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Ni porque ya se va, ceja en su empeño virulento. George W. Bush pronunció un discurso ante los cadetes de la Academia Militar de West Point en el que insistió en la agresividad puesta en práctica durante los ocho años de su administración, la justificó en nombre de la seguridad nacional, y argumentó una vez más sobre la supuesta necesidad de «mantenerse un paso delante de sus enemigos». En fin, la Doctrina Bush y su muy particular y selectiva «guerra contra el terrorismo».
Poseído por su actual disposición a dejar un legado de violencia de Estado a «futuros presidentes y líderes militares», aseguró que debían ser «decididos e implacables» en la defensa de los estadounidenses, por lo que les apuntó el deber venidero de mantener la fortaleza, la agilidad, la preparación de los militares de Estados Unidos para «llevar la lucha a nuestros enemigos en todo el mundo».
Deplorable, lastimosa y desdichada actuación de quien tiene que hacer valer la fuerza, solo habla de «permanecer a la ofensiva» y únicamente ve frente a sí a «enemigos». Él y su equipo consolidaron un pasado de guerra cuando sus órdenes fueron atacar a Afganistán y luego invadir a Iraq. Lo hizo con mentiras y ambas conflagraciones prosiguen sólidamente su misión de propagar la destrucción y la muerte.
Sin embargo, hace unos pocos días, en una entrevista a la cadena de televisión ABC, admitió que la guerra de Iraq había resultado más larga y costosa de lo que pensó, y en otro discurso ese mismo día, ante el Foro Saban para estudios sobre Oriente Medio del Instituto Brookings, dijo una frase lapidaria: «Creo que no estaba preparado para la guerra». Entiéndase que es el reconocimiento de un grave error: no podía ganarla de ninguna forma.
Pero sigue tirando bravuconadas de sucesión maldita: EE.UU. «no tolerará que Irán desarrolle un arma atómica», y por supuesto espera que Barack Obama tome ese batón, como también el del conflicto israelí-palestino, bien lejos de lograr la paz y la instalación de dos Estados que dé solución a un conflicto que también Bush heredó.
Pero él tiene su propio despliegue de belicosidad, y en otra declaración ha dicho este martes: «Pusimos en claro a Paquistán y a todos nuestros socios que haremos cuanto sea necesario para proteger a las tropas y al pueblo estadounidense». Las tropas de EE.UU. sí que están en la frontera de Paquistán, en el Afganistán ocupado, y sus aviones se dedican a bombardear despiadadamente las zonas tribales de uno y otro lado de las altivas montañas centroasiáticas en una extensión imperial de la guerra preventiva que también anunció en West Point en 2002.
Una guerra que, a pesar de la impopularidad alcanzada entre el pueblo estadounidense que ha visto caer inútilmente a 4 200 de sus hijos —pues la rechaza casi el 70 por ciento de la ciudadanía—, sigue haciéndose en nombre del 11 de septiembre de 2001, y hace lo indecible para que nadie pueda pararla. Para Bush, el hijo, la «seguridad» de los estadounidenses sigue pasando por la gran inseguridad del mundo.