La ciudad moscovita sorprende a la vista del visitante, que puede dar cuenta de la limpieza y hermosura de la urbe, en la que se respira un ambiente tranquilo. Autor: Yuniel Labacena Romero Publicado: 13/10/2017 | 10:30 pm
MOSCÚ, Rusia.— El Moscