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La Lonja

Un edificio impactó a La Habana de comienzos del siglo XX. Los que desde fuera seguían su construcción en el espacio que ocupara la Casa de Armona, primitiva residencia de los gobernadores españoles en Cuba y del Cabildo habanero, frente a la Plaza de San Francisco, apenas daban crédito a sus ojos y no pocos de los que lo veían dudaban de que un inmueble de tantas plantas lograra mantenerse en pie. Cuando al fin quedó concluido y abrió sus puertas al público, en 1909, el asombro no tuvo límites. Un verdadero acontecimiento. No se trataba únicamente de la más alta de las edificaciones acometidas hasta entonces en la capital, sino que nuestro primer «rascacielos» estaba dotado de elevadores —algo nunca visto antes— que aseguraban comodidad y rapidez para visitantes y empleados en sus desplazamientos.

Lo curioso del asunto es que aquel inmueble destinado a Lonja del Comercio de La Habana solo tenía cinco pisos. Más curioso aún resulta constatar que, aunque sus fines actuales estén muy lejos de los que animaron su fundación, dicho edificio mantenga todavía su nombre original.

Es el único de los locales que albergó a corporaciones económicas cubanas anteriores a 1959 que lo mantiene. Ya nadie habla ni recuerda con certeza dónde estuvo instalada la Asociación Nacional de Industriales de Cuba. El Centro de la Propiedad Urbana. La Asociación de Bancos. La Confederación Patronal ni los inmuebles que sirvieron de sedes a la Federación, el Centro y la Asociación de Detallistas... Y hay que ser un verdadero experto para encontrar hoy al edificio que ocupó la Bolsa de La Habana.

Porque en estos tiempos de crisis económica mundial en los que tanto se habla sobre el alza de los precios de los alimentos, el oro y el petróleo, rescates y apuntalamientos económicos y grandes transferencias financieras que pretenden al menos impedir quiebras y derrumbes, cabe recordar que esta capital tuvo también su bolsa de valores.

Distrito bancario

Se halla el edificio que ocupó la Bolsa en la calle Amargura entre Cuba y Aguiar, esto es, en el llamado Distrito Bancario de La Habana Vieja y que se enmarcó en el espacio comprendido desde O’Reilly hasta Amargura, y desde Mercaderes a Compostela, área en la que se ubicaban, en soberbias edificaciones, los grandes bancos cubanos y extranjeros.

Se fundó el 4 de enero de 1894 bajo la denominación de Bolsa Privada de La Habana, ya que debió coexistir durante un tiempo con una bolsa oficial, de vida lánguida e incierta. Para su constitución se tuvieron en cuenta las facilidades que un centro de ese tipo prestaría al comercio en general y a los tenedores de valores públicos y acciones en empresas que operaban en el país, acciones que superaban entonces los cien millones de pesos.

Con el estallido de la Guerra de Independencia (1895) muchos negocios se contrajeron o colapsaron y se perdieron capitales cuantiosos. A partir de la instauración de la República (1902) se consolidó el crédito nacional y se expandió el comercio. Fue así que el 13 de agosto de 1910, un decreto librado por el presidente José Miguel Gómez concedió carácter oficial a la hasta entonces Bolsa Privada de La Habana, y a partir de ahí la Bolsa celebró diariamente la cotización oficial de valores, tanto los emitidos por el Estado como por el sector privado.

Desconoce este escribidor cuándo dejó de existir de manera definitiva. El edificio que ocupó en la calle Amargura se destina ahora a otros fines aun cuando en su fachada siga leyéndose el rótulo de Bolsa de La Habana. Nombre que nada dice ya a nadie y dejó de ser un punto de referencia.

Moderno e inteligente

La Lonja, en cambio, sigue siendo la Lonja.

Más de ocho décadas después de su construcción, la Oficina del Historiador de la Ciudad concibió un proyecto encaminado a rehabilitar ese inmueble, con respeto estricto a sus valores históricos y culturales, y que convertiría a la vieja edificación en el primer edificio inteligente que para oficinas modernas tendría la capital. Para ello debían rescatarse y reacondicionarse unos 13 500 metros cuadrados distribuidos ahora en siete pisos. Los espacios se utilizarían en régimen de alquiler tanto por empresas cubanas como extranjeras y estarían dotados de aire acondicionado, buena iluminación, sistema de seguridad, detección de incendios, servicios comunes y otros elementos de un edificio inteligente. Con la reinauguración de la Lonja del Comercio gozarían de múltiples ventajas los que allí quedaran instalados y ganaría La Habana Vieja, Patrimonio de la Humanidad, en su esfuerzo remodelativo.

