Lecturas
Creo que todos los que tienen en Cuba edad suficiente para ello recuerdan cómo supieron de la fuga de Batista. El escribidor, con diez años cumplidos entonces, tiene vivo ese detalle, al igual que guarda memoria de otros acontecimientos de aquellos días iniciales de la Revolución: el llamado de Fidel a la huelga general; la componenda del general Cantillo para garantizar el batistato sin Batista; la efímera e inútil gestión, al frente del Ejército, del coronel Ramón Barquín; la fuga de los presos del castillo del Príncipe; las milicias del Movimiento 26 de Julio que patrullaban las calles; la captura de esbirros y soplones; la entrada del Comandante Camilo Cienfuegos en la Ciudad Militar de Columbia; la llegada del Che a la Cabaña; el avance desde Oriente de la Caravana de la Libertad y la presencia del Comandante en Jefe en La Habana…
Es increíble cómo a veces se memorizan hechos insignificantes, totalmente prescindibles, que se asocian a acontecimientos de relieve. Ese día 1ro. de enero mi padre salió temprano de la casa para buscar la carne del almuerzo y regresó con la noticia del desplome de la dictadura. No demoramos en sentarnos frente al televisor. La CMQ (Canal 6) hablaba sobre los sucesos trascendentales que ocurrían en esos momentos y de los que prometía información para más adelante, mientras que como fondo musical de aquella nota dejaba escuchar la versión instrumental de un danzón popularizado por Barbarito Diez: Se fue. «Se fue para no volver; se fue sin decir adiós…».
Por cierto, cuando casi a las diez de la mañana, la CMQ abordó los sucesos trascendentales anunciados, se refería todavía a Batista como al «Honorable Señor Presidente de la República» y hablaba de su fuga vergonzosa y precipitada como si se tratara de un viaje de vacaciones al exterior. Antes, en Tele-Mundo (Canal 2) Carlos Lechuga ponía a un lado el cauteloso protocolo y llamaba ladrón y asesino a Batista, y poco después el noticiero del Canal 12, dirigido por Lisandro Otero, empezaba a ofrecer un excepcional servicio informativo.
En una hilera interminable desfilaron ante las cámaras de la televisión madres que clamaban por sus hijos desaparecidos, muchachas que portaban los retratos de sus hermanos o novios asesinados, hombres destruidos por la tortura y el encierro que referían una historia espeluznante y acusaban públicamente a sus verdugos.
La noche vieja de 1958, a las 12, muchos cubanos tiraron a la calle el tradicional cubo de agua para que el año que se iba arrastrara consigo lo malo. El año se había llevado a Batista y, junto con él y su camarilla, a todo un régimen social. Por primera vez en la historia, la frase «Año nuevo. Vida nueva» era una realidad para los cubanos.
La llegada de Fidel a la capital, el ocho, fue apoteósica. Los corresponsales extranjeros acreditados en La Habana no salían de su asombro. Pese a que había entre ellos gente muy avezada, que había caminado mucho, ninguno recordaba haber visto nada similar en el ejercicio de su vida profesional. El reportero de la Columbia Broadcasting System lo reconocía explícitamente y eso que él presenció la bienvenida a los generales Eisenhower y McArthur al final de la II Guerra Mundial, muy inferior en público y en calor humano. Jules Dubois, a quien le tocó «cubrir» los derrocamientos de Juan Domingo Perón, en la Argentina; Gustavo Rojas Pinillas, en Colombia; y Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela; estaba estupefacto. «Es el espectáculo más extraordinario que he visto en mis 30 años de periodista», aseguraba, y otro periodista norteamericano decía que lo que estaba viendo era muy superior al recibimiento del general De Gaulle en París tras la liberación.
En estos días de aniversario, el escribidor revisó algunas publicaciones de hace 55 años en busca del acontecer que marcó el pulso de la época.
Impactó entonces a la opinión pública el entierro de los restos de 19 expedicionarios del Granma, caídos en combate o asesinados tras su captura después del desembarco. Se les rindió postrer tributo en el Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio antes de que se les inhumara en la fosa que el Gobierno Revolucionario adquirió expresamente para eso en la zona suroeste de la necrópolis de Colón. Llegaron desde Niquero en pequeños féretros blancos cubiertos por la enseña nacional; cuatro de ellos sin identificar, y en La Habana los esperaban Fidel y Raúl, Camilo y el Che. Cada uno de ellos, ascendido de manera póstuma, mereció honores de comandante muerto en campaña, con lo que la Revolución los hermanó, también en grado, con las figuras principales del Ejército Rebelde.
Los procesos de los tribunales revolucionarios contra esbirros y criminales de guerra de la dictadura batistiana provocaron en el exterior, pese a su justeza y ejemplaridad, una campaña de descrédito contra la Revolución Cubana. Comenzaron las maniobras y presiones de Estados Unidos sobre Cuba, y el Congreso norteamericano, por un lado, y la Organización de Estados Americanos por otro, pretendieron arrogarse el derecho de supervisar los asuntos internos de la nación, inquietos ante el sesgo inusitado que tomaron los acontecimientos y preocupados, decían, «por el ejercicio de la democracia en el Caribe».
