Lecturas
Frank País sale de la casa donde se oculta con la intención de burlar el cerco tendido por efectivos de la Policía Nacional, el Ejército, la Marina de Guerra y el Servicio de Inteligencia Militar, todos bajo las órdenes del teniente coronel José Ma. Salas Cañizares, apodado «Masacre» por sus crímenes. Lo acompaña Raúl Pujols, a quien el Movimiento 26 de Julio confiara la protección de Frank. Deja en la vivienda documentos que no podían caer en manos de la Policía y también su ametralladora, pero porta su pistola. Antes se había rehusado a irse en el automóvil que sacó del lugar a una representación del Movimiento llegada desde la ciudad de Guantánamo y con la que se reuniera, e inmutable, prefirió irse a pie.
Los guardias registran casa por casa, pero Frank y Pujolss logran burlar el cerco. De pronto alguien grita: ¡Detengan a esos dos! Se forma un gran revuelo. Pujolss explica que se trata de un empleado de su ferretería, pero a Frank le ocupan la pistola. Llega Salas Cañizares y, aun sin saber quién es el detenido, lo meten junto a Pujolss en una perseguidora. Se acerca Luis Mariano Randich, un negro que fue compañero de estudios de Frank y que ahora figura en los tenebrosos cuerpos represivos de la dictadura. Randich sabe bien quién es el detenido. «Coronel, exclama, este es Frank País».
Lo sacan de la perseguidora y le quitan las gafas oscuras. Randich lo abofetea. A Frank y a Pujols les zafan los pantalones para que no puedan huir y, a empujones, los meten en el portal de una casa y continúan golpeándolos hasta que los empujan hasta el Callejón del Muro. Allí, Salas Cañizares dispara sobre ellos, pero falla. Uno de sus hombres, a quien apodan Mano Negra, se encarga del resto, y Salas ordena que todos los esbirros presentes disparen sobre los cadáveres.
La reacción del pueblo es espontánea. Es el 30 de julio de 1957, la noticia corre de boca en boca por todo Santiago de Cuba y la gente comienza a acudir al lugar de los hechos, en el Callejón del Muro. Sobre el asfalto, rodeado de un montón de esbirros uniformados, yace Frank País García, un maestro bautista de 22 de años de edad, jefe nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio y principal organizador del levantamiento popular de Santiago el 30 de noviembre de 1956, en apoyo al desembarco del Granma. Cerca está tendido Raúl Pujols.
Llega doña Rosario, la madre de Frank, y muy serena pide que se le permita acercarse al cadáver de su hijo. Se lo impiden. La novia no puede contener el llanto. «No, dice doña Rosario, que nadie nos vea llorar».
Doña Rosario, que luego de reclamar el cadáver en el necrocomio lavó y taponeó sus heridas, diría que su hijo presentaba treinta y tantos balazos en el cuerpo. Un testigo habló de 22. Más de 50 dijo el forense.
Vestido de verde olivo y con grados de coronel, graduación que no existía en el Ejército Rebelde, Frank es velado en casa de su novia, a fin de que el entierro en su tránsito hacia el cementerio Santa Ifigenia pase por la mayor parte de la ciudad y se convierta en un acto de agitación y combate. Es una manifestación de todo el pueblo. Cierran las escuelas y los centros de trabajo, no hay fuerzas públicas en la calle… Es una ciudad tomada por su población. Los que no van al entierro tiran flores a su paso y se da el caso insólito del grupo de la Marina de Guerra que espera el cortejo y se cuadra a su paso… Son los marinos que participarán en la acción del 5 de septiembre en Cienfuegos.
Dice Vilma Espín, su cercana compañera de lucha: «La ciudad entera se quedó vacía mientras se acumulaban más de 20 cuadras en apretada masa… Ese día Frank ganó la más grande de sus batallas… Me hice la idea de que sonreía».
