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A bordo con Mijaín

El Gigante de Cuba y del mundo atravesó el avión en medio de aplausos y flashes del resto de los pasajeros, absortos al reconocer a una de las leyendas más mediáticas de París 2024

 

Autor:

Norland Rosendo

Con toda su embarcación dentro, el avión demoró cerca de una hora para despegar en París; alguien bromeó con que el atraso obedecía a ajustes por el peso del equipaje. Cuando la nave comenzó a moverse por la pista hubo quienes despertaron del primer sueño en la larga travesía por encima del Atlántico hasta La Habana.

Abajo iba encogiéndose la majestuosa torre Eiffel, tan imponente desde tierra y el Sena adelgazaba con el ascenso de la aeronave, en la cual viajaban más de 80 miembros de la delegación olímpica de Cuba, incluida parte del equipo de prensa que cubrió los Juegos.

Ya estabilizado el pájaro metálico en su surco por encima de las nubes, Mijaín López atravesó el avión en medio de aplausos y flashes del resto de los pasajeros, absortos al reconocer a una de las leyendas más mediáticas de París 2024.

Mijaín fue devolviendo cada saludo con las mismas manos empleadas hace unos días para agarrar y tumbar rivales dentro del colchón de lucha clásica. Fue por uno de los pasillos y regresó por el otro, en un gesto que complació a todos los que querían estar a centímetros de un «extraterrestre».

Se detuvo junto a nosotros y conversó un rato, sabiendo que esa charla tan coloquial iba a terminar acomodada en las páginas de nuestras publicaciones, mientras sentía los tiros de celulares desde todos los flancos.

En esos dos tiempos de combate verbal Mijaín confesó que su oponente más duro fue el ruso Khasan Baroev, el único que logró derrotarlo en Juegos Olímpicos, cuando empezaba a ser el niño gladiador que nunca dejó de ser.

Fue en Atenas 2004 y desde entonces nadie más pudo con él en olimpiadas hasta concluir ahora con cinco medallas de oro seguidas.

Recordó que en sus inicios juveniles ya tenía esas dimensiones exageradas en la caja del cuerpo y sin embargo no ganaba como quería. Su entrenador Pedro Val restaba presión a esas derrotas con una frase profética: cuando empieces a ganar no vas a volver a perder nunca.

Por algún lado del cielo, cerquita del avión, debe estar Pedro ahora mismo jactándose de su visión, que se complementó después en las manos también sabias de Raúl Trujillo.

Mijaín acepta fotos, sabe que serán muchas las personas a las que tendrá que complacer en Cuba y el mundo. En unos días viajará a la Siberia rusa donde otro gladiador salvaje en la historia, de nombre Aleksandr Karelin y apodado el Oso, ha organizado un agasajo para el primer deportista pentacampeón olímpico en la misma prueba.

Serán muchos los que veneren al Niño prodigio cubano de la Lucha, cuyas zapatillas dejadas en el centro del colchón parisino al término de su último combate en señal de despedida del deporte activo, engrosarán oficialmente el patrimonio olímpico.

Solo las indicaciones de sentarse ante la inminencia de atravesar una zona de turbulencias detuvo el ameno diálogo y Mijaín siguió su tránsito por la pasarela improvisada del avión.

Entonces, viendo esa mole de músculos y sentimientos caí en cuenta de que no era un chiste lo que dijeron sobre la demora en el despegue: imagino lo difícil que resultó acomodar dentro de un simple avión semejante carga de medallas y heroicidad concentradas en una sola persona. 

 

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