Lecturas
Mal Tiempo fue una de las batallas más gloriosas de nuestra Guerra de Independencia. En unos quince minutos que fue, en lo esencial, lo que demoró el combate, las tropas mambisas al mando de Máximo Gómez, general en jefe del Ejército Libertador, y Antonio Maceo, su lugarteniente general, destrozaron la columna enemiga que incluía dos compañías del Regimiento Bailén, otras dos del Regimiento de Canarias y una sección de caballería del Regimiento de la Montesa, unos 550 hombres en total, a los que se sumaba un escuadrón del Regimiento de Treviño y otra columna que, aunque no participó directamente en acción, sostuvo escaramuzas con las fuerzas cubanas.
Era el 15 de diciembre de 1895, hace ahora 128 años. En el escenario del combate, en las cercanías del caserío de Mal Tiempo, a unos tres kilómetros del sudoeste de Cruces, en la región central de la Isla, los españoles sufrían más de 300 bajas, de ellas, 147 mortales, en tanto que los cubanos reportaban cuatro muertos y 42 heridos y se hacían de un cuantioso botín. Quedaron en manos de los mambises 150 fusiles Máuser, 60 Remington y seis cajas de municiones. El trofeo comprendió asimismo la bandera enemiga, el archivo, el botiquín, mulas y caballos. Una victoria en toda la línea, de las más trascendentes de las huestes insurrectas.
No habían sido fáciles los días precedentes. En las lomas del Quirro conversan los dos jefes. Gómez está satisfecho. Comenta que su tropa consiguió ya su principal objetivo: que los españoles se le pongan detrás, de manera que «en vez de detenernos, nos empujan». Esboza a Maceo su estrategia: rebasar al enemigo que asome por los flancos y dejarlo atrás acosado por las guerrillas, pero «arrollar al que nos salga de frente, sin tener en cuenta su número».
El 13 de diciembre acampa la tropa mambisa a dos leguas del Hoyo de Manicaragua y el 14 hace noche en Las Lomitas. El 15 se pone en movimiento temprano en la mañana y avanza hacia una zona peligrosa que los españoles llaman la ratonera porque, piensan, sucumbirían allí todos los invasores. Maceo marcha al frente de la vanguardia, y Gómez va al centro de la tropa en animada plática con el entonces comandante Enrique Loynaz del Castillo y el mayor general Serafín Sánchez, inspector general del Ejército Libertador.
La exploración mambisa se mantiene activa, pues se sabe de los refuerzos que el enemigo ha recibido en esos días por Cienfuegos. Queman los insurrectos los cañaverales a medida que los rebasan…
Está ya a vista del ingenio, cuando Gómez detiene su caballo, Teresa. Un golpe de intuición le anuncia la cercanía del enemigo. Es como si de pronto hubiera escuchado el canto del «judío» que con su piar avisa del peligro en la manigua. Dice a Serafín: «Me está pareciendo que va a ser inevitable un combate, y grande; quizás por aquí mismo».
Un par exploradores conducen a su presencia a dos jóvenes campesinos que dicen que los españoles se acercan por el camino de Mal Tiempo. Corre Gómez hacia Maceo. Ordena al jefe de la extrema vanguardia que, sin disparar un solo tiro, cargue contra el enemigo en cuanto lo divise, «que detrás vamos nosotros». Sonríe Maceo y comenta: «Entró la nave en alta mar».
No puede el jefe de la vanguardia cumplir la orden de Gómez, pues el enemigo, protegido por los cañaverales, dispara sin cesar. Maceo, al galope —su caballo moro parece que no toca tierra— se acerca a las líneas enemigas y Gómez, «clavado en la montura», cabalga delante de sus jinetes, mientras el clarín toca a degüello, y, antes que Maceo, se adentra, con sus ayudantes y la escolta, en el cuadro enemigo, macheteando a los que encuentra a su paso. Llega Maceo, a quien una zanja profunda y una cerca de alambres, demoraron la marcha. Debe enfrentarse a una muralla de bayonetas que sin parar dispara, sobre su tropa. No se detiene la caballería mambisa; cargan los hombres mientras gritan enardecidos «¡Arriba Oriente! ¡Viva Maceo!».
