NATAL, Río Grande del Norte.— Goiamum Audiovisual, festival que desde el pasado día 15 tiene lugar en esta hermosa ciudad nordestina, concluye mañana una primera edición que, pese a esos lógicos tropiezos de lo que debuta, ha resultado un verdadero éxito. Ante todo, porque ha logrado ya la respuesta de un público convertido en habitual, que a su vez se incrementa y diversifica; la inmensa sala al aire libre de la Capitanía das Artes, sede del evento, se llena cada noche de espectadores en un gran porciento jóvenes, atraídos por las propuestas diarias, que los enfrentan, sobre todo, a una imagen de su propio país, muy distante de la que muestran los espectáculos televisuales y la invasión publicitaria de los medios, tenaces en su misión de presentar el capitalismo como una opción inmejorable y absoluta, cuando se sabe que la realidad es bien distinta.
Todos los que asisten a las funciones de Goiamum se enfrentan, por ejemplo, a la Muestra de cortometrajes, que tuvo ya una sesión potiguar (natalense) en soporte video, y otra nacional que permitió una confrontación con realizadores de este inmenso país.
El Nordeste, tan presente en el Cinema Novo, reaparece en los filmes de los jóvenes realizadores. Fotograma de Dios y el diablo en la tierra del sol, de Glauber Rocha. Resultó estimulante descubrir cómo los bisoños realizadores, en el caso de los que viven en esta ciudad, logran resultados estimables con muy pocos recursos, y aunque no todos la han encontrado ya, van a la procura de una expresión auténtica, distintiva, que los singulariza respecto a sus colegas de otras partes. Respecto a los filmes nacionales, más de un título merecería integrar la selección de festivales internacionales (como el nuestro), entre ellos valga destacar El arroz nunca acaba, de Marcelo Fabri, de notable montaje; o los bahianos Terra do sol, de Lula Oliveira, y O anjo daltônico, de Fabio Rocha, sendos homenajes al omnipresente Nordeste que, como es sabido, constituyó una de las estéticas mayores del Cinema Novo. También Hanse Bahía, de Joel de Almeida, que, focalizando la obra de un grande del grabado allí, radiografía el mágico y apasionante mundo de esa fundamental parcela brasileña.
Otra muestra agradecible en la programación del festival ha sido el descubrimiento (incluso para la mayoría de los natalenses) de la cineasta local Jussara Queiroz, presente en la premier de la retrospectiva; curada por el experto Paulo Laguardia, hallamos a una mujer que en los ya lejanos 80, realizó filmes muy notables, y algunos hasta adelantados. A pesar de que desarrolló su carrera en Río, Queiroz abordó muchos problemas de su Nordeste, como demuestra el filme A arbore de Marcaçao, con la recordada Marcela Cartaxo (La hora de la estrella). Heredera del mejor Neorrealismo (que también asumió el Novo), la cineasta logra un cálido relato, que no siempre consigue en sus documentales, algunos signados por la dispersión narrativa y la carga de información (Acredito que o mundo será melhor), o por un experimentalismo surrealista, basado en la crónica roja, que extravía el rumbo (Fora de ordem). Sin embargo, otros como Um certo Meio Ambente, de tema ecológico contra la polución y la degradación natural, o Um caso de vida ou morte, sobre la infancia desnutrida en varias comunidades cariocas, por el amarre de elementos expresivos y la certera edición, se erigen como piezas ejemplares del género, aún hoy.
El Seminario de cine, televisión y video (suerte de Caracol potiguar) está arrojando mucha luz sobre políticas audiovisuales en la zona y el país todo, lo cual trasciende tales contextos y constituye una verdadera escuela para quienes trabajamos en los medios, gracias a las intervenciones y discusiones tanto de los participantes en las mesas como del público, los cuales consideran a las imágenes móviles como algo que, simplemente, forma parte esencial de sus vidas.
Sigue siendo el reyYa en las horas anteriores al espectáculo, los alrededores del lujoso hotel Imirá estaban repletos, el tráfico resultaba imposible y los carteles anunciaban lo que venían haciendo días antes: Roberto Carlos comenzaría su esperado y anunciado show sobre las 11 de la noche.
Y es que muchos querían por lo menos escuchar las canciones del ídolo (inter)nacional, ese que ha vendido más discos que Elvis Presley y Los Beatles (más de cien millones), y que es el único artista en toda la historia de la música popular que lanzó un disco anual durante 48 años consecutivos.
A pesar de lo caro de las entradas, el inmenso escenario al aire libre, frente al mar, se inundó de un público ávido de escuchar y ver a quien Brasil bautizara desde hace mucho tiempo como «el Rey», condición que no ha perdido, a pesar de que (todo hay que decirlo) sus últimos CD carecen de la altura y la belleza de los antiguos.
No faltaban los turistas de otros lugares, pero aunque él ni se enterara, fue otro suceso que un cubano pudiera asistir al concierto, gracias a la gentileza de colegas locales: todos sabemos que Roberto Carlos constituye también una referencia inseparable de una generación que nació, creció y maduró degustando sus canciones, esas que transcurrieron indetenibles por algo más de una hora, a partir de que el cantante hiciera acto de presencia entre una salva de aplausos acompañando el primer tema: Ilegal, inmoral o engorda, el cual dio paso a un recorrido por tan brillante carrera: los iniciales tiempos de La Joven Guardia cuando conoció y formó parcería (pareja autoral) con su amigo Erasmo Carlos, su inseparable letrista; los primeros pasos en el mundo del rock, de donde proceden algunos de los tantos títulos dedicados al automovilismo, y que siempre encuentran un lugar en sus shows.
Sus más recientes recitales se han basado casi todos en las grandes viejas canciones, cuyos arreglos enriquecen y modernizan muchas de ellas. Y el que reseñamos no fue excepción: Outra vez, Seu corpo, Proposta (Yo te propongo), Os seus botoes (Los botones de la blusa) y otras muchas, fueron coreadas por los asistentes, mientras los ojos deslumbrados asistían a un alarde de producción que ni en los filmes de Georges Lucas: el descomunal despliegue lumínico en el intermezzo de Cavalgada, en tanto su gran orquesta (en todos los sentidos) protagonizaba un crescendo; las megapantallas a cada lado del escenario no solo amplificando, sino complementando efectos o destacando los concertinos de varios talentosos músicos...
Pleno de esa voz discreta, tímbricamente incomparable, susurrante, el Rey demostró que su trono y su corona son aún para rato.