¿Saben lo que es un raspero? No, el que canta verso tras verso, en forma de seguidilla, no lleva letra, «ese»: ese es un rapero. Yo soy raspero, con «ese» intermedia, raspero: el que le gusta la raspa. ¡No!, tampoco soy un «comerraspa». Eso es como ser un come basura, un come… ¡No! Lo mío es más literal. Me encanta comerme la raspa de la comida que se queda pegada al caldero. No la que se quedó incrustada al fondo porque se quemó «la jama». La raspa que a mí me gusta es la natural, la que es producto de una cocción con poca grasa, sin revolver constantemente.
Yo me refiero a esa raspita que antiguamente quedaba pegada a los calderitos de hierro que se ponían al fogón, a fuego lento, al carbón. Quién vivió mucho tiempo en el campo sí sabe de lo que hablo: esa raspita de arroz, o de harina de maíz, acompañada de un cucharoncito de potaje de frijol colora’o bien cuaja’o… ¡ah, qué maravilla! Se me hace la boca agua.
¿Qué me dicen de la raspa del congrí con un poquito de manteca de puerco y un par de huevos fritos? Lo ideal sería la masa del puerco y obviar el huevo; pero tampoco hay que ser tan exigente, sobre todo si tenemos a mano una cuña de aguacate maduro, o unos platanitos fritos o al estilo tentación…
No abundaré más porque no somos de piedra. Solo quiero señalar que para mí, tan importante es una buena comida como una buena raspa. Y si hablamos de la raspa de la repostería… ¡hasta ahí las clases! ¿En qué casa no se fajan por la raspa de la natilla, del dulce de leche, del boniatillo? Aún caliente, pegada al fondo, grumosa…
¿En qué humilde morada no se han escuchado frases como estas, que incluyen advertencias so pena de muerte?: ¡Me dejan la raspa! ¡No frieguen la cazuela! Por supuesto que después el utensilio pasa por el pertinente aseo, pero antes hay que deleitarse con la raspa.
Se preguntarán a qué viene todo este encomio a la raspa. Inmediatamente les explico: Alzo mi voz, porque una vez más la modernidad, con sus sofisticadas ofertas en el mercado, socava la integridad y permanencia de un patrimonio cultural. De un componente de la idiosincrasia. El arte culinario es cultura, y la raspa (en sus mejores y más deliciosas propuestas) forma parte del arte culinario. Un plato rápido y fácil de hacer, al alcance de todos.
Lamentablemente en días pasados, en mi casa, mi esposa, a modo de reconciliación, pues hacía meses no nos hablábamos, hizo arroz con leche. Lo pensé dos veces antes de gritar. No quería dar mi brazo a torcer. No quería mostrar alegría y satisfacción. La felicidad experimentada con el silencio matrimonial era excepcional. Regresar al diálogo constituía todo un riesgo, pero una raspa de arroz con leche (con leche condensada) bien merece una misa, y grité: ¡No frieguen la cazuela, la raspa es mía!
Mi esposa no lo pensó dos veces y sin ambages me miró retadora. Pensé que habría bronca por la raspa y no fue así. Se avecinaba algo peor. Dicho y hecho. Sin darme tiempo a nada, mientras metía el caldero bajo la pila abierta del fregadero, deshacía toda posibilidad de paz con sus palabras: «¡Ni lo pienses, esta cazuela es de teflón y no se puede raspar!».