Apenas han transcurrido quince minutos de combate y el enemigo, destrozado, se desmoraliza. Secciones completas caen junto con sus jefes y muy pocos consiguen escapar, hasta el punto que las dos compañías son prácticamente aniquiladas. Los que no huyeron parecen entregarse mansamente a la muerte, paralizados por el terror que le infunden las cargas al machete de la caballería. Los de Canarias, que integraban la retaguardia, pudieron ponerse a salvo al atravesar el río. Hasta allí no llegaron los cubanos porque la orden era la de proseguir la marcha hacia occidente, y Maceo organizó la columna.
Poco después llega a Mal Tiempo el refuerzo español y se encamina a la finca donde se agruparon los sobrevivientes del combate. Allí se improvisa una columna de jinetes a la que se suman los infantes de Canarias que conservan sus armas; unos 200 hombres en total que avanzan hacia el lugar donde ocurrió el combate con ánimo de efectuar un reconocimiento.
Vadean el río y no demoran en toparse con la retaguardia de la columna mambisa que había retomado su marcha, pero los cubanos, que a esa altura desisten del combate formal, se conforman con hostilizar al enemigo, que debe soportar, sin embargo, el acoso de la reducida caballería cienfueguera que lo obliga a una penosa retirada.
Vuelven a insistir los españoles. Llegan esta vez en tren, pero cargados por Gómez se refugian en el ingenio Teresa mientras que el caudillo —tiene ya 60 años— ordena dar candela a los vagones. Ha terminado la batalla de Mal Tiempo. A esa altura, Maceo continuaba la marcha invasora y Gómez le cubría la retaguardia. Se reunirían de nuevo, a las diez de la noche.
El capitán general Arsenio Martínez Campos, mal informado por sus generales que convertían en victoria fugaces combates de retaguardia y aludían a un ejército mambí desmoralizado y fugitivo, dividió sus columnas en secciones de 500 o 600 combatientes y las dispersó por el escenario que debían atravesar los insurrectos. Grave error; todas fueron arrolladas por los mambises.
Después de Mal Tiempo tuvo el jefe español que reconcentrar sus fuerzas en grandes columnas, menos eficaces y con menos capacidad de movimiento, para perseguir a la gran columna mambisa, y en esa campaña tuvo siempre Gómez la iniciativa. Podían las columnas dividirse en secciones. Él, concentrado, las atacaba.
Escribe el general de división José Miró Argenter en sus Crónicas de la guerra:
«En Mal Tiempo fue Gómez el héroe de la jornada, con sus dos caballos muertos. Por los flancos la carnicería ha sido tremenda. Gómez, brioso y enardecido, como en Palo Seco, ha roto el más fuerte núcleo de los españoles, siendo el primero en abrir boquete».
En Mal Tiempo sale el Generalísimo del centro de las filas mambisas hecho una tromba, blandiendo el machete, inspirando la carga, escriben sus biógrafos. La celeridad y la audacia de su embestida provienen de su sicología instintiva para el ataque, como revela su comentario posterior: «Yo sabía que eran quintos (reclutas) y no podían resistir nuestra carga al machete».
Después de Mal Tiempo, Máximo Gómez y Antonio Maceo cayeron sobre Matanzas, emporio entonces de la riqueza azucarera de la Isla, y Martínez Campos, preocupadísimo con la protección de esas riquezas, asistió impotente, tras la batalla de Coliseo, el 23 de diciembre, a la marcha sin estorbo de la Invasión.
Fue Coliseo una acción de poca importancia desde el punto de vista militar, pero de alta significación política, pues los 2 500 efectivos mandados personalmente por el propio Martínez Campos fueron incapaces de detener la marcha invasora, lo que ocasionó una conmoción enorme en Cuba y en España, y propició que el máximo jefe español, convencido de su fracaso como militar y como político, presentara la renuncia irrevocable a su alto mando.
Fuentes: textos de Aparicio, Santovenia, Souza e Isa-Lluberes. Diccionario enciclopédico de historia militar de Cuba, t.2.