Leonor Borrell conserva todavía esa pasión por el baloncesto que la llevó a estar en la élite mundial de este deporte. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 06:25 pm
El oficio periodístico de vez en cuando me sorprende con alicientes supremos. El último fue hace poco. Me encontraba tratando de «gardear» en la pequeña sala de su casa a la leyenda Leonor Borrell Hernández. Tanta historia de la considerada por muchos la mejor basquetbolista cubana de todos los tiempos, que me extrañó la ausencia de anaqueles desbordados de medallas, trofeos, reconocimientos.
Uno, dos galardones dispersos sin importancia. «Leonor, ¿dónde descansa tanta gloria acumulada? Sonríe. «Espera un minuto, muchacho», responde, y en menos de un minuto tenía ante mí un profuso catálogo que contemplaba, a base de instantáneas y noticias, el devenir de la villaclareña en cuatro juegos continentales y regionales, dos citas estivales, campeonatos mundiales, certámenes de las Américas, torneos domésticos. Poco más de media hora me tomó el repaso de esas pinceladas, que ratificaban una tras otra el señorío de la Lobezna mayor durante alrededor de 18 años en la duela.
Nació el 10 de noviembre de 1963. Un entrenador de Villa Clara cuando la veía le decía: «adiós, basquetbolista», sin ella serlo, tal vez guiado por su tamaño, por una calidad oculta que luego saldría a flote. Un día se decidió a practicar este deporte y entró en la EIDE a los diez años y entrenaba con las chicas de mayor edad. Participó en varios juegos escolares y en 1978 es escogida para participar en unos Juegos Juveniles de la Amistad en Europa. Luego pasa a la ESPA nacional hasta que entra al equipo Cuba en 1979 como invitada y asiste a los Juegos Panamericanos de San Juan, Puerto Rico, ese propio año. En brevísimo tiempo llegó su estabilización con el conjunto grande.
—¿Cómo recuerdas con 16 años, aquel trascendental triunfo en la final de los Panamericanos de 1979 ante Estados Unidos?
—Era muy jovencita y no tenía la percepción real de lo que era ganar un evento de ese tipo. Pero con el transcurso del tiempo he sabido apreciar su valor, pues fue el primer triunfo de Cuba ante un conjunto norteamericano.
—Luego llegaron los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 y 12 años después los de Barcelona 1992, donde quedaron cuartas…
—En Moscú asistí muy joven y ese quinto lugar es respetable. Mientras, en Barcelona quedamos cuartas, pero pudimos haber obtenido una medalla. Sucede que perdimos el partido por el bronce ante las estadounidenses, con el estímulo de haber derrotado a las rusas (91-89), quienes fueron campeonas olímpicas al final del evento bajo el nombre de Equipo Unificado. Pero en semifinales hubo desaciertos contra China y perdimos (109-70). Ese cuarto escaño es uno de los mejores momentos del básquet cubano, hay que trabajar muy duro para alcanzar resultados similares.
—En el campeonato del orbe de 1986 fuiste la mejor anotadora con 187 puntos. ¿Cómo llegaste a alcanzar tan relevante resultado deportivo?
—Es el fruto del sacrificio de varios años. Recuerdo que yo me quedaba en el tabloncillo con otras compañeras después de los partidos, y hacíamos muchos tiros en horarios extra. No fue un resultado que yo haya buscado, todo lo contrario, es el fiel reflejo del esfuerzo que caracteriza a un atleta.
Leonor durante el Campeonato Mundial celebrado en la URSS en 1986. Foto: Juan Moreno
—En 1990 Cuba logra su única medalla en mundiales de baloncesto, el bronce de la justa de Malasia. Descríbeme el ambiente vivido por ti y tus colegas en esa cita.
—«Ese año nos fogueamos mucho con bases de entrenamiento en Rusia y Argelia y todo el tiempo mentalizamos que había que coger una medalla. Más allá de la entrega física, pensar positivamente y la armonía con que jugamos el torneo influyó mucho en ese resultado.
