Xiomara Palacios asegura sentirse una persona realizada. Autor: Jacala Publicado: 21/09/2017 | 05:54 pm
Titiritera, actriz, humorista, repostera exquisita… esta última condición me obliga a aparecérmele de vez en cuando en su apartamento de la calle Línea a una hora un tanto sospechosa: el mediodía, pero ella no se amilana, siempre hay un batido, un jugo de frutas, y en el mejor de los casos, un delicioso almuerzo para el inoportuno visitante.
Pero sobre todo, Xiomara Palacios es una gran amiga, de esas que son para toda la vida; mujer transparente, sin doble fondo, es eso que nuestras madres y abuelas llamaban «trigo limpio».
Recientemente, la realizadora audiovisual Alina Morante le dedicó un documental, Tras el retablo, que tiene el indudable mérito de atrapar al ser humano —por encima de la profesional— en cuerpo y alma, con su locuacidad, su sentido del humor y su carácter de excelente anfitriona.
Para ahondar un poco más en esta mujer que no cesa de trabajar (y de sonreír, y de soñar), Juventud Rebelde la aborda:
—¿Qué significa (y en qué consiste) el premio que acabas de recibir en España por tu trabajo con los títeres?
—Un honor muy grande, porque lo han recibido 15 titiriteras muy importantes, de México, Perú, Dominicana, Inglaterra, Colombia y España, entre otros países. Y porque lo van a entregar durante la edición 33 del Festival Internacional de Títeres de Bilbao, que es un buen festival y veré propuestas de distintas partes del mundo.
—¿Qué es para ti el teatro de títeres? ¿Consideras que es un arte menor dentro del teatro?
—No es menor, es diferente. La verdad es que es una profesión muy sui generis y creo que la gente que está vinculada a ella son artistas muy especiales porque entran la actuación, la manipulación del títere y otras disciplinas.
—¿Qué lugar ocupa en tu vida el Teatro Nacional de Guiñol?
—Entré cuando tenía 20 años y con los Camejo aprendí la profesión, la disciplina, el rigor profesional al mismo tiempo que nos divertíamos. Y sobre todo, que se involucró un grupo de artistas con la consciencia de que estaba haciendo algo importante en el panorama cultural cubano.
—Te has destacado como actriz humorística, ¿por qué elegiste esa faceta?
—No la elegí, la vida me la puso en mi camino. Considero que era la continuación del humor que hacíamos para los niños en el Teatro Nacional de Guiñol.
—¿Qué criterios tienes acerca del humor en Cuba, y de este específicamente en el teatro?
—La creación del Centro Promotor del Humor ha sido fundamental para desarrollarlo. Cada día se están haciendo propuestas más interesantes, de pensamiento profundo hacia los problemas que confrontamos, siempre pasados por el tamiz de la burla y el choteo.
«No sé por qué el teatro y el humor andan como separados. Sin embargo, en el último Aquelarre se vislumbraron atisbos de quererlos unir, porque algunas propuestas tuvieron la intención de teatralizarlas».
—Has incursionado también en el teatro —por llamarle de algún modo— «serio». Háblanos de ello.
—Bueno, los Camejo, en su afán por hacer teatro de títeres para adultos, usaron a los más importantes dramaturgos como Valle-Inclán, Lorca, Jarry, Aristófanes, Giraudoux, Fernando de Rojas, Maiakovski y muchos más que harían interminable la lista. Así que lo demás que hice no fue sino continuar con otros autores «serios».
—¿Qué jerarquía le das a lo profesional?, ¿es más importante que tu vida privada?
—No. Siempre conjugué darle importancia, cuidado y amor a mi familia y a mi profesión. Aunque no te niego que a veces la balanza caía más hacia lo profesional porque mi familia reclamaba más atención. Sobre todo mi hijito, que lógicamente, quería estar siempre conmigo.
—Entonces, ¿te consideras una mujer (o mejor aun) una persona realizada?
—Decididamente, sí. Es lugar común entre los artistas decir que hacer lo que a uno le gusta y además ser remunerado por ello es perfecto. He sido respetada por la crítica, los directores, he sido premiada, y como decía Lola Flores: «Yo, con mi artistaje, he recorrí’o el mundo». No lo he recorrido, pero he ido a bastantes lugares en función de mi trabajo. En fin, que no me puedo quejar…
—Entonces, ¿se cierra ya el telón?
—¡Eso nunca!