Los que soñamos por la oreja
Durante años no fui devoto de la obra del guitarrista sudafricano Trevor Rabin. Cuando en 1983 él se incorporó a la nómina de Yes y le cambió el estilo con la publicación del álbum 90125, me pareció que aquello era un pecado de lesa humanidad. Acostumbrado como yo estaba a los trabajos anteriores de la agrupación y al modo de Steve Howe en la guitarra, piezas al corte de Owner of a lonely heart, composición de Rabin que hizo gozar a Yes de una popularidad nunca antes ni después alcanzada por la banda al transformar su sonoridad de la de un grupo de rock sinfónico a la de uno de pop rock, tenían una intención comercial que en su momento me pareció abominable.
De la etapa en la que Trevor permaneció en Yes y asumió las riendas del colectivo (1983-1995), uno de los pocos fonogramas del ensemble que me despertó algún interés fue Talk, publicado en 1994 y donde se retoman elementos del rock progresivo. En el propio lapso de tiempo, Rabin editó varios álbumes como guitarrista solista, entre los cuales el que más captó mi atención fue Can’t look away (1989). En dichos materiales, prevalecía un guitarreo duro y potente, con muchos de los códigos del metal y caracterizado por pesados riffs, así como por los típicos solos de la época, en la línea de Eddie Van Halen.
Tras su salida de Yes, Trevor se dedicó a escribir música para cine y es cuando empiezo a prestarle atención a su quehacer, no ya como multiinstrumentista sino como compositor, hacedor de llamativas bandas sonoras al corte de la llevada a cabo por él para el filme Armageddon. Tras años de asumir solo esa clase de labor, en 2012 edita su quinta producción fonográfica, denominada Jacaranda.
Este trabajo no guarda relación con los anteriores registrados por el músico sudafricano y representa la madurez del artista. Es una verdadera ironía que sea justo ahora cuando Trevor Rabin se nos aparezca con un fonograma signado por una sonoridad muy parecida a la que hiciera Yes en los años 70, y con una propuesta guitarrística que nada tiene que envidiarle a la de los grandes virtuosos del instrumento. La variedad de estilos y técnicas de las que él hace gala al ejecutar disímiles guitarras, la emotividad y buen gusto de cada una de las composiciones aquí registradas, así como la total soltura que evidencia como instrumentista al moverse por diferentes géneros, hacen que el CD sea, sencilla y llanamente, una joya.
El disco abre con Spider boogie, intro de menos de un minuto, pero en la que Trevor se luce desde un par de guitarras en diálogo de frases muy contrastantes. Sigue a continuación Market street, uno de mis cortes favoritos de la grabación y en el que, en compañía del afamado baterista Vinnie Colaiuta, disfrutamos de una muestra del mejor rock progresivo de cualquier época. Llega entonces la pieza Anerley road, de singular belleza en su línea melódica y contentiva de un solo de la bajista australiana Tal Wilkenfeld, que impregna aliento jazzístico al tema.
En el caso de Through the tunnel, de nuevo con la intervención de Vinnie Colaiuta, nos encontramos con una muy atinada alquimia entre pasajes muy progresivos (sobre todo por el uso de arpegios guitarrísticos y del piano acompañante) y otros de un fuerte sabor a jazz roquero, con acordes saturados por las distorsiones. Otra composición deliciosa es The branch office, en la que Trevor se destaca desde las guitarras y los teclados, con el enérgico respaldo de su hijo Ryan desde el drum.
Como pequeña maravilla de atmósfera clásica puede catalogarse Rescue, en la que brilla el desempeño vocal de Liz Constintine. En la línea de poner el énfasis en la composición más que en la ejecución aparece Killarney 1 & 2, con protagonismo del piano, en una primera parte al estilo de Debussy y una segunda (a dúo con la guitarra) en los aires de Bach.
Los ecos del jazz reaparecen en la intro de la breve pero impactante Storks Bill geranium waltz, que da paso a Me and my boy, el corte más hard roquero del álbum. Por su parte, Freethought vuelve a los senderos del jazz, mientras que Zoo lake retoma el rock progresivo como patrón. Así, llegamos a Gazania, coda perfecta para concluir un disco emotivo y esencial, recomendable no solo para guitarristas sino para todo amante de la buena música de nuestros días.