—Fuiste el puntal ofensivo de la selección nacional por más de una década.
—Aunque no lo creas, eso lo disfruté mucho. Es una gran responsabilidad, sumada al rigor del entrenamiento y tensiones que hay que soportar, porque en ti está buena parte del futuro de determinados resultados. Viví muchas alegrías también, sobre todo porque el baloncesto para mí era, más que todo, diversión. Cuando tú haces algo que te gusta y disfrutas, los resultados salen solos.
—Un capítulo lujoso de tu carrera deportiva lo escribiste con las Lobeznas de Villa Clara en los torneos nacionales.
—Ese conjunto de Villa Clara no era un gran equipo, pero sí teníamos una virtud y era la cohesión. Gracias a ello logramos tres títulos consecutivos nacionales ante planteles de Santiago de Cuba, Capitalinas con una multifacética Dalia Henry, o Matanzas con Regla Hernández a la cabeza. Tuve el placer de jugar con María Elena León, Bárbara Castillo, Grisel Herrera, guiadas por nuestro entrenador Miguel del Río, que hizo un gran trabajo con nosotras.
—Para muchos aficionados y especialistas eres la mejor basquetbolista cubana de la historia…
—Si lo dice la gente… lo acatamos —sonríe. Sí quisiera que surgieran muchas jugadoras como yo para que el baloncesto dé pasos mayores en la actualidad o en el futuro.
—¿Qué me dices de compañeras tuyas en el cuadro nacional como Margarita Skeet, Regla Hernández, Bárbara Becker, Dalia Henry, María Elena León, entre otras?
—Sin el apoyo y la contribución de ellas dentro del tabloncillo, no hubiese llegado a ser lo que fui, porque es un deporte colectivo, y no hubiéramos alcanzado esos rendimientos destacados. Fueron jugadoras muy expertas, consejeras y actualmente buenas amigas.
—Llegan las Olimpiadas de Atlanta 1996, tienes 32 años, sin embargo, no asistes. ¿Qué ocurrió?
—No participé porque salí embarazada y no me arrepiento nunca de eso. Fue una decisión que muchos no aprobaron, pero yo siempre he dicho que mi medalla olímpica es mi hija Denise Nonell Borrell, mi motivo de existir. Después de eso jugué una Liga Nacional, pero me percaté de que ya no era lo mismo, tenía que esforzarme más y decidí retirarme ese año, en el momento oportuno. Al siguiente me realizan la despedida oficial, luego de 18 años dedicada a las canastas.
—De haber existido básquet femenino en la cita continental de Mar del Plata 1995, hubieses llegado a cinco Panamericanos.
—Hubiese sido un orgullo y a la vez un reto alcanzar cuatro medallas panamericanas en un deporte colectivo, porque ese año estábamos en muy buena forma. Pero eso no dependió de mí como tampoco en el caso de las Olimpiadas, en las que tal vez hubiese intervenido también en cinco versiones.
—¿Siempre quisiste ser pívot?
—Jugaba esa posición por mi estatura, pero me gustaba desempeñarme también de frente. Pero ya era costumbre jugar de espalda al aro, tenía más dominio del juego y suplía una necesidad del equipo.
—¿Fue el baloncesto de tu generación el mejor?
—Las comparaciones no son buenas. Sin embargo, los resultados hablan por sí solos.
—Después del retiro, ¿a qué se dedica Leonor Borrell?
—Primeramente, a crear mi familia, atenderla. Estuve un tiempo trabajando en el deporte, pero ya me desvinculé del mismo y estoy centrada en otros menesteres.
—¿Quinteto ideal?
—Es muy difícil, pero acepto el reto. Regla Hernández, Martha Reinoso, Caridad Despaigne, Bárbara Bécquer y yo.
—¿Y a Margarita Skeet, acaso no la incluirías?
—La pusiera de primer cambio.