Lecturas
Una de las calles habaneras que más nombres ha tenido a lo largo de su historia es la de San Juan de Dios, pese a las escasas cinco cuadras de su trazado, desde Aguiar hasta Monserrate o Avenida de Bélgica.
Los primeros habaneros la llamaron Del Padre Sánchez, por un sacerdote de ese apellido, apoderado del Hospital de Paula, que allí vivía. Un poco más tarde, se le llamó Del Vigía del Morro, por su vecino Don Francisco Evia, que tenía ese cargo en el castillo. Posteriormente se le conoció como Cerrada de Santa Catalina, al estar cerrado el paso hacia la bahía por el convento de este nombre que allí existió; luego, De la Pólvora, y, más tarde, con mucho sentido del humor, Del Progreso, por ser sitio de residencia de prostitutas y lugar de frecuentes escándalos y riñas. Con una sola cuadra, entre las calles de Habana y Compostela, quedaba entonces la que se conocía como San Juan de Dios, porque sobre ella daba el fondo del hospital homónimo, calle interrumpida o separada de su otra parte por el citado convento.
A partir del siglo XVIII, se le conoce como Bomba. Hay dos versiones sobre la razón de ese nombre. José María de la Torre, un autor más antiguo y más próximo a los hechos, ofrece quizá la más pintoresca.
Según De la Torre, se denominó así por una bomba que durante el sitio de La Habana por los ingleses cayó en una de sus casas que se encontraba llena de milicianos, y que, aunque explotó, no mató a nadie. Manuel Pérez Beato, historiador de La Habana a comienzos del siglo XX, sostenía que debía su nombre al cartel colocado en la fachada de un polvorín emplazado allí y que decía: «Almacén de pólvora a prueba de bomba».
Después de demolido el antiguo convento, como lo fue el hospital, se unieron las dos calles formando una sola vía llamada indistintamente Bomba y San Juan de Dios. En 1923, el Ayuntamiento le dio el nombre de Julio de Cárdenas, como tributo al ex alcalde municipal que poco antes había fallecido en la casa de la esquina con la calle Habana y en cuyo lugar se fijó una lápida conmemorativa. Llama la atención, que, en 1910, este alcalde se había opuesto a que calles o barrios de la ciudad llevasen nombres de personas vivas y rechazó el acuerdo del Consistorio de cambiarle sus nombres antiguos a calles de los barrios de Arroyo Apolo y Jesús del Monte por el de personas que ocupaban en esa fecha cargo de concejales. Se opuso también a que en los edificios municipales se colocasen lápidas que consignaran que la obra fue acordada o realizada por tal o cual alcalde municipal. Pero ninguno de esos acuerdos fue respetado por sus sucesores. Finalmente, en 1936, se dio el nombre de San Juan de Dios a toda la extensión de la vía.
Lagunas, calle del municipio de Centro Habana que corre paralela a San Lázaro desde Galiano a Belascoaín, no tuvo tantos nombres como San Juan de Dios, pero le pica cerca. Se le conoció en un tiempo como de Los Vidrios, por los muchos que había en ella toda vez que era un basurero. En un momento determinado comenzó a llamarse por su nombre actual, debido a una charca existente en la zona, pero, cuando la laguna se rellenó, se le conoció por el de Seca y, sucesivamente, De las Canteras, San Francisco Javier y Del Baluarte, hasta que recuperó el definitivo de Lagunas.
Y ya que mencionamos a Galiano y Belascoaín, veamos el origen de esas denominaciones.
Galiano debe su nombre a don Martín Galiano, ministro interventor en las obras de fortificaciones de la ciudad, quien construyó un puente, que llevó su apellido, sobre la Zanja Real que recorría la actual calle de este nombre y surtía de agua a la ciudad. Luego, en 1839, se construyó otro puente que permitía el paso del ferrocarril que salía de la Estación de Villanueva, ubicada en parte de los terrenos donde hoy se ubica el Capitolio. Hasta 1842, Galiano estuvo cerrada en la calle San Miguel por una manzana de casas. Desde ahí hasta San Lázaro, Galiano no era Galiano, sino Montesinos, posiblemente un vecino o comerciante del lugar.
Como datos curiosos, añadiremos que en esa esquina de Zanja existió un baño público, que el terreno donde se encuentra la iglesia de Monserrate se conoció por el nombre De la Marquesa, por pertenecer a la marquesa viuda de Arcos, y que en el entronque de Galiano con San Lázaro se encontraban las canteras de donde se extrajeron piedras para las primeras casas que con ese material se construyeron en la villa.
En 1917 se dio a Galiano el nombre oficial, que no ha sido modificado nunca, de Avenida de Italia, como Belascoaín recibió, primero, el de Padre Félix Varela, rectificado enseguida por el de Padre Varela, aunque, como sucede con otras muchas calles, los habaneros prefirieron seguir llamándolas a la antigua. Belascoaín fue originalmente la Calzada de la Beneficencia, por hallarse el edificio de esa institución al comienzo de la vía, pero el capitán general Leopoldo O’Donnell, Conde de Lucena, que gobernó la Isla con mano de hierro entre 1843 y 1848, prefirió darle el de un amigo, el teniente general Diego León, Conde de Belascoaín, muerto trágicamente en España en 1841 sin que hubiera venido a Cuba jamás.
