El conjunto escultórico a la memoria de Barbarito Diez en Manatí es como un templo para rendirle tributo. Autor: Juan Morales Agüero Publicado: 21/09/2017 | 05:15 pm
La historia no se perdonaría faltar a la memoria de Barbarito Diez, quien este domingo cumpliría 102 años de edad. De ahí que en su querido Manatí se le develara el conjunto escultórico que enaltece el parque municipal. No podía tener mejor compás el pentagrama local que ese homenaje marmóreo a uno de sus hijos de mayor linaje popular.
Fue el artista tunero Rafael Ferrero el que moldeó este popurrí de formas, símbolos y colores que se yergue como un inusitado atril de reminiscencias danzoneras. Se trata de un regalo para quienes guardan en la partitura de su corazón la cadencia de un montuno convertido en sentimiento por una voz que nadie hasta la fecha ha igualado.
Tres bloques diferentes, tanto en forma como en contenido, le insuflan vitalidad al conjunto escultórico, labrado y realizado con la devoción de quien piensa en la posteridad.
Uno es negro, tosco y sin pulir. Representa el matiz de la piel del hombre que nació en cuna pobre, pero con la fortuna espiritual por madrina. Tiene en su cara anterior una inscripción: Barbarito Diez —1909. Con toda intención, no se consigna el año de su fallecimiento, porque los lugareños lo siguen considerando vivo y presente.
Otro bloque es gris y está situado a la izquierda. Guarda la primera estrofa del danzón que el Príncipe Negro le dedicó a su terruño, en letras y fondo del mismo color. Simboliza la sobriedad del artista, su empeño en pasar inadvertido, su carácter poco dado a la notoriedad. Es un monumento a su sencillez ante la vida.
Un tercer bloque, de tono más claro, sintetiza los méritos alcanzados por el cantor en su brillante carrera profesional. Es de superficie pulida, elaborada, maciza... Resalta por ser el más alto de todos. Empotrada como un corazón en medio del mármol, la imagen de Barbarito es un canto a su recuerdo. Un danzón hecho legítima fisonomía.
El conjunto escultórico a la memoria de Barbarito Diez en Manatí es como un templo para rendirle tributo. Mientras se recuerde su figura enhiesta, su voz de tomeguín, su ebánica compostura, habrá danzón.
Como dijo de él un admirador: «A Barbarito le ocurre como a Carlos Gardel: ¡todos los días canta mejor!». Y Miguel Barnet, en su libro Autógrafos Cubanos, añadió: «...su voz de palo de monte, como una raíz de cuya savia se nutren los aires de la Patria».