Pedro de la Hoz Autor: José Luis Estrada Betancourt Publicado: 21/09/2017 | 06:51 pm
«Informar es, por sí mismo, una gran responsabilidad». Desde el principio, eso le hizo saber a Pedro de la Hoz, uno de los exponentes más brillantes del periodismo en Cuba, su tío Roberto González Quesada, quien recibiera, en 1999, la misma alta distinción que ahora su sobrino ostenta, el Premio Nacional de Periodismo José Martí.
Fue así, bajo el influjo de ese grande, como este cienfueguero empezó a sentir un apego por esta profesión que ama y que le ha permitido vivir momentos que no olvidará jamás: trabajar muy de cerca, junto a Luis Báez con un estadista de la talla de Evo Morales; entrevistar a figuras emblemáticas como Alicia Alonso, Luis Carbonell, Julio Cortázar, Leo Brouwer; viajar con Silvio Rodríguez a Chile pocas semanas después de la salida de Pinochet del poder; seguir la Operación Tributo...
«Me recuerdo de niño con mi tío dentro de la redacción del periódico El Comercio. Después tuve el privilegio de trabajar con él en Vanguardia, del cual fue fundador. Roberto González Quesada constituyó un paradigma para mí. Y eso inclinó mucho la balanza a la hora de elegir mi futuro, porque en los inicios deseaba ser músico», confiesa De la Hoz a JR.
«Es más: cursé varios años de nivel elemental de piano, estudié Teoría y Solfeo, Apreciación musical, Armonía… Luego, con la crisis de los adolescentes, me dio por las ciencias, aunque al final pudo más la formación humanística que me dio mi familia: gente muy humilde, pero de lecturas».
Después vino el tiempo del preuniversitario en que decidió alejarse de los suyos en la Perla del Sur para becarse en La Habana. Cuando vino a ver ya había dejado de ser un extraño para El Caimán Barbudo. «En aquella época escribía poemas, de los cuales creo que solo he salvado unos diez, de cientos que eran (sonríe). En ese tiempo acabó de convencerme un interesante taller literario que se desarrollaba en mi preuniversitario, que contó con profesores como Nicolás Guillén y Dora Alonso, porque Bladimir Zamora, uno de mis compañeros de entonces, era un promotor increíble. Ahí coincidimos gentes como Alex Fleites, Arturo Arango, Jorge Petinaud... Pude haber escogido Sociología, Ciencias Políticas, Letras, pero sentí que no había mejor camino para mi realización personal que el Periodismo».
—¿Sabías de antemano que escribirías sobre el mundo del arte y la literatura?
—Eso fue lo que siempre quise, aunque me propuse no quedarme solo ahí, a partir de la experiencia tan enriquecedora que representaron mis prácticas en Bohemia, donde además del aprendizaje que logré bajo la tutoría del maestro Leonel López-Nussa, me honré con ser alumno de otros dos genios: Mario Kuchilán y Enrique Capetillo, un sabio del deporte. Por eso he podido abarcar los más disímiles perfiles: deporte, política, agricultura…, por curiosidad y por aquello de conocer más.
—Después de graduado te tocó regresar nuevamente al centro...
—Trabajar en provincias me permitió adquirir el conocimiento de la base, un aprendizaje que no cambio por nada, una experiencia insustituible. Fundé el periódico 5 de Septiembre en Cienfuegos, pero era una época de cierto pensamiento dogmático, en la que el ejercicio de la crítica, no solo artístico-literaria, sino también social se veía con incomodidad por ciertos elementos que trataron de asfixiarme. Permanecí allí mientras uno de mis grandes amigos, Enrique Román, dirigió el periódico.
«Luego me trasladé para Santa Clara donde, por suerte, hallé al otro gran director, Pedro Hernández Soto, “famoso” por su mano dura con los periodistas, pero también porque los defendía a capa y espada. Hernández Soto me puso, sin embargo, al frente del equipo económico de Vanguardia, para así garantizar las dos cosas (sonríe). Escribía sobre estadística, planificación, normalización, temas que parecían muy áridos pero que después descubrí no lo eran tanto... Tocar varias áreas me reafirmó mi perfil cultural, y a la vez me confirmó la idea de que la cultura va más allá del arte y la literatura; es un concepto antropológico muy amplio, que tiene que ver con la producción de sentido, con los saberes acumulados a partir del proceso de decantación y asimilación».
—¿Cómo se produjo tu entrada a Granma?
—En realidad fue Enrique Román quien me mandó a buscar. Envió a mi casa a Marta Rojas, a la cual no hay quien se le resista. Yo estaba almorzando cuando ella llegó: «Deja los frijoles esos y arranca para La Habana, que Román te está esperando». Román acababa de ser nombrado director de Granma. Desde entonces (1988) hasta hoy: toda una vida.