La respuesta de Fidel no se hizo esperar. Convocó a periodistas internacionales para que viajaran a Cuba y presenciaran los procesos judiciales. Fue la Operación Verdad. En respuesta a la invitación del Jefe Rebelde unos 300 periodistas del continente vinieron a la capital cubana y se hospedaron en su mayoría en el hotel Habana Riviera. A cada uno de los visitantes se le entregó una carpeta con fotos de asesinatos y torturas cometidos por sicarios de la dictadura recién derrocada.
Las sesiones de la Operación Verdad transcurrieron principalmente en el Copa Room del Riviera, los días 21 y 22 de enero de 1959. Fidel ofreció una conferencia de prensa en el hotel Habana Hilton (hoy Habana Libre) y respondió a las preguntas de los visitantes, que pudieron además asistir a los juicios contra los criminales de guerra y conversar con la población en la calle.
El día 21 el pueblo se concentró frente al Palacio Presidencial. Fue un acto sin precedentes, aseguró la prensa. Precisaba la revista Bohemia: «Más de un millón de cubanos ratificaron todo el apoyo de la patria al Gobierno de la Revolución».
El grito de «¡A Palacio!» llenó la ciudad, inundó la provincia y se extendió por los parajes más distantes de la Isla. No hubo organización ni propaganda. Todo fue espontáneo, sin comisiones, sin líderes, sin itinerario. Cada cual respondió a la cita como quiso o como pudo. Hubo gente, y no es una exageración, que llegó a pie desde Pinar del Río y desde Matanzas porque no había vehículos disponibles. A partir del mediodía la capital semejaba un desierto con los comercios cerrados y las calles vacías. En muchos barrios se expandía una quieta sensación de ciudad muerta. Por las rutas que conducen a Palacio, en cambio, se movía la enorme caravana popular. En medio de la multitud, vendedores ambulantes se las arreglaban para ofertar su mercancía, sobre todo retratos de Fidel, gorras, pasadores y distintivos del 26 de Julio y boinas como las que usaban el Che y Raúl.
La tribuna presidencial se instaló frente a la terraza norte del Palacio, a un nivel más bajo. Los periodistas extranjeros ocuparon las tribunas laterales. Muchos no pudieron hacerlo porque el pueblo se desbordó sobre estas, envolviendo a los reporteros, que se vieron aprisionados en una ola contagiosa de calor humano.
Habló el representante de la Central de Trabajadores de Cuba (entonces Confederación). También el representante de la Federación Estudiantil Universitaria y otros de organizaciones políticas; los representantes de los periodistas. Cuando se anunció que hablaría Fidel, la multitud, en un movimiento de oleaje, rompió la barrera que formaban los milicianos y llegó hasta el borde mismo de la tribuna. Comenzó su discurso el Jefe de la Revolución, pero poco después sacudía a los congregados el arribo a las inmediaciones del castillo de La Punta, a varias cuadras de distancia, de nuevos contingentes. La presión, como una onda expansiva, se estrelló contra la tribuna. Más allá, la armazón que sostenía la plataforma de las cámaras de la televisión, osciló como si la azotara un vendaval. Hubo mujeres y hombres desmayados. Las ambulancias hacían sonar sus sirenas en un esfuerzo por abrirse paso. Se vinieron al suelo las barreras de madera y el cordón de milicianos quedó diluido en medio de un mar de gente.
Fidel interrumpió el hilo de su pensamiento. Se percató de que cada minuto que permaneciera en la tribuna podía costar vidas. Sintetizaría entonces sus ideas. Afirmó que en Cuba se respetaban los derechos humanos y que el cubano no era un pueblo bárbaro, sino el más noble y sensible de todos. Si aquí se comete una injusticia, todo el pueblo estaría en contra de esa injusticia. Si intelectuales, obreros y campesinos han estado de acuerdo con el castigo de los culpables de la dictadura, es porque el castigo es justo y merecido. Hizo una pausa e intercambió algunas frases con el Comandante Camilo Cienfuegos. Quiso convertir aquella multitud de más de un millón de personas en un inmenso jurado. Dijo que quería hacer una consulta y la multitud hizo un silencio absoluto, cuajado de dramatismo.
«Los que estén de acuerdo con la justicia que se está aplicando; los que estén de acuerdo con que los esbirros sean fusilados, que levanten la mano…».
Escribía Enrique de la Osa en su sección En Cuba, de la revista Bohemia: «Antes de que terminara la frase ya se alzaba, como un resorte, la respuesta afirmativa. Eran cientos de miles de manos no solo dentro del campo visual de la terraza norte, sino por Malecón y Prado, en el parque Zayas, en el Parque Central, frente al Capitolio. A lo largo de la Isla, ante las pantallas de televisión o junto a la radio, otros cinco millones de cubanos, simbólicamente, también dijeron sí».
Fue un plebiscito colosal que hizo innecesarias las palabras.
Prosiguió Fidel: «Desde que bajé de la Sierra he escuchado muchas veces una frase. Miles de personas se han acercado a mí para decirme: «Gracias, Fidel, gracias, Fidel». Hoy, después de esta extraordinaria demostración, hoy, después de la satisfacción que experimentamos todos nosotros al ver este respaldo del pueblo, hoy al sentirnos tan orgullosos de ser cubanos y pertenecer a este pueblo que es uno de los pueblos más dignos del mundo, hoy soy yo, quien a nombre del Gobierno Revolucionario y de todos los compatriotas del Ejército Rebelde, quiero decir a mi pueblo: Muchas gracias, muchas gracias…». (Continuará)