Acuse de recibo
Desde Calle 2 no. 989, apto. 34, Reparto Chibás, Guanabacoa, La Habana, me escribe Anelvis Ramón Ginarte, una madre que ha visto salir del silencio a su hijo Erick Alejandro Panucia Ramón, gracias a la salud pública cubana.
Sí, porque Erick Alejandro es uno de esos niños cubanos que ya conoce el sonido gracias al programa de Implantes cocleares de nuestro país, que no escatima recursos ni voluntades para llevar a esas criaturas el mundo de los sonidos. Un privilegio en este mundo, según Anelvis.
Cuenta la madre que hace varias semanas el procesador del implante del pequeño comenzó a presentar problemas. Se dirigió al Centro Auditivo, sito en B entre 19 y 21, en el Vedado capitalino, y allí detectaron que el procesador no estaba funcionando.
Decidieron dejar allí el aparato, para ver si era un problema de humedad. Al otro día, cuando fue con el niño, se lo probaron y no funcionaba: roto, según el dictamen.
El asunto es que no hay otro procesador para cambiarlo. El niño debe esperar que entren nuevos al país, y no saben cuándo podría ser.
La madre, conocedora de los problemas que enfrentamos para adquirir muchos aditamentos de tal tipo, y los sacrificios financieros que implica la atención a esos niños, ahora enfrenta un conflicto: el pequeño, que había avanzado tanto en su primer grado y oía perfectamente, insertado en una escuela normal… ¿cuál será su situación a partir de ahora, hasta que lleguen los ansiados procesadores?
«Pido a las autoridades que tengan que ver con este programa de implantes cocleares, que tomen las medidas correspondientes para que se le dé solución lo más pronto posible a este problema, y que otros niños implantados no tengan que pasar por una situación tan traumática», manifiesta la madre.
El pasado 11 de septiembre, Miguel Ángel Saburién contaba desde la capital que el 27 de junio de este año su padre le envió un tanque plástico de 600 litros desde Guantánamo, por carga ferroviaria.
Y cuando lo recibió el 20 de julio, se percató de que estaba averiado, y reclamó ante el Director del Expreso.
Le dieron un plazo de 15 días para responderle.
Pero el tiempo se dilató, y aún no tenía respuesta, además del disgusto…
Al respecto responde Enrique Carballo, director de la Empresa Ferromet, que según las investigaciones hechas la responsabilidad fue del chequeador de la Nave de Recepción y Entrega, «al no efectuar el chequeo físico del tanque, lo que fue detectado por el cliente al recogerlo».
Precisa Carballo que al responsable se le impuso una amonestación pública ante el colectivo, y se decidió que ese trabajador indemnizaría a Saburién con la compra de una pieza para el arreglo del tanque.
Así, el 19 de septiembre se le hizo entrega oficial de la pieza.
Emilio J. Pérez (O’Reilly 505, apto. 24, La Habana Vieja) ensalza la labor del colectivo de trabajadores del Servicio de Rehabilitación Integral del Policlínico Tomás Romay, en Aguiar 111, en ese municipio capitalino.
«Ellos —señala— sortean en cada jornada de trabajo las preocupantes filtraciones a que está sometido el lugar y su equipamiento, por algunos vecinos indolentes (que habitan) en los pisos superiores y viven de espaldas a las disposiciones legales».
No obstante, destaca la ejecutividad, paciencia y buen trato de la recepcionista Conchita; y al «Chino» Juan Carlos, a quien ha visto trabajar diligentemente, a pesar de tener un pie lesionado. Y remarca la ética profesional y amabilidad de la especialista en Medicina Física, Liss Páez.
«Todos los que trabajan en ese centro —subraya— dejan en la acera la carga de sus problemas profesionales, como la joven técnica en Rayos X Diana Wodny».
Alerta Emilio que colectivo tan virtuoso no merece el progresivo daño que va carcomiendo ese local, pues un posible cierre del mismo perjudicaría a los agradecidos pacientes que allí se recuperan, gracias al prestigioso sistema de salud cubano.