—Fue en Granma donde te dedicaste por completo a la cultura...
—Exacto, en Granma, bajo las órdenes del maestro Rolando Pérez Betancourt, quien fue por muchos años el Jefe de esa Redacción. Yo lo sustituí en el 2001, cuando decidió dedicarse de a lleno a la crítica cinematográfica y a escribir su literatura, en lo cual es genial.
—¿Qué rasgos debe poseer un periodista cultural para ejercer la crítica?
—Un gran poder de observación. Un sentido selectivo de los procesos artísticos-literarios, además de conocimientos sobre la disciplina, aunque no necesariamente tiene por qué ser un creador. Hay creadores que se han dedicado a la crítica y resultado muy buenos, otros lo han intentado pero sin mucha suerte. Existen manifestaciones que requieren un bagaje técnico mayor, como la música, por ejemplo. No es que se deba solfear o tocar un instrumento, pero sí tenerse muy claro la estética y la apreciación musical. En el caso de las artes plásticas se debe estar muy informado, mas no es suficiente. Se necesita poder de observación, de selección, de análisis y, al mismo tiempo, saber sistematizar esos procesos, de lo contrario no se logra una crítica responsable.
«Habría que buscar de qué manera los periodistas que posean un espíritu crítico llegan a adentrarse en los secretos de las disciplinas, y que quienes estudian carreras como Teatrología y dramaturgia, Musicología, Historia del arte, Filología, encuentren una vocación periodística, porque a veces suelen ser densos.
«En Cuba sucede algo curioso: contamos con excelentes críticos, pero no existe la crítica, o sea, hay gente que ejerce muy bien la crítica, aunque falta la sistematización de la misma en los medios, y es que no está debidamente incorporada en las líneas editoriales, por tal razón es esporádica.
«No soy de los que concibe la crítica para el artista. El crítico debe escribir para el público, ser un mediador, un intérprete de una obra, de un fenómeno, de un proceso artístico; y hacerlo no a partir de la autosuficiencia, sino con la mayor humildad, con un sentido tremendo de la ética.
«Asimismo una parte importante de los creadores no está preparada para la crítica, sino para el elogio, para las exégesis de sus obras; se molestan, se sienten incómodos. Pero insisto, jamás pienso en el creador, sino en el lector, el espectador, en el público, al cual debemos acompañar en los procesos de análisis, de recepción de la obra artística, sobre todo en un mundo donde se confunden las jerarquías, donde, como decía Julio García Espinosa, a veces la fama es más importante que el talento; donde se vende por verdadero lo falso, donde se desdibujan gustos, donde la avalancha mediática tiende a homogeneizarlo todo. Por tal motivo es tan necesaria la crítica que explique, o por lo menos que oriente a la gente qué se va a encontrar. No se trata de imponer gustos, ni criterios, sino de ofrecer herramientas para que la recepción de las producciones culturales se haga bajo un prisma consciente».
—Tu primer libro data de 2004...
—Salió por la Editorial Letras Cubanas. Se trata de una monografía que escribí por encargo de Abel Prieto. Era evidente que aunque nuestro país es el que más ha publicado literatura africana, y dentro del ámbito latinoamericano resulta tal vez el que más ha hecho por preservar las culturas y la herencia de África, faltaba un especie de breviario donde esa información se pudiera encontrar. Así nació África en la Revolución Cubana, al parecer un libro útil todavía, va por tres ediciones... La mayoría de mis libros son prolongaciones del ejercicio periodístico. En ese caso se hallan, Como el primer día, de entrevistas, y el ensayo Durban, diez años después.
—Hiciste muy buen equipo con Báez...
—Es que era un gran entrevistador y un gran buscador de temas. Una vez nos preguntaron en la UCI: ¿cómo se puede escribir a cuatro manos? Muy fácil, respondió Báez. Yo pongo los temas, entrevisto, hago la investigación, y él escribe (sonríe).
—Tu labor periodística ha tenido que «enfrentarse» a tu responsabilidad como vicepresidente de la Uneac...
—Sí, una responsabilidad que me deja mucho menos tiempo y que representa un enorme desafío. El problema es que me lo he tomado en serio, por ello dedico todas mis energías a velar porque se cumplan los acuerdos emanados del último congreso; es un compromiso que tengo con los que me eligieron y con Miguel Barnet, a quien considero como un familiar cercano... Sí, es abrumador por momentos, pero uno no puede rehuir de los deberes, máxime con la vocación de servicio que me acompaña. Por tanto, dondequiera que me llamen, mientras que sea por mi país y por mi cultura, ahí estaré.