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¿En cuántas guerras se emplea Estados Unidos? Quien diga que la de Iraq y la muy embrollada de Afganistán, responde mal. Recuerden la muy especial y selectiva «guerra contra el terrorismo», iniciada también por George W. Bush. Esa se cuenta en su baúl de fracasos, aunque le sirvió al objetivo de ponerle los pelos de punta a los estadounidenses, y a muchos más en el mundo, a fin de lograr un apoyo que poco a poco se fue derritiendo, justo con la credibilidad de un mandato logrado en elección robada y luego plagado de escándalos de corrupción corporativa y de la administración estatal. Tampoco nadie la ha derogado.
Pero hay una guerra tan cacareada como las demás, al punto de que hace años tienen un «todopoderoso» al frente y le llaman «Zar de la lucha antidrogas». Lo paradójico y ridículo del caso radica en que Estados Unidos presenta anualmente un informe de certificación donde, por sus fueros e inconsultamente, decide quiénes están en la lista de sus aliados, porque hacen lo «adecuado», como abrirle sus bases militares y mucho más, y cuáles en la columna de sus «enemigos», casi siempre porque saben organizar su lucha y lograr mayor efectividad sin necesidad de entregar soberanía.
La visión política, o de mala política, realizada por Washington, le ha ganado no pocos encontronazos, y no precisamente con los capos del narcotráfico, y quizá esto ha llevado ahora a que Gil Kerlikowske, el zar de la droga del presidente Barack Obama, pretenda hacer algunas reformas básicas en ese campo y la primera ha sido eliminar la denominación de «Guerra contra las drogas», porque «nosotros no estamos en guerra con la gente en este país».
La aclaración, fuera o no su intención, resulta un reconocimiento a que el verdadero «enemigo» reside en casa, teniendo en cuenta que se trata del principal centro de consumo de drogas del mundo.
Por eso, la explicación llevó a una suspicacia: pensar que los obamanianos «legalizarían» su uso, lo que el Gil se apresuró en negar. También podía deducirse que la guerra contra las drogas entra oficialmente en el expediente de los fracasos.
El tema y la percepción no son nuevos. Hace un año, cuando ni Obama ni su zar estaban en la Casa Blanca, una encuesta de Zogby afirmaba que el 76 por ciento de los votantes creían que la guerra contra las drogas había fracasado. Ese era el sentimiento de tres de cada cuatro estadounidenses, un espectro que abarcaba a todos los sectores poblacionales y políticos de esa nación, aunque llevados por la concepción de las tácticas empleadas y el señalamiento de culpables que acostumbra a hacer EE.UU., las opiniones apuntaban a que un 27 por ciento considerará correcta la legalización de algunas drogas; el 25 por ciento estimaba que el mejor método para enfrentar el problema era detener la entrada de los estupefacientes en la frontera; y solo el 19 por ciento dijo que reducir la demanda a través de tratamientos y educación debía ser el foco central de la guerra contra las drogas. De todas formas era minoría el grupo que apoyaba la estrategia injerencista: solo el 13 por ciento apuntó que la prioridad debía ser prevenir la producción de narcóticos en los países de origen.
Mientras tanto, Estados Unidos está considerado el mayor productor del mundo de drogas de laboratorio y junto con la droga también hacía allí fluye el dinero del negocio porque los carteles narcotraficantes también tienen allá casa matriz.