Cerca del Portal de los Dulces fue presentado el libro El cine según García Márquez. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:46 pm
CARTAGENA DE INDIAS, Colombia.— Muy cerca del Portal de los Dulces, antes llamado Portal de los Escribanos, el lugar donde Florentino Ariza declaró su amor a Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera, fue presentado el libro El cine según García Márquez, que escribí animado por el empeño, ahora lo sé bien, de retornar a Cartagena y ofrecer un homenaje a mi periodista y escritor favorito. El sueño concretado reforzó su realismo mágico con el aroma a canela y a guayaba, a confituras de coco o tamarindo, que inundaban el Portal mundialmente famoso adonde he retornado, diez años después de mi primera visita, con un libro sobre el más grande de los escritores colombianos.
A pesar de que poner a punto estas 374 páginas me tomó casi cinco años de albures y ansiedades, alcancé una de las mayores recompensas imaginables: hasta el día de hoy algunas de las personas más conocedoras del hemisferio garcíamarquiano me dispensaron innumerables gestos amables y reconocimientos a la magnitud del esfuerzo. La mayoría de ellos, aunque estén en desacuerdo con algunos de mis criterios, aprecian la provocación que implica revalorizar, desde el desprejuicio, el aporte de García Márquez al cine latinoamericano a partir de la relectura de los principales filmes en que participó el escritor, o que se inspiraron en su obra, desde El gallo de oro y Tiempo de morir, en 1964-65, hasta Del amor y otros demonios o Memoria de mis putas tristes, en 2010-11.
En el intento de defenestrar prejuicios como aquel que asegura la inexistencia de alguna buena novela que haya generado un filme notable, se escribió El cine según García Márquez. Porque incluso el colombiano universal declaró en varias ocasiones que sus relaciones con el séptimo arte se parecían a las de un matrimonio mal avenido, y de pronto me empeñaba yo en contradecirlo, en tratar de encontrar virtudes y explicar falencias no solo en las películas revalorizadas, sino también en la obra de los cineastas que asumieron el reto, como los mexicanos Jaime Humberto Hermosillo o Arturo Ripstein, o el brasileño Ruy Guerra, además de caracterizar los contextos cinematográficos originarios.
Y uno puede hasta darse el gusto de escribir desafíos que reten estribillos y monomanías —como la comparación mecánica entre las calidades del relato original y su versión para el cine—, pero el placer de escribir contra el gusto estandarizado se acrecienta cuando la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano (implementada en 1994 por García Márquez) me ofreció la oportunidad de presentar el libro precisamente en la misma ciudad donde el premio Nobel de Literatura vivió, estudió y laboró. Y así llegó mi librito a la Casa Bolívar, de Cartagena, cerca de las imponentes murallas y del Portal de los Dulces, el sitio en el cual Fermina rechazó a su pretendiente y dio lugar a una espera de amor que se prolongó 51 años, nueve meses y cuatro días. Gracias a todas las buenas energías que le regalaron un grupo pequeño de gente, el texto concluyó y se presentó con la Torre del Reloj a la vista, muy próxima a las mismas plazas y calles por donde transitaron no solo los personajes de El amor en los tiempos del cólera, sino también los infortunados amantes que protagonizaron Del amor y otros demonios.
Gracias a esta invitación de la mencionada Fundación, en componenda con el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, llegué a Colombia, muy cerca de la calle Factoría y de la mansión donde se instaló Simón Bolívar a su llegada a Cartagena, según se cuenta en El general en su laberinto. En otras palabras: llegué a esta ciudad para tratar de bailar en casa del trompo, en un solo ladrillito, y mi atrevimiento fue premiado con el inmenso placer de conversar con algunas autoridades de la cultura, el periodismo y el cine colombianos, a propósito de mis criterios sobre 25 filmes de sesgo garcíamarquiano, es decir, inspirados en sus relatos (guiones, crónicas, cuentos o novelas). Pretendo describir los principales motivos que animaron la obra literaria y, por supuesto, los paulatinos acercamientos al cine del más insigne exponente del realismo mágico.
El libro intenta trazar un paralelo entre las adaptaciones cinematográficas y periplos biográficos como los primeros deslumbramientos del futuro escritor con el cine, la estancia en Roma para tratar de aprender el oficio de guionista, la incursión reporteril en Europa, el período de crítico del séptimo arte cuando regresó a Colombia, el exilio en México y sus contactos con la industria cinematográfica de ese país, el paréntesis y consagración mundial que significó la publicación de Cien años de soledad, las residencias en distintos países, el Premio Nobel y la fundación de la Escuela Internacional de Cine y Televisión, en San Antonio de los Baños, de cuya Mediateca salieron mayormente los archivos escritos y audiovisuales que alimentaron mi libro.
Por supuesto que «lo garcíamarquiano» descrito en el volumen y llevado a la pantalla tiene muy diversas maneras de materializarse, ya sea a través de relatos que juegan con la contingencia realista o periodística, los cuales se acercan al realismo mágico, y las obras más recientes, inclinadas a la visión nostálgico-romántica. Una vez analizada la posibilidad o imposibilidad de crear una narrativa cinematográfica cercana en espíritu a los derroteros literarios antes mencionados, el libro podía completarse con el análisis de lo que significa el realismo mágico en la literatura y el cine latinoamericanos, así como la contribución de la literatura a la legitimación de las cinematografías nacionales en Latinoamérica.
La Fundación del Nuevo Periodismo quiso que mi presentación ocurriera dentro de la edición 54 del Festival Internacional de Cartagena, cuyos jurados eligieron como mejor película la colombiana Tierra en la lengua, de Rubén Mendoza, quien también recibió el premio en la categoría de mejor director en el apartado de la competencia de cine nacional. Alejandro Fernández Almendras se quedó con el reconocimiento de la crítica internacional por Matar a un hombre (de Chile) y, asimismo, el jurado entregó un premio especial a La tercera orilla, de la realizadora argentina Celina Murga. El filme ganador, Tierra en la lengua, es una suerte de homenaje a los patriarcas a través de su personaje central, un abuelo terrateniente muy en el linaje de los Buendía, una estirpe tal vez condenada a varios siglos de eternos retornos, ya sea a Cartagena, o en una barcaza que remonte el río Magdalena.