SI la felicidad fuera tangible todo amante o seguidor de la pelota vasca cubana debiera tener las manos llenas, hartas de una emoción que solo puede explicarse con las medallas de bronce que dos parejas cubanas han podido arrebatarle al Campeonato Mundial absoluto de dicho deporte, concluido el domingo último.
A los ojos del que no compite, para el que observa desde afuera o finge que no ve, Barcelona nunca fue un objetivo tan insensato.
¿Cómo un equipo cubano podría osar aspirar al podio en una disciplina donde los verdaderos monstruos tienen nacionalidad francesa, española, mexicana o argentina?
Las primeras derrotas en la lid no hicieron más que leña del árbol que aún no empezaba siquiera a germinar; sin embargo, ahí estuvieron los muchachos de la paleta de cuero y las chicas del frontenis para abofetear sin manos a los escépticos.
La dupla varonil compuesta por Armando Chappi y Frenddy Fernández dio cuenta dos sets a uno de la pareja gaucha, y luego el dueto femenino que integran Yasmary Medina y Lisandra Lima apabulló, también 2-1, a sus iguales de España.
Parece poco para un cubano que en los tiempos que corren anda muy mal acostumbrado a la idea de que en un evento, sea cual sea su nivel, hay que salir siempre con el oro al cuello.
Pero cuando un equipo se ve forzado a construir sus propios implementos, a cubrir con adhesivos las pelotas para que reboten con mayor rapidez y a empapar de agua con azúcar la cancha para más seguridad en el golpeo, entre otras innovaciones, solo para no dejar de entrenar, el jolgorio por un bronce mundial debería ser obligatorio.
Cierto, todo atleta de esta Isla sufre en exceso para encimarse a un podio, no importa el escalón. Por tanto, razones sobran para la satisfacción del deber cumplido, aunque muchos no perdamos las esperanzas de algún día vitorearlos por campeones.