La desmemoria es una forma de morir, es construir sobre tierra arrasada, es sembrar en el aire. Anclarse al pasado, es arrastrar una capa de piedras; desasirse de él, echarse al mundo sin ojos. Es en ese equilibrio, en la reflexión sobre lo acontecido, que encontramos el más firme sostén de lo que hacemos.
Aunque cada individuo es una personalidad única, la herencia genética lega una serie de características de los progenitores a los descendientes, como un «autógrafo ancestral» que deja sus trazos en nuestras páginas para siempre. Esa heredad marca el color de los ojos, la pigmentación de la piel, el cabello y la estatura, por solo mencionar algunos aspectos visibles. Asimismo, su conocimiento resulta insustituible a la hora de prever o de tratar algunas enfermedades.
Sin nuestros padres y nuestros abuelos, no seríamos
Las herencias culturales tampoco admiten desmemoria. El mundo avanzó sobre la base de la conservación. La oralidad de África y Oceanía, los jeroglíficos egipcios, los quipus incas; así como la aparición de la imprenta, la fotografía y la computación, son intentos de registrar, transmitir y perpetuar acontecimientos, informaciones e ideas a través del desarrollo humano.
«Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes», se puede leer en una carta dirigida a Robert Hooke, firmada por Isaac Newton en 1676. Del padre de la Ley de gravitación universal al descubridor de las células. Si bien, algunas fuentes citan palabras anteriores con un esbozo similar, el físico y matemático inglés supo tributar un homenaje factual a todo el conocimiento que lo antecedía, imposible de ignorar.
El siglo dieciocho vivía su estertor cuando Napoleón Bonaparte llegó con su campaña de conquistas a la tierra de los faraones. Un deslumbramiento, tan largo como el Nilo, atravesó su pensamiento, y ante la majestuosidad de las pirámides, ante sus soldados, sobrevino aquella declaración lapidaria: «Desde estos monumentos cuarenta siglos de historia os contemplan».
Justamente en esas tierras se vivió uno de los capítulos más increíbles en la preservación del patrimonio universal. Ante el peligro que significaba la presa de Asuán para semejante legado, la Unesco lideró el desmontaje de los templos de Abu Simbel, pieza por pieza, y su posterior reconstrucción en un lugar adecuado. Naturalmente, no se trataba de salvar solo la piedra, sino la huella de una civilización capital para entender el devenir del universo.
Cada piedra tiene su latido
La propia Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura incluyó recientemente la práctica y los usos sociales del bolero en Cuba y México en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Cabría preguntarse, con toda sinceridad, cuánto hemos hecho en los últimos años por su salvaguarda, por el cuidado y la promoción de quienes lo cultivan, por resguardar sus escenarios.
El Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, el Festival del Caribe y la Fiesta de la Cubanía, entre otros, son eventos culturales que apuestan por validar
nuestra identidad nacional y regional, cada uno con su propio sello. Son plataformas de la memoria, sin dejar de ser vitrina de lo más contemporáneo. Esa debería ser la filosofía que transversalice otras propuestas (repito la palabra, propuestas), sin etiquetas etarias, sin pensar por los demás.
Solo se ama lo que se conoce
Es cierto que la navegación virtual, que las redes sociales, han conmovido los tiempos de caducidad y las distancias; justo por eso necesitamos buenos timoneles, no corsarios. La patria íntima es un fino bordado que se entrelaza con hilos del presente y del pasado. La desmemoria empieza por descalificar lo anterior y acaba quebrando los lazos. Y un día nos levantamos, y ya no sabemos quiénes somos.