Secuelas de la COVID-19 Autor: Falco Publicado: 30/09/2020 | 08:08 pm
Cuando la enfermera Dulce María López Sarría llegó al aeropuerto internacional José Martí de La Habana, procedente de Venezuela, se desplomó. La cienfueguera de 61 años venía con PCR negativo a la COVID-19, pero con más dolores de los que padeció con la enfermedad en el estado de Miranda, en la nación sudamericana.
Después de casi un mes de ingreso en el hospital Hermanos Ameijeiras, en la capital, finalmente López Sarría llegó a Cienfuegos, tras sumarle a su historia clínica nuevos padecimientos consecuencia del coronavirus.
«Yo solo tenía una hipertensión controlada, pero ahora tengo problemas en los riñones debido a la insuficiencia renal, y debuté con diabetes mellitus. Además, se me inflamaron el rostro y los pies», dijo la enfermera, quien solo pudo permanecer apenas un mes en su misión médica.
Alodipino, furosemida, alopurinol, eritropoyetina (para tratar la insuficiencia renal) e insulina figuran entre los medicamentos que la ayudan a reajustar su organismo. La cienfueguera bajó drásticamente más de 30 kilogramos, y siguió en descenso incluso después de la enfermedad.
«No podía comer, tenía náuseas todo el tiempo, arcadas pero no vomitaba, y mucho asco a cualquier alimento, sobre todo al pollo y al plátano. No he podido volver a comerlos. Perdí el paladar, así que el agua y los jugos me sabían amargos. Todavía ahora hay cosas que no le encuentro sabor», declaró.
López Sarría refiere sentirse mejor, pero el manejo de la diabetes ha sido difícil. «La glicemia la tengo inestable. Casi siempre baja y eso hace que a veces me sienta un poco floja. Me estoy acostumbrando a la dieta que me ha quitado cosas que me gustaban mucho, como por ejemplo el aguacate. Esa ha sido una prueba fuerte también porque me encanta».
Debido al tratamiento durante su convalecencia por el coronavirus, también padece alopecia temporal. Cuatro meses después de haber sido negativa al SARS-CoV-2 sigue en la casa de su madre. No ha podido volver a su hogar porque aún no se siente apta para vivir sola. Todavía no tiene fecha exacta para incorporarse a la sala de Neonatología del hospital pediátrico provincial con sus niños, pero «quiero que sea cuando esté del todo bien».
Con deseos de vivir
En Cuba funciona un protocolo de seguimiento a través del médico de la familia para garantizar la asistencia continua a los pacientes con secuelas (temporales o permanentes) por la enfermedad, como indica la Organización Panamericana de la Salud.
Se sabe, por ejemplo, que algunos síntomas pueden persistir no solo en los casos más graves de la enfermedad y que, además del daño a los pulmones, este coronavirus puede afectar al corazón, los riñones, el intestino, el sistema vascular e incluso, el cerebro. Prevenir el contagio siempre será la mejor manera de preservar la salud.
Según recuerda el cienfueguero Dardis Mora Girón, de 35 años de edad, la subida de presión fue el primer comportamiento extraño que advirtió en su organismo. «Yo no era hipertenso antes de tener el coronavirus, después me declaré. Me pusieron tratamiento y todo, aunque no lo sigo al pie de la letra porque me he vuelto a compensar rápidamente».
De vuelta a la cotidianidad de su bicitaxi afloran otras nuevas dolencias que él mismo considera consecuencia de la COVID-19. Ha perdido fuerza en el agarre, percibe cierta incomodidad en las articulaciones, y si carga cosas pesadas le queda un cosquilleo en las manos que no es normal.
«Antes de la enfermedad éramos una persona, ahora somos otra, no solo nosotros, también nuestros familiares. Esto nos ha afectado bastante. Por eso, es necesario que las personas comprendan la importancia de cuidarse y de cumplir las medidas sanitarias que ha indicado nuestro Gobierno», asegura.
