«Independencia o muerte» fue el principio que marcó todas las gestas libertarias desde el 10 de octubre de 1868. Autor: Archivo de JR Publicado: 20/02/2018 | 07:35 pm
Desde sus primeros pasos la guerra de 1868 buscó ganarse la simpatía y la solidaridad de pueblos y Gobiernos latinoamericanos, y esto lo dejó claro Carlos Manuel de Céspedes en su Manifiesto del 10 de Octubre, aunque la ayuda material de esos hermanos no alcanzó la envergadura necesaria.
Una buena parte de los Gobiernos latinoamericanos se solidarizó abiertamente con aquella lucha, y a partir de abril de 1869 hasta septiembre de 1871, México, El Salvador, Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia, Chile, Brasil y luego Guatemala reconocieron públicamente nuestra beligerancia.
Cada región de Las Antillas y cada pedazo de tierra continental dio su aporte de soldados al empeño de expulsar a España de su más preciosa joya. Mexicanos, puertorriqueños, colombianos, venezolanos, chilenos, dominicanos, peruanos, entre otros, vinieron a Cuba a cooperar en la magna obra de su liberación nacional.
Gabriel González, José María Aurrecoechea, José Rogelio Castillo, Leoncio Prado, Juan Rius Rivera, Modesto Díaz, Luis Marcano, por citar solo unos cuantos, desempeñaron un papel relevante en la Guerra Grande cuyo inicio cumplirá un siglo y medio. Sin olvidar, por supuesto, al excepcional Máximo Gómez Báez, el único general de la Guerra del 68 que dirigió los tres departamentos en lucha.
Sin embargo, Estados Unidos y sus Gobiernos —no obstante ser una república como perseguía serlo nuestra tierra con la guerra mambisa— obstaculizó la independencia de Cuba.
De ahí las orientaciones de Céspedes a sus representantes en el extranjero con el fin de impulsar el reconocimiento al pueblo cubano en sus combates.
Pero las administraciones norteamericanas que gobernaron a lo largo de la guerra —Andrew Johnson en 1865-1869; Ulises Grant durante 1869-1877 y Rutherford Hayes a partir de este último año— no mostraron el menor interés por ayudar al mambisado, sino que obstaculizaron por todos los medios a su alcance la labor de propaganda, recogida de fondos, compra de pertrechos y envío de expediciones que hacían los representantes cubanos en su territorio, mientras daban grandes posibilidades a España para combatir a nuestros insurrectos.
Los Gobiernos mencionados, en sus mensajes al Congreso desacreditaron a la revolución cubana, negaron la existencia de un Gobierno en la manigua y amenazaron con la deportación a los cubanos emigrados que luchaban por Cuba y con tomar represalias fuertes contra los ciudadanos estadounidenses que cooperaran con la liberación antillana.
En ello influyeron mucho los vínculos del secretario de Estado del presidente Ulises Grant —Hamilton Fish— con España, pues su yerno era abogado de la legación madrileña en Washington.
Agentes norteamericanos echaron a andar mecanismos de espionaje contra los patriotas que representaban en su territorio a los insurrectos cubanos y el resultado de sus vigilancias y diligencias los comunicaban de inmediato al Gobierno de Madrid.
Igualmente, según criterios del experto Oscar Loyola Vega, los gobernantes estadounidenses prohibieron la venta de armas a los emigrados cubanos encargados de conseguirlas para hacerlas llegar a la manigua y, además, rodearon con sus medios navales las costas de la Isla, impidiendo así toda ayuda a los mambises.
Mas la muestra suprema de las trabas yanquis a nuestra independencia puede verse en la actitud adoptada por su gabinete en 1872. Manuel Murillo, entonces presidente de Colombia, invitó a los Gobiernos del continente a ayudar a nuestro país en su lucha libertaria, y Hamilton Fish se negó a esa ayuda y el proyecto sucumbió y volvió a fracasar al ser resucitado en 1874 por similares motivos.
Ni siquiera determinaron —para el reconocimiento de la beligerancia mambisa— los fusilamientos del vapor Virginius, apresado por España en aguas internacionales en 1873, que navegaba con bandera norteamericana. Poco importó a Washington que varios de los fusilados fuesen de su país: su apoyo a la metrópoli se mantuvo invariable.
El pueblo estadounidense expresó en las calles su respaldo a los mambises, demandando el reconocimiento de la beligerancia.
Y ahora una aclaración importante: la negativa actitud de Estados Unidos hacia nuestro proceso liberador nos dio una hermosa lección. Los intentos mambises de lograr el reconocimiento de otras naciones se extendieron hasta los años 1870. Céspedes y Agramonte, a los dos años del 10 de Octubre, escribieron varias cartas sobre la necesidad de confiar únicamente en nuestras propias fuerzas.
El Padre de la Patria aclaró en una carta a José Manuel Mestre a mediados de 1870 que «Estados Unidos dejaría que Cuba se desangrara para luego apoderarse de ella».
Igualmente —según Loyola Vega—, Gómez y Maceo jamás se dejaron deslumbrar por el espejismo de una supuesta ayuda estadounidense, aceptando, sin embargo, toda la cooperación latinoamericana posible.
Fuente: Historia de Cuba 1492-1898. Formación y liberación de la nación. Eduardo Torres-Cuevas y Oscar Loyola Vega, páginas 257-259, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2001.