avisarles a todos que arribó uno de los de ella, hasta que termina por orinarse.
Se ganó el nombre por unas manchitas pardas que tuvo de pequeña, pero con el tiempo la pelambre se uniformó en un blanco amarillento, a veces algo descuidado, que hasta le intenta tapar sus ojotes de buenaza. Rara vez sale del cercado, pero cuando lo hace, va pintiparada, con unos saltos de elegancia como para dejar hociquiabiertos a los perros de la zona.
Aunque de vez en cuando se «alborota» un poco, amorosamente hablando, nunca ha llegado a «descomponerse». Tal vez porque Toby, el único jovenzuelo de su edad con el que la vemos a gusto, no acaba de saltar a «los asuntos» y lo único que hace cuando la ve es corretear; y revolcarse con ella hasta el cansancio.
Paradójicamente, la cobardía de Manchi solo desaparece al grito de «¡Gato!!!!!». Como si no aceptara dentro de su perímetro otra presencia felina que no fuese la de Siti, su hermana negra. De hecho, tal vez los hijos de Siti la recuerden en el mañana como la tía risueña que más los malcrió cuando su mamá intentaba ponerles fundamento.
Bella Durmiente: He dejado caer una lágrima al mar, cuando la encuentres te dejaré de amar. Tu Tutor