Cierto es que la ciudad contaba con edificios destinados a oficinas. El de La Metropolitana, en la calle O’Reilly. La Manzana de Gómez. El edificio Abreu, en O’Reilly y Mercaderes... Pero son edificios antiguos, maltratados por el tiempo y la desidia o que después de 1959 se destinaron en exclusiva, como el de la Ambar Motors, de La Rampa, y el del Retiro Odontológico, en la calle L, a albergar instituciones estatales.

La Lonja del Comercio como edificio para oficinas contribuyó entonces a satisfacer una necesidad.

Un arquitecto cubano

Ubicado en lo que fue el centro comercial por excelencia de La Habana colonial, ese edificio fue un proyecto de los arquitectos Tomás Muir, español, y el cubano José Toraya que, opuesto al art noveau que se imponía en la arquitectura habanera de comienzos de la pasada centuria, se empeñó en animar un estilo más severo que podría considerarse como una resurrección, más ornamentada, del neoclásico del siglo XIX.

No deben haber sido solamente su condición de edificio alto y el empleo de elevadores los que deslumbraron a los habaneros que vieron construir la Lonja. Durante el período de la primera ocupación militar norteamericana (1899-1902) no se construyó en la capital ni en el resto de la Isla un solo edificio oficial o público, salvo el excelente de la Escuela de Artes y Oficios, en Belascoaín entre Maloja y Sitios. Todo lo demás que los ocupantes edificaron fueron barracas de madera para sus tropas en el campamento de Columbia y en la loma de la Universidad. No caminó mejor la arquitectura privada. Esta, por reacción de desprecio a todo lo español, imitó servilmente la arquitectura norteamericana de la época al erigir casas de madera o ladrillo, frágiles e incómodas, de puntal bajo, sin patio interior, con ventanas de guillotina, barandas de madera y torrecitas recubiertas de zinc pintado de rojo. Felizmente, dice Emilio Roig citando al arquitecto Leonardo Morales, el comején, los ciclones y el aire oxidante del mar acabaron pronto con esos «castillitos-cottages» que infestaban el Vedado y la Víbora. Llegó después la época catalana y más tarde la resurrección del clasicismo, bien asimilado por arquitectos cubanos como Centurión y Cabarrocas. Pero José Toraya fue otra cosa e imprimió un sello personal a las edificaciones que proyectó. Además de la Lonja, son obras suyas el edificio del primer Banco Nacional de Cuba, que no fue nacional ni cubano, hoy Ministerio de Finanzas y Precios, en Obispo y Cuba, y el de la antigua Cámara de Representantes, en Oficios y Churruca.

¿Por qué Lonja del Comercio?

Lonja quiere decir tira larga y poco gruesa. Alude también al atrio de un edificio, y en algunos países se llama así al cuero descarnado y a la punta de un látigo. Pero lonja equivale asimismo a edificio público que sirve de mercado, centro de contratación o bolsa de comercio.

El edificio que se encima sobre la plaza de San Francisco fue el centro donde los comerciantes —importadores de víveres, almacenistas al por mayor y detallistas en general— pudieron reunirse para efectuar sus transacciones. Allí se cotizaban los precios de los víveres de importación y de producción nacional y se procuraba que el abastecimiento de artículos de primera necesidad cubriera todo el territorio nacional.

Los comerciantes celebraron sus reuniones habituales en los propios muelles hasta que en 1878 surge una Lonja de Víveres que da paso, diez años después, a la Lonja de Víveres, de La Habana, que sesionó ya en la Casa de Armona, que compró la Lonja en 1892. La denominación de Lonja de Víveres resultó insuficiente cuando en 1907 la entidad decidió dar cabida a empresarios e industriales de otros rubros y no solo a los comerciantes de ese giro. Ya para entonces habían adquirido, por 800 000 pesos, el terreno para su nuevo edificio. Se inauguraría solemnemente el 28 de marzo de 1909. En sus áreas se establecerían puestos o muestrarios del ramo de los víveres y sus anexos. Las partes del local no destinadas a ese fin, a la administración de la entidad ni a las operaciones propias del edificio, podían arrendarse o ser puestas, de alguna manera, a reportar ganancias, pero dando prioridad a objetivos esencialmente comerciales.

El capital social de la Lonja fue, en 1907, de 100 000 pesos oro, dividida dicha cantidad en mil acciones de cien pesos cada una. Para ser accionista resultaba indispensable ser contribuyente del Estado como comerciante-banquero o almacenista de víveres. Ningún socio podía poseer más de 50 acciones. Las utilidades de cada año se repartían entre los accionistas después de destinar el 20 por ciento de las ganancias al mejoramiento de la empresa y a la atención del edificio.

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