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El diabólico invento de la era bushiana, que denominó Seguridad de la Patria (Homeland Security), mediante el cual dio al traste con algunas de las más preciadas libertades civiles de los estadounidenses en nombre de la sui generis y selectiva «guerra contra el terrorismo», no finiquitó con la llegada a la Casa Blanca del presidente que prometió «cambios».
Con Barack Obama, el Departamento que se conoce por sus siglas en inglés (DHS), sigue haciendo de las suyas, y desde febrero está empeñado en un programa orwelliano, como el del Gran Hermano descrito en la novela 1984 o en un proyecto de fantasía hollywoodense como el descrito en el filme de ciencia-ficción Minority Report, donde se determinaban y castigaban de por vida los crímenes que supuestamente iban a ser cometidos en el futuro.
Pues algo semejante se cocina en el Charles Stark Draper Laboratory, en Cambridge, que recibió 2,6 millones de dólares para desarrollar sensores computarizados capaces de detectar el nivel de «mala intención» de una persona.
Según un artículo publicado en AlterNet, esto se suma a otros contratos que por 20 millones de dólares ha pagado DHS al laboratorio por el proyecto FAST —Future Attribute Screening Technologies/ Tecnologías de revisión de futuros atributos—, que en la práctica implica la vigilancia de la conducta de las personas, sus características psicológicas, «particularmente aquellas asociadas con el miedo y la ansiedad», decía el trabajo.
El escrutinio de la innovación tecnológica se hará en puntos de control, y según DHS constituye una acción «no-invasiva» que puede utilizar sensor cardiovascular y respiratorio remoto, un rastreador de las miradas y la dilatación de las pupilas y su posible significación, cámaras termales que determinen temperatura de la piel y de la cara, videos de alta resolución que permitan detallar gestos en cara y cuerpo, y un sistema de audio que analice los más ligeros cambios de la voz humana.
Con todo esto conocerían intenciones, pues constituye una lectura de las mentes y los sentimientos, y por tanto serán capaces de identificar a cualquiera.
Y nada de futuro, la administración de seguridad del transporte ya tiene 3 000 oficiales de detección de la conducta escrutando las expresiones y el lenguaje corporal en aeropuertos y otras terminales, pero ahora se trata de dotarlos de tecnología que ampare su percepción.
Cualquier alteración del metabolismo llevará a la sospecha en esta pseudocientífica vigilancia. Nadie está exento de convertirse en un falso positivo, como los cientos que fueron secuestrados y encerrados en el campo de concentración que instalaron y aún existe en la Base Naval de Guantánamo, ese territorio cubano ilegalmente ocupado, o en las cárceles secretas de la CIA, o los miles que fueron detenidos, expatriados o desaparecidos en EE.UU. tras el fatídico 11 de septiembre de 2001, o cuyos cadáveres aparecen en países en guerra…
Así que calma, serénese, tómese una pastillita para los nervios, use algún producto contra la transpiración, no gesticule mucho, sonría a las cámaras: FAST puede estar vigilando hasta su intimidad. ¿El ridículo absurdo o un Estado policiaco?