«Y como no se murió como todo el mundo, pues la gente piensa que todavía Micaela existe / Por eso, si alguna vieja redonda llega muy cansada a la puerta de tu casa, recíbela».
Con estas líneas termina Ivette Vian su libro Una vieja redonda (2005), publicado por Ediciones Unión, de la UNEAC, donde la autora no ha hecho más que mantener a Micaela, la redonda anciana, viva por siempre y colocándola a las puertas de nuestra sensibilidad y de nuestra inteligencia.
Esta noveleta está dirigida especialmente a un público lector de entre nueve y 13 años. Pero ese «dirigir» puede perfectamente «dispersarse» hacia cualquier lector que guste de la narración ágil y eficaz; es decir, ese contar siempre, sin descanso, donde no se vislumbra en ningún momento un agotamiento de la narración. Y ha de ser así por cuanto la autora no se despoja de su magnífico oficio de cuentista, por lo que cada personaje puede funcionar como una historia independiente, sin dejar de ser parte de un todo.
En cuanto al tema, es Una vieja redonda una saga familiar, apretadamente contada en 110 páginas, con un cierto nivel sugeridor que se abre a eso que no se cuenta, que subyace y permanece en el ambiente de todo el relato: es la familia que se mueve de Venezuela a Cuba, de Cuba a Europa, del campo a la ciudad, y si bien la autora no aprovechó el viaje como elemento o resorte de interés para el lector, convirtiéndolo en centro de la narración, el viaje está en el desplazamiento geográfico y en el temporal.
El centro de esta noveleta es la familia, una familia compuesta por personajes extraordinarios, que rebasan la imaginación. Y aplicando una mirada de género, resulta que la autora pone en el lugar principal, llevando hacia delante la línea argumental, a los personajes femeninos: Mamita, Margarita, Micaela, Anún, Chele, Clarita; al tiempo que la colorea con los acontecimientos históricos, con elementos de indiscutible cubanía; y con la mezcla humana que ha hecho emerger el pueblo que somos.
Ivette Vian, que tiene ya una reconocida obra para niños y jóvenes —recordemos La Marcolina, Cartas a Carmina, Del abanico al zunzún, Coco Pascua y Casa en las nubes, entre otros—, con su nueva entrega muestra una acendrada madurez, al tiempo que mantiene ese raro sentido que la hace colocar la pincelada graciosa y el acento feliz de la fantasía en el lugar y en el momento precisos.
Esto es solo un aviso para que no deje pasar de largo a Micaela, la vieja redonda, no la deje perderse por ese trillo de monte, abra sus páginas y déjela posarse sobre su sensibilidad y su inteligencia.