La Bruja, libro de Jules Michelet. Autor: Cortesía del periódico Vanguardia Publicado: 21/09/2017 | 05:02 pm
Difícil, terrible, era la existencia de la mujer en el medioevo —si ahora tampoco es sencilla, ya podremos imaginar lo mal que se las apañaba durante la Edad Media (476-1450). De ello da fe el francés Jules Michelet —toda una autoridad en lo concerniente a la Revolución francesa—, en su obra La bruja, que la Editorial Arte y Literatura ha puesto a disposición de los lectores cubanos.
Dividida en dos libros, en el primero Michelet (1798-1874) nos describe de un modo que fascina —como el más entusiasta de los novelistas—, a la noble e inocente mujer campesina, amante de su esposo (siervo, claro está), que no solo se ve obligada a enfrentarse a las cruentas enfermedades, sino también al avasallamiento de su amo, del agresivo señor feudal, y al inmenso poder de la Iglesia.
Y sucede que ella, indefensa total y siempre ultrajada, comienza, entre tanta oscuridad, a vislumbrar la luz en su contacto con los espíritus que habitan en las ramas de los árboles, en las flores, en los pozos, en las fuentes... poco a poco se va volviendo una experta en comunicarse con ellos; esos que conocía de siempre, como la mismísima Diana, deidad de la caza, quien como el resto de los dioses antiguos se ha visto obligada a refugiarse en ese bosque que la mujer conoce tan bien, espantada por la cruz.
Por eso en las noches ella le deja ofrendas a los supremos, pero también a las hadas, los elfos, los gnomos..., quienes se convierten en su refugio, en sus más cercanos cómplices. «¡Qué contraste...! Ella, la esposa del desierto y de la desesperación, alimentada de odio, de venganza, aparece rodeada de todos estos inocentes que la invitan a sonreír. Los árboles, bajo el viento del sur, le hacen una reverencia suave. Todas las hierbas de los campos, con sus virtudes diversas, sus perfumes, sus remedios o sus venenos (con frecuencia son la misma cosa) se ofrecen, le dicen: “Tómame”», narra magistralmente Michelet en el capítulo VIII del Libro primero, ese que dedica a El príncipe de la naturaleza, quien le enseña todos los secretos de la madre natura y cómo puede valerse de esta a su antojo para convertirse en poderosa.
Mas, como es de esperar, «La mujer ha dormido, ha soñado... Un hermoso sueño. ¿Cómo decirlo? El monstruo maravilloso de la vida universal se ha hundido en ella; y a partir de ese momento la vida y la muerte, todo está en sus entrañas. Al precio de tantos dolores, la mujer ha concebido la Naturaleza», describe con belleza el autor del clásico Historia de Francia, el modo como ella deja de ser la dulce aldeana, para transformarse en la hechicera; la bruja que ha firmado un pacto trascendental, diabólico.
Lejos del rigor científico, más bien apegado a la licencia que da la buena literatura, en la primera parte de este aconsejable volumen, Michelet empieza a mostrarnos sus indagaciones sobre las supersticiones en la Edad Media a partir de la figura de la bruja, de manera que nos presenta dicha historia para inmediatamente después contarnos en diversos capítulos sobre Satanás médico; Hechizos, filtros; La comunicación de la rebelión. Los aquelarres. La Misa Negra...
Después, en el Libro segundo es donde Jules se refiere al modo como la papisa de la noche, a quien le piden favores especiales, comienza a ser temida y repudiada. Es cuando este importante escritor se acerca más al estudio histórico para explicarnos las circunstancias que rodearon la caza y el exterminio de las hechiceras, gracias al surgimiento de su contraparte: el temible Inquisidor; experto en torturas y amante de avivar el fuego de la pira como el mejor remedio para limpiar el alma. Así seremos testigos de denuncias, juicios, acusaciones, exterminio.
Para enterarnos de lo que ocurrió luego, a Michelet le bastan 12 capítulos, donde, como en el resto, hace su propia interpretación de los datos. Doce capítulos entre los que sobresalen, por el interés que despiertan, los denominados El martillo de las brujas, Gauffridi, Las posesas de Loudon. Urbain Grandier, Las posesas de Louviers. Madeleine Bavent y El padre Girard y La Cadiére (este último parece una apasionante novela), procesos que, como ya sabemos, casi siempre terminaron de un modo fatídico.
Cuentan que Michelet comenzó a escribir este texto en el invierno de 1861, inspirado por las enseñanzas de su segunda esposa, Athenaïs Mialaret. Se dice que fue ella, 30 años más joven que él, quien lo sacó de una profunda depresión gracias a sus vastos conocimientos de la naturaleza, de las plantas y sus propiedades. Tanto lo entusiasmó, que Jules se consagró al estudio de la hechicería medieval.
Habrá que agradecerle entonces a Athenaïs por haber motivado a Jules, quien regaló a la posteridad La bruja, un libro que ha sido criticado por algunos debido a «los métodos poco rigurosos de investigación que su autor emplea». Sin embargo, nadie podrá decir que La bruja no atrapa desde su página inicial. No por gusto la Enciclopedia Británica afirma que estamos ante «la obra más importante sobre supersticiones medievales escrita hasta la fecha». ¿Exageración? Quizá, pero soy de los que piensan que el enorme placer que propicia su lectura, —que no deja de sorprender— bien vale la pena.