Manuel Alejandro. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 06:58 pm
Cienfuegos. — Cuando entra en la oficina, Manuel Alejandro me dice que ya sabe atarse los cordones. Infiero que aquella primera entrevista de 2013, ahora le molesta. Tenía entonces cinco años, jugaba ajedrez y aún no sabía amarrarse los zapatos. A mí me pareció curioso en aquel momento, pero está claro que hoy, con casi diez cumplidos, ese chiste a él no le hace gracia.
Y a mí no se me ocurriría hablar ahora de eso. En definitiva tiene un «prestigio» que mantener, sobre todo con las niñas. Pero el verdadero amor de Manuel Alejandro López Suárez ha sido desde siempre el ajedrez, ese que a los tres años le intrigaba por el largo tiempo que pasaban sus primos frente a la computadora tratando de lograr un jaque mate. Poco tiempo después aprendería el nombre de las fichas y sus movimientos.
«Pero ahora mis primos no quieren jugar conmigo», me indica, seguro de la inminente victoria.
Le creo. No se enfrenta fácil a un niño de cuarto grado que juega de «tú a tú» con los mayores; que lideró en la provincia de Cienfuegos las categorías 9-10 y 11-12 con solo ocho años; que en el campeonato nacional pioneril se ubicó en el cuarto lugar; y en el recientemente concluido torneo infantil del Memorial Capablanca in Memóriam, alcanzó bronce.
«Me pareció una competencia buena, organizada. Casi todos mis oponentes eran niños mayores que yo, de hasta 14 años, algunos incluso con ELO acumulado, y alcancé el tercer lugar con tres puntos de siete posibles».
Fue esta la vez primera que la prestigiosa competencia cubana incluyó un certamen para menores. En la lid efectuada hace unos días en el Hotel Solymar Arenas Blancas de Varadero, Manuel Alejandro aprendió que el juego ciencia también requiere de preparación física.
«En la partida con Diego Enrique Lemus Morales (2014 de ELO) hice tablas, y estuvimos 5 horas y 20 minutos jugando. Me cansé mucho. Se me inflamó el cuello y en las próximas partidas no rendí igual. En la última me sentía mal y estaba incómodo. Pero cuando se alivió un poco el dolor hice una combinación y me llevé la victoria».
—¿Y cómo haces para salir bien en la escuela?
—Lo llevo todo junto. A veces falto por competencias y me pongo al día enseguida. En las mañanas tengo clases y entreno por las tardes. En la casa, por la noche, hago las tareas y sigo el entrenamiento.
A la vista común podría parecer demasiada carga para un niño de nueve años, pero Manuel Alejandro no se queja.
Su preparación la alterna con la práctica de fútbol, jugar —ajedrez— en los dispositivos electrónicos, escuchar música y ver los goles de Messi. Esa rivalidad de la Liga Española la lleva hasta los tableros.
«En una partida del Capablanca el otro niño le iba al Real Madrid y yo al Barcelona, y le gané».
—¿A quién de los ajedrecistas cubanos te gustaría enfrentar?
—A Leinier Domínguez.
—¿Y qué crees que pase?
—Posiblemente le haga tablas.
Reímos los tres, incluido su padre, que siempre lo acompaña. Juntos repasan los datos de cada competidor local a quien se enfrenta, los de cada torneo. Juntos hacen los ejercicios físicos, los entrenamientos, aunque su padre nunca se sienta del otro lado del tablero, posiblemente porque sabe que Manuel Alejandro le va a ganar, o va a hacer justamente lo contrario, «para no vencer nunca a papá».
Con zapatos ahora bien acordonados, cuyo chiste sigue sin gustarle, y por eso lo recalca, reconozco en una anécdota, aquella que puede ser su debilidad.
—Papá, qué lindos sus ojos verdes.
—Concéntrate hijo, que vas a perder.