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I S C A J I M

Iscajim, seudónimo con el que sellaba sus textos, que no era más que las sílabas iniciales de cada palabra que componían su «código personal»: Ismael Castellanos Jiménez

Autor:

JAPE

A un gran amigo, excelente persona, laborioso periodista y humorista por los cuatro costados, está dedicado nuestro número de hoy.

Cuando lo conocí, ya fungía como el redactor del semanario Palante, pero aún no sabía su nombre completo. Todos le decían Iscajim, seudónimo con el que sellaba sus textos, que no era más que las sílabas iniciales de cada palabra que componían su «código personal»: Ismael Castellanos Jiménez.

Tuve la suerte de compartir eventos culturales, bienales de humor gráfico, aquelarres, exposiciones, ferias del libro… en fin, muchos años de trabajo, con este singular hombre que siempre andaba tomando notas en su agenda, que más que libreta de apuntes, parecía un códice inca, lleno de garabatos y jeroglíficos.

Israel nació en La Habana Vieja, el 1ro. de octubre de 1942. Clasificó como periodista, guionista de historietas, redactor humorístico, poeta y escritor, y en todas con excelentes resultados.

Graduado de Licenciatura en Periodismo, en 1974, comenzó a publicar en el suplemento humorístico dedeté, y en Palante a partir de 1988; alternando como colaborador habitual en la página cultural del periódico Trabajadores, y otras muchas publicaciones y revistas. Según él: «Cerca de veinte, e incluso en algunas me pagan».

Con un sentido del humor muy fino, siempre buscaba la parte buena de todas las cosas, incluso las más enrevesadas. Pocos podrían imaginar qué gran poeta era nuestro colega, y cuánto había aportado al periodismo, el humor y la cultura nacional.

El reconocido periodista Jorge Rivas Rodríguez comentó sobre Iscajim en un artículo a raíz de su muerte el 23 de noviembre de 2021: «Sus textos siempre dejaban alguna enseñanza o precepto crítico sobre determinados asuntos relacionados con la vida insular contemporánea. Esa capacidad para derivar en chistes cualquier cuestión relacionada con nuestra existencia, con sorprendente imaginación y gracia expresiva, trascendía a su entorno familiar, a las reuniones con los amigos, a la redacción de Palante, a la cola de la bodega o a cualquier sitio donde hiciera estancia».

Las letras de algunas canciones

La vida evoluciona y con ella el arte. Recuerdo que no hace mucho, un grupo de ancianos inmigrantes españoles residentes en Cuba por muchos años, fueron a España a visitar su terruño. Sus anfitriones lo llevaron a un centro nocturno donde una cupletista entonaba canciones tradicionales, entre ellas La Violetera. En sus estrofas noté la acción de los nuevos tiempos. Decía la actual versión de la canción: «Cómpreme, usted, este ramito que no vale más que un dolaaár» (con acento final para sustituir a real). Me sorprendió al principio, pero enseguida comprendí que, desde aquellos tiempos de Sarita Montiel para acá, ha llovido mucho en el terreno de las finanzas y los precios.

A la canción del aguador, que conocemos todos los cubanos, habrá que hacerle algunos ajustes; porque en materia de acueductos se ha experimentado una sustancial mejoría. Y cuando falta el preciado líquido, nos es muy fácil encontrar quien lo venda «a tres quilos el cubo y la tinaja a medio».

Y si es en la canción dedicada al carbonero, tengo mis dudas sobre si sigue a «diez quilos el saco».; porque ahora los productores de carbón ya no son lo que eran en los tiempos de marras, ni ganan lo mismo que antes.

La canción El bodeguero no escapa a este ánimo renovador. Se dice ahí que dicho empleado labora «entre frijoles, papa y ají». En este caso lo que habría que cambiar no es la letra sino el título, y en lugar de llamarse El bodeguero, nombrarla el tarimero de agromercado.

A esa misma canción se le debería hacer también otro arreglito en la letra. Recordemos que expresa: «Toma chocolate y paga lo que debes». La intención del autor no es mala, porque no dudo que si uno se zampa un chocolatazo, ello le proporcionará calorías suficientes para decidirse a pagar la deuda. Pero, me parece que, visto tras el prisma de la actualidad, se presenta una contradicción: el chocolate no está a la patá, como quien dice. Y si uno tiene que ir a la «chopin» a comerse un paquete de chocolate, ya no le va a quedar dinero para pagar lo que debe.

Y en las inmortales canciones de El Guayabero, hay como para darse banquete. Para empezar, ya Marieta no tiene necesidad de «enseñarle las letras» a nadie, porque todo el mundo está alfabetizado. Y si se dedicara a algún oficio, nunca cobraría cuatro reales por un «trabajo», pues ya Marieta debe haberse calificado lo suficiente como para cobrar mucho más. Y algunas hasta quizás quieran cobrar en dólares (como en el caso de la violetera).

Otro ejemplo que quiero traer es el que nos relata la canción de que «en la finca de Don Goyo, le metieron a Dominga, una cabeza de pollo adentro de un pan con timba». ¡Qué es eso, caballeros! Sencillamente un flagrante caso de engaño al consumidor. Y que debe ser sancionado como corresponde.

Otro asunto que requiere ser estudiado es el de «la hija soltera de Urbano, que hizo un trato con Angulo; que le diera por el piano; la carretilla y el mulo». Correcto. Creo que, si la muchacha no sabe tocar piano y se quiere dedicar a la transportación, puede hacerlo. Pero habría que asesorarla para que sea un trato justo. ¿Quién sabe si la carretilla tiene comején? ¿Y si el mulo es vago y no quiere «enmular»? En casos como estos, yo le sugeriría que se agachara, teniendo en cuenta el interesante dato que revela la canción, de que «a la mujer cuando se agacha, se le abre el entendimiento». Así podrá valorar mejor el negocio que le ofrecen.

Otra cuarteta de la canción nos cuenta que El Guayabero vio «en el central Vertiente, a la orilla del arroyo, a una muchacha agachada, echándose agua en la frente». Muestra palpable de que tenía algún negocio entre manos, y quería que se le abriera el entendimiento.

¿Y qué me dicen de ese chino políglota que van a mandar a buscar para que le lea la carta de Corea?

En fin, que las canciones merecen un estudio a fondo de sus letras. Pienso que hasta daría material para una ponencia científica. Y para terminar, díganle a Marieta que venga a verme; que puede pedirme tres pesos con disimulo, y que luego me los pague… Como ella pueda.

ISCAJIM / dedeté, 1989

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