Inter-nos
Todavía hoy, sobran las evidencias frescas de una infamia, a pesar de los diez años transcurridos. La resaca de la invasión —que iniciara George W. Bush, el hijo, contra Iraq el 20 de marzo de 2003—, se muestra en la guerra fraticida actual, que solo ayer martes, víspera de la sacrílega conmemoración, costó la vida a 56 personas y más de 200 heridas en una ola de ataques con coches bomba y artefactos explosivos en Bagdad, Iskandariya y Mosul.
De estas víctimas se desconocen los nombres, algo «normal» desde que se inició una guerra genocida bajo el pretexto de que el país mesopotámico poseía armas de destrucción masiva que ponían en peligro a Estados Unidos, a la Gran Bretaña y a otros de sus aliados.
Las bajas de la jornada de violencia de ahora también son trabajadores, estudiantes, amas de casa… y a los atentados con explosivos se unieron ataques de mortero y tiroteos, una versión reducida de aquellos llevados a cabo hace diez años con los más mortíferos misiles estadounidenses, lanzados desde su flota y su aviación, para reblandecer una defensa que pudiera impedir una invasión por tierra que al final se produjo, dejando un inmenso rastro de sangre, en combates o en feroz represión contra cualquier resistencia, como en Faluya, la ciudad mártir conocida como la Guernica iraquí.
Y todavía hoy, se airean las mentiras de la pareja G.W.Bush-Tony Blair. El programa Panorama de la BBC reveló evidencias frescas de que la CIA estadounidense y el MI6 británico sabían desde meses antes de la invasión que Iraq no tenía armas de destrucción masiva (WMD), pero el Primer Ministro inglés le dijo entonces al Parlamento tener informaciones de inteligencia mostrando que los programas iraquíes de armas nucleares, químicas y biológicas estaban «activos», «en crecimiento» y «en ejecución».
Los «motivos» para la invasión fueron totalmente fabricados, involucrando a jóvenes convertidos en carne de cañón para matar y morir en una masacre que diezmó a un pueblo y a una nación cuna de la civilización humana, que perdió, además, estabilidad y armonía interna y soberanía e independencia.
Según el grupo Iraq Body Count (Recuento de Cadáveres en Iraq) y la revista científica británica The Lancet no menos de 112 000 civiles murieron en ese país.
Y si bien Estados Unidos dice haber retirado sus tropas de combate, su presencia ominosa continúa con idéntico pretexto de llevar y mantener la democracia, cuando realmente entronizaron no solo la destrucción y la muerte, sino también la división sectaria que hoy desangra a los iraquíes.
Una década se mide en ese país por el sufrimiento más extendido, por pueblos todavía en ruinas, por adultos mutilados, torturados y padeciendo un altísimo desempleo y sus consecuencias, por niños mutados a causa del uranio empobrecido portado en los armamentos estadounidenses y el fósforo blanco de los bombardeos con napalm… y a ellos pueden unirse los miles de soldados estadounidenses que padecen desde el estrés postraumático hasta enfermedades «desconocidas» producto de los tóxicos que emplearon en Iraq.
A ese costo humano agréguese la expoliación de las riquezas petroleras del país, un sector floreciente que no se revierte en beneficio de un pueblo necesitado.
Y a diez años, el cinismo y la hipocresía se multiplican. Ayer, la portavoz del Departamento de Estado, Victoria Nuland, en nula declaración que hizo coincidir prácticamente con este aniversario de oprobio, dijo: «Estados Unidos condena enérgicamente los atentados terroristas de hoy dirigidos a hombres inocentes, mujeres y niños en todo Iraq»… Esta violencia «sin sentido está desgarrando el tejido de la unidad iraquí».
Y dejó para los «historiadores» las valoraciones de esa guerra. Esa historia deberá condenarlos, pero por ahora gozan de total impunidad…