Acuse de recibo
De seguro si el chofer cuentapropista Ángel Rabilero, de la línea Víbora-Vedado, se llega a Seguridad No. 169, Lawton, Diez de Octubre, encontrará un hogar donde se le guarda plena gratitud.
Allí reside Raúl Pérez, el habanero cuya mamá fue amablemente ayudada por Ángel, quien hizo un alto en su atribulado recorrido habitual para honrar el nombre que lleva.
«Al ver la dificultad que tenía mi madre al caminar, tuvo la gentileza de aliviarle el esfuerzo, al dejarla a las puertas de la Consulta Externa del Instituto de Medicina y Cirugía Cardiovascular. Mi madre es una anciana de 85 años, cardiópata», relata el hijo conmovido.
«Reconocer el corazón de un buen cubano», tal es el fin que anima a Raúl. Y ya uno sabe que estamos ante dos personas nobles, porque también sacar el tiempo para enviar manuscrito su agradecimiento, dice mucho del habanero.
Después de 40 años de trabajo entregados al sector educacional, al santiguero Noel Santiesteban Fernández (calle 1ra., No. 8, Cayo Granma), la vida lo ha puesto a depender de un sillón de ruedas para moverse. Aun así, continúa enfrentando las actividades cotidianas con energía; pero hay algunas barreras que lo limitan sobremanera en su entorno.
«En la década de los 70 —rememora— se comenzó a enlajar la calle principal que circunvala el Cayo; nunca se terminó, pues solo se hizo en un 60 por ciento. De todas formas, las partes que se hicieron hoy están en pésimo estado, lo que hace casi imposible que los que usamos sillas de ruedas (…) podamos transitar por el lugar».
De igual forma, comenta el remitente, existen en el Cayo otras barreras arquitectónicas que no son demasiado difíciles de erradicar. «Estamos agradecidos por la recuperación tras el ciclón Sandy y la gigantesca labor desarrollada, pero pensamos que es posible erradicar “el lunar negro que ensombrece la obra bella”», sugiere.