Acuse de recibo
Hoy hago un alto entre tantos problemas que se cuentan aquí, para revelar pequeñas pero edificantes historias que me han enviado algunos lectores, esas que nos hacen tomar fuerzas y creer en la gente buena que habita este país.
El 4 de mayo pasado, la anciana Elena Gala Tamayo (calle 2da. No.116, reparto 9 de Abril, Ciego de Ávila) salió de la consulta del cuerpo de guardia del Hospital Antonio Luaces Iraola de esa ciudad, y fue a comprar los medicamentos indicados por el doctor, en la farmacia que está frente a ese centro asistencial.
Luego de una hora de cola, al llegar su turno se percató de que, por un descuido, no había llevado dinero. Y un joven que iba detrás de ella, muy atento y afectuoso, le pagó de su dinero los medicamentos, no precisamente baratos.
Elena no pudo saber su nombre, pero quiere agradecer públicamente ese desinteresado gesto de solidaridad que dice mucho de la nobleza de no pocos jóvenes cubanos, injustamente etiquetados por algunos adultos que siempre sostienen que nuestros muchachos «están perdidos».
El pasado 28 de mayo, a las nueve de la mañana, el jubilado Virgilio Puig abordó un ómnibus atestado de pasajeros de la ruta 69, en la parada de 41 y 42, en Kholy, municipio capitalino de Playa. Iba rumbo a La Víbora. Y ya en el mismo, entre tanta incomodidad, por precaución extrajo su billetera del bolsillo trasero del pantalón y la colocó en el delantero izquierdo del mismo, para más seguridad ante los implacables carteristas…
Pero ya en 26 y Avenida del Zoológico, desde atrás una voz firme conminó al chofer a que mantuviera el ómnibus detenido y no abriera las puertas. Y dirigiéndose a los pasajeros, los exhortó a que revisaran bien, para comprobar si a alguien le faltaba su billetera.
Fue cuando Virgilio comprobó que, aun con las precauciones tomadas, le faltaba la suya. Se lo comunicó al joven que se había dirigido a los pasajeros, el cual se la había ocupado a un carterista.
El ómnibus se trasladó a la Unidad de la Policía de Zapata, en el municipio de Plaza de la Revolución. Y allí, Virgilio comprobó que la historia era parte del trabajo que un grupo de jóvenes oficiales del Ministerio del Interior realiza a diario contra esa lacra de rateros de poca monta.
Esta vez venció la justicia y se vindicó a un jubilado cubano, en nombre de tantas vilezas que los carteristas perpetran, aprovechando las incomodidades propias de nuestros atestados ómnibus.
Allá en su hogar en Calle Norte No. 20252, apartamento 2, en el Residencial Almendares, Virgilio desea felicitar la eficacia de ese grupo de jóvenes que a diario la emprende contra el carterismo.
Bárbaro Aldana Rodríguez es un recluso, condenado a un año de privación de libertad, que cumple su pena en el Centro de Estudio y Trabajo La Confianza, en La Demajagua, provincia de Granma.
Pero antes estuvo en el centro penitenciario Las Mangas, en Bayamo. Y desde los primeros días, cuando le realizaron el chequeo médico ordinario y comprobaron sus padecimientos de hipertensión arterial y cardiopatía, descubrió un tesoro humano en la doctora Vanesa, así sin apellidos, como la conocen todos los internos allí.
«Ella se mostró muy preocupada por mi salud —afirma—, y atenta al cumplimiento de mi tratamiento; no solo de mí, sino de todos los internos del Destacamento 12. Siempre amable, respetuosa, atenta, exigente con las medidas higiénico-sanitarias que dispone el Ministerio de Salud Pública para estos centros».
Bárbaro se lamenta de que, al ser trasladado para la Tarea Confianza, no pudo verla para despedirse de ella, y agradecerle tantas atenciones, pero lo hace públicamente en su carta, con el deseo de que muchos galenos que ha formado la Revolución sean tan humanos y comprometidos con el paciente, como lo es Vanesa.
Ojalá los lectores continúen enviando historias positivas, por cotidianas e intrascendentes que puedan parecer, ante tantos conflictos y problemas. Quienes hacen el bien, merecen la notoriedad con más razón.