Prisoners, seguramente el thriller más emocionante, sorprendente y perturbador que pueda entregar el cine norteamericano contemporáneo. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:45 pm
Por mucho que lo intente, usted no podrá atender al teléfono, colar café ni conversar con las amistades mientras ve una película como Prisoners, y por eso sería ideal verla en el cine. Pero si la ve en su casa, y se distrae un momento, le será muy difícil seguir la trama, y comprender hacia dónde va una película cuyos numerosos enigmas le impiden al crítico aludir a su argumento, si es que el escribiente respeta el deseo del espectador de que no le cuenten lo que pasa. Sin embargo, también es preciso reconocer cuán complicado resulta evaluar un filme sin aludir por lo menos a su género, a su relato, al tipo de personajes que implica y a las estrategias narrativas empleadas. Y todo ello tal vez parezca que le arruina la fiesta, pero juro solemnemente que intentaré mantener las respuestas suspendidas, como también ocurre en todo buen thriller.
En un contexto azulado y frío, de cielos nublados y premonitorios, noches gélidas, neblina o llovizna, acontece la mayor parte de Prisoners, seguramente el thriller más emocionante, sorprendente y perturbador que pueda entregar el cine norteamericano contemporáneo, aunque debemos reconocer que la dirigió un canadiense con brillante currículo en el cine reflexivo. Con una lista de filmes independientes y francófonos a su haber (Politécnico, Un 32 de agosto sobre la tierra, Maelstrom), Denis Villeneuve alcanzó la fama mundial luego de redireccionar el melodrama de sesgo político en Incendies, aquella película sobre dos hijos que intentan cumplir la última voluntad de su padre, y descubren en el Líbano las raíces de los traumas más oscuros.
Oriundo de Quebec, Villeneuve tuvo un excelente 2013, pues logró la hazaña de dirigir y estrenar dos películas, la surrealista Enemy, que todavía no hemos visto, y la no menos inquietante Prisoners, que recién pasó por las salas de estreno y muy pronto estará en la televisión.
Al igual que en Incendies, Villeneuve relata una historia compleja, plena de peripecias y rica en atmósferas angustiosas, con la impecable colaboración del fotógrafo Roger A. Deakins (colaborador habitual de los hermanos Coen) y un impecable guión de Aaron Guzikowski. Con sus emociones in crescendo, operando como a saltos, retando la capacidad deductiva del espectador, el filme consigue muy pronto la identificación con los personajes víctimas del horror y la desesperación, y por lo tanto usted debe prepararse a sufrir con ellos a lo largo de todo el metraje, si usted es de los que se cree de verdad las películas.
No hay que preocuparse por disfrutar a fondo este tipo de propuestas, porque la angustia culmina con el final, y tal padecimiento se asocia con el despliegue de la poderosa cualidad del cine para atraer, comunicar y al mismo tiempo tocar la sensibilidad del espectador. En este caso se trata de la potente narrativa asociada con el suspenso y el thriller a lo Hollywood, dentro de una variante sin dudas profesional y respetable. Es cierto que los personajes que se toman la justicia por su mano, o tratan de vengar la muerte de los seres queridos, han protagonizado centenares de thrillers, pero muy pocos alcanzan la complejidad sicológica, sutileza y notable hechura de esta película relacionada con la violencia y la fe, el secuestro de dos niñas pequeñas y las familias sufrientes, la diversidad de sospechosos maniáticos y delirantes, un detective en busca de la verdad y con complejo de culpa y personajes comunes devenidos héroes y víctimas.
Desde la primera escena, cuando el protagonista caza un siervo mientras se escucha la oración del Padre Nuestro, y luego dos familias se banquetean con la carne del pobre animal, nada menos que el Día de Acción de Gracias, uno percibe que Villeneuve y sus colaboradores quieren comunicarnos algo más que una trama de crímenes y suspenso. Aquí están los personajes atormentados y pesimistas, que entrechocan con otros, descreídos y capaces de cualquier atrocidad en medio de la desesperación y la esquizofrenia. Pero unos y otros, buenos y malos, parecen atrapados en el más incurable desamparo, y siempre a dos pasos de la ofuscación que conllevan la violencia y el horror.
Al igual que los héroes de filmes clásicos como El silencio de los corderos o Se7en, los protagonistas de Prisoners se adentran en valles de sombra y muerte, sobrecogidos por el temor de lo que serán capaces de sentir, o de hacer, cuando muy poco queda ya de las certezas y convicciones que antes los sostuvieron. Para lograr que el espectador acompañe a los protagonistas, el padre desesperado y el detective flemático, en el gradual descenso al infierno, el guión cambia constantemente el punto de vista, de modo que resulten nítidos los móviles de cada uno, y por tanto se puedan cuestionar con claridad, desde la razón y la ley, o desde el instinto y el amor lacerado, las opiniones y decisiones de ambos personajes.
Y aunque suene a logro pequeño, de dramaturgia elemental, tampoco es que abunden las películas con semejante balance entre las éticas dominantes que representan unos u otros personajes, y la derivada implicación emotiva del espectador. Aquí la narración fluye, y sin que percibas bien el momento en que ocurre, la trama te arrastra, lo cual obedece no solo a los excelentes personajes modelados en el guión, sino a las brillantes interpretaciones, en primer lugar, de Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal, pero también de Viola Davis, Maria Bello y Melissa Leo, quienes contribuyen en alta medida a que el cuadro interpretativo trascienda los marcos de la testosterona amenazada.
Desde Los Miserables, incluso a lo largo de la comercialísima saga de Wolverine y los hombres X, Jackman demostró su capacidad para desplegar intensidad máxima cuando se lo permiten o exigen. El padre atormentado que le diseñaron en Prisoners está tan marcado por la angustia primero, y después por la furia y la incapacidad de razonar con claridad, que el rostro y el cuerpo del actor parecen estallar conmocionados por la tremenda tensión a que está sometido su personaje. A su lado se destaca la ecuanimidad y el control de Jake Gyllenhaal (protagonista también de Enemy, y de la antológica Brokeback Mountain) en el papel del detective metódico y profesional, pero un tanto ausente y también enigmático, y por ello mismo perfectamente capaz de perder el control y reaccionar como un ser humano, vulnerable y fraterno.
Y aunque la anterior contraposición suene a esquema dual de los más socorridos en la dramaturgia de tanta mala película, Prisoners rompe esquemas en varias direcciones, y por un lado confirma las expectativas de quienes adoren el thriller, mientras que por el otro ofrece, a todos aquellos incapaces de garantizar el fanatismo con algún género cinematográfico, mucho más, en serio, mucho más, que la consabida historia de policías sagaces y «atrapad al criminal».