Cambio de nombresFue bajo el mando del gobernador Miguel Tacón que se rotularon por primera vez las calles de La Habana y se procedió asimismo a numerar los locales. Tal procedimiento se puso en práctica entre 1834 y 1838, y no volvió a hacerse hasta 1937. Dice el historiador Emilio Roig que tras el cese de la dominación española en Cuba, el Ayuntamiento habanero comenzó a cambiar los nombres de las calles de manera caprichosa e inconsulta, sin obedecer orden, plan ni sistema alguno, sino en respuesta a intereses personales, vanidades, razones políticas y adulonería. A veces, reconoce el historiador, el Ayuntamiento actuó movido por la buena voluntad. Pero cada cambio provocaba siempre la protesta del vecindario.
Así, las calles Cocos y Correa, en Jesús del Monte, pasaron a ser Alfredo Martín Morales y José Miguel Gómez, respectivamente; la Calzada de Luyanó empezó a llamarse Manuel Fernández de Castro, considerado por el Ayuntamiento como un benefactor de la ciudad; Santa Emilia, Antonio de la Piedra, venerable Gran Maestro de la Gran Logia de Cuba, ya entonces fallecido, y a Melones se le dio el nombre de José Antolín del Cueto, que era el del abogado de los propietarios del reparto donde esa calle se encuentra ubicada. Al Vedado, cuyas calles se identifican con letras y números, le tocó también su cuota de cambios, y la calle 17 fue la Avenida de España, y 11, Fernando Figueredo. Años después, en 1927, los concejales del Ayuntamiento, en un acto de sublime guataquería, nombraron Avenida Presidente Machado a 23. Y, cosa curiosa, ese nombre perduró hasta tres años después de la caída de la dictadura porque nadie recordaba que ese era hasta entonces su nombre oficial. Justo es reconocer en este punto que José Miguel fue totalmente ajeno a que se diese su nombre a la calle Correa. Ocurrió incluso antes de que tomase posesión de la Presidencia de la República. Y todavía es el nombre oficial de esa calle.
Fue el propio Emilio Roig, en 1935, quien propuso que se restituyese a las calles habaneras sus nombres antiguos, tradicionales y populares, siempre que no hirieran el sentimiento patriótico del cubano. Los nombres de próceres o de celebridades nacionales de la cultura y de la ciencia con los que se rebautizaron esas calles, debía reservarse, a juicio del historiador, para calles nuevas o innombradas. Proponía además que no se diese a ninguna calle, calzada o avenida nombres de personas vivas o que no tuviesen al menos diez años de muertas, y que no quedara al arbitrio de los dueños de las nuevas urbanizaciones la denominación de sus calles. Los argumentos de Roig tuvieron aceptación por parte de las autoridades.
A caprichoDel nombre de un vecino que sobresalía entre los demás, de un establecimiento comercial, de un hecho curioso ocurrido en ella, de una iglesia, de un árbol... iban tomando y variando las calles sus denominaciones a medida que La Habana crecía. Aguacate se llama así por el frondoso aguacatero del huerto del antiguo convento de Belén, árbol talado en 1837. Bernaza, por un panadero de la zona. Gervasio, por Gervasio Rodríguez, propietario de una famosa conejera que se hallaba en la esquina de la calle Lagunas. Escobar, por un regidor del Ayuntamiento que vivió en una de las primeras casas que en ella se construyeron. Ejido, desde Lamparilla hasta Muralla, se llamó Del hombre caído, por un vecino que tuvo la desgracia de caer desde el techo de su casa. Calle trágica, por lo demás, porque en esta, frente al convento de las Ursulinas, se alzaba la tenebrosa horca, trasladada en 1810 para la explanada de La Punta, donde cayó en desuso en 1830 para dar paso al no menos tenebroso garrote. Por cierto, como las ejecuciones eran públicas, mientras se ahorcaba a un sujeto, un viejo religioso pedía limosnas entre los presentes a fin de ayudar con lo recaudado a la familia del condenado o propiciarle un entierro decente. Solicitaba las donaciones al compás de dos campanillas, que hacía sonar con insistencia. Luego, cuenta la tradición, viejas devotas conseguían que el sacerdote les prestase aquellos adminículos. Las llenaban de agua para dar de beber a los niños. Decían que favorecía la dentición.
Reina y monteEl habanero nunca ha asimilado los nombres oficiales de las calzadas de Reina y Monte. Sucede lo mismo con Carlos III.
Monte era, de ahí su nombre, el camino del campo. Se le llamó primitivamente De Guadalupe, por la ermita donde se rendía culto a esa virgen, y porque conducía al ingenio de ese nombre, en Santiago de las Vegas. Pero ya a mediados del siglo XIX se le denominó de manera oficial Príncipe Alfonso, un Borbón que llegaría al trono español como Alfonso XII. Por Monte entró Máximo Gómez a La Habana, finalizada ya la Guerra de Independencia, y así la bautizó el Ayuntamiento en 1902. Pero esa denominación no prendió y sigue sin prender. Reina, llamada así por Isabel II, la de los tristes destinos y los alegres amores, recibió el nombre oficial de Simón Bolívar en 1918 y muy pocos parecen estar enterados. El uso y la costumbre actuaron también aquí negativamente. Persiste el nombre antiguo y casi nadie la conoce por el nombre honroso del Libertador. Tuvo antes otros nombres. Camino de San Antonio, por conducir a ese ingenio, en la zona de la actual Plaza de la Revolución, y de San Luis Gonzaga, por una ermita situada a la altura de Belascoaín. Fue la primera salida de la ciudad hacia el campo hasta que la construcción del puente de Chaves sobre Monte permitió el acceso también por esa vía.
(Con documentación del doctor Ismael Pérez Gutiérrez)