«Salas Cañizares fue el asesino de mi hijo Frank, dígole al Juez Especial. Y aquí fue cuando el Juez me preguntó si estaba dispuesta a sostener lo que decía delante de Salas Cañizares. ¡Como no! respondí, y al instante hicieron entrar a la cobarde hiena. El Juez Especial le informó lo que yo había dicho y el asesino dijo que era mentira, que cuando había llegado ya la Marina había matado a mi hijo, que además Frank era buscado por la justicia y que era un gánster que usaba el nombre de un conocido comunista.
«Yo lo escuché tranquilamente, y cuando terminó me preguntaron si tenía algo que decir y dije entonces: Señor Salas Cañizares —¡qué iba a decirle coronel!—, en primer lugar, usted ha jurado decir la verdad y no sabe lo que significa esa palabra; en segundo lugar, ha hablado de justicia, y yo pregunto al Juez si es su justicia la que impera. Aquí Salas Cañizares intentó interrumpirme, pero no lo dejé, diciéndole: Yo lo he escuchado a usted y usted tiene que escucharme a mí. Y proseguí: En tercer lugar, ha dicho que mi hijo era un gánster, ¡a los gánsteres no los sigue el pueblo! En cuarto lugar, dice que mi hijo era buscado por comunista; yo sé bien que no lo buscaban por ladrón, por borracho o por vicioso. Y, en quinto lugar, usted es un asesino que en un solo mes ha asesinado a mis dos hijos».
«Forjó su recia personalidad de soldado y de jefe cumpliendo él mismo las misiones más arriesgadas y difíciles. Podía exigir así por el cumplimiento de sus órdenes», asevera Eduardo Yasells, que fue su condiscípulo en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago y su compañero en la lucha contra Batista. Añade el también Premio Nacional de Periodismo: «Había que acatarlo porque persuadía e infundía respeto».
Los días postreros de su vida, fueron para Frank —nacido el 7 de diciembre de 1934— de una actividad incansable. El 15 de marzo de 1957 pudo abandonar la cárcel de Boniato, donde pasó recluido varios meses, al quedar en libertad por falta de pruebas en el juicio que se le siguió por los sucesos del 30 de noviembre. Desde la prisión no cesó de orientar las tareas del Movimiento y el mismo día de su liberación, ya con el seudónimo de David, comunica sus inquietudes a los dirigentes de la organización. Analiza por otra parte la situación nacional, insiste en que falta la unidad necesaria, dice que la resistencia cívica debe activarse y que se soslaya la significación de los obreros en la lucha. A partir de ahí se dedica por entero a la restructuración del 26 de Julio, y labora en la organización de la resistencia cívica, el sector obrero y las milicias clandestinas.
Quiere sentar las bases para una retaguardia sólida que apoye al ejército guerrillero naciente. Sube a la Sierra Maestra con el primer destacamento de refuerzo en hombres y armas, y trata de crear un segundo frente de guerra, que alivie la presión sobre el frente de Fidel.
El 30 de junio sufre dos golpes demoledores. El asesinato de su hermano Josué y la delación que pone en mano de las fuerzas represivas los detalles para la creación del segundo frente.
Aún tiene tiempo para escribir un poema a la memoria de su hermano, pero ya se le acosa sin tregua. Vive en una clandestinidad rigurosa, se ve obligado a cambiar continuamente de escondite. Durante su última semana de vida debe mudarse cuatro veces hasta que encuentra refugio en la casa de Raúl Pujols, sitio a esas alturas totalmente «quemado», y que carece de salida apropiada en caso de emergencia. Ya no es David. Ahora es Cristian.
Escribe a Fidel: «… Todas las cosas tan detalladamente planeadas, tan bien distribuidas, todas salieron mal, todas fallaron, una tras otra venían las malas noticias hasta parecer que nunca terminarían. El segundo frente… fue abortado… aquí perdimos tres compañeros más… que prefirieron morir peleando antes de dejarse detener, entre ellos el más pequeño que me ha dejado un vacío en el pecho y un dolor muy mío en el alma».
Al enterarse del asesinato de Frank País, escribe Fidel: «No puedo expresarte la amargura, la indignación, el dolor infinito que nos embarga. ¡Qué bárbaros! Lo cazaron en la calle cobardemente valiéndose de todas las ventajas que disfrutan para perseguir a un luchador clandestino. ¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado…».