No es cosa de juego
«Aquí, en la pelea, pero con más deseos de vivir que antes». Así, con optimismo, pero con tono de preocupación, dijo la enfermera Noevia Riera Pérez, de 67 años de edad, a quien la vida le deparó un buen susto, «de esos que no se olvidan», asegura.
«Cuando salí de Venezuela pensé que estaba sana, pues la prueba rápida para la detección del SARS-CoV-2 dio negativa. Estaba feliz de regresar a mi Patria libre de COVID-19, pero todo cambió», rememora.
Esta camagüeyana (quien estuvo 30 meses en el estado venezolano de Anzoátegui) permaneció más de una semana guerreando por su vida en el hospital central Doctor Luis Díaz Soto, ubicado en el este de la capital y conocido popularmente como el Naval.
«Desde que llegué al Naval decidieron intubarme. Estaba grave y no lo sospechaba, pues no tenía ningún síntoma de gripe: ni catarro, ni fiebre, ni tos, ni expectoración, y mucho menos dolor de cabeza. Solo un poco de asco a la comida y una muy ligera falta de aire cuando caminaba en la villa donde me aislaron, en Jagüey Grande, y tampoco le hice mucho caso porque eso me pasaba constantemente debido al calor sofocante y el polvo.
«Esta enfermedad no es cosa de juego ni se parece a un catarro; de la nada una se pone en estado crítico… Yo tuve suerte, gracias también al equipo de doctores y a los tratamientos disponibles», reflexiona.
Cuenta que en el Naval nunca perdió la conciencia y supo lo que harían para intubarla: «Los médicos me dijeron: “Te sedaremos —un coma inducido— para que no sientas nada”, y así fue. Cuando volví en mí, después de una semana, estaba que parecía un güin, pues bajé más de 40 libras. No podía sostenerme, tenía miedo hasta de caminar.
«Imagínate que soy diabética e hipertensa y los médicos sabían que podía complicarme. Por eso cuando desperté estaba consciente de mi estado y de lo que me estaba pasando. Cuando vi aquellos tubos en mi cara me di cuenta de todo lo que debía superar y aún me enfrento, ya que la COVID-19 tiene consecuencias.
«Ahora tengo que cuidarme mucho. Este sala’o virus me ha dejado una neumonía intersticial, y es por eso que tengo en casa un balón de oxígeno, por si lo necesito… Pero no tengo miedo, mi PCR evolutivo dio negativo y vivo muy acompañada de mis familiares, en especial de mi hija Deadelkis y de médicos que vienen constantemente a la casa a chequearme».
Una tos angustiosa
Demasiada tos. Así me resume el habanero Alejandro Sarmiento en lo que, después de haberse recuperado de la COVID-19, se ha convertido su cotidianidad. «Es mucho, y es molesto. Con el tiempo se ha agudizado, es muy incómodo. Ni siquiera tuve tanta tos cuando estuve enfermo». El joven de 30 años resultó positivo al SARS-CoV-2 en abril cuando le realizaron el PCR a su novia, médico del Hospital Neurológico.
«Los dos perdimos el gusto y el olfato. Fue lo único que manifestamos durante la enfermedad, y el tratamiento lo asimilamos bastante bien. Ella volvió a trabajar luego del período de aislamiento que cumplimos en casa al salir del ingreso, y yo volví a mi vida habitual después de egresar del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí».
Sarmiento, quien extrema las medidas higiénicas, «no solo para no contagiarme nuevamente, sino porque vivo con mi abuelo y no quiero que él pueda enfermarse», advierte que durante estos meses posteriores a su ingreso, esa tos angustiante no lo abandona.
«A veces pensamos que si nos enfermamos es cosa de pasar el virus y ya. Sin embargo, sucede esto, que se queda una huella, una secuela… que el coronavirus no te suelta. Por eso vivo con extrema cautela, porque me preocupa imaginarme que si esto me ha pasado después de enfermarme, ¿qué puede quedar en mí si vuelvo a contagiarme?
«Las personas debieran ser más responsables, más razonables. Arriesgarse al contagio no vale la pena. Salir a la calle a lo elemental, no excederse, porque la vida ya no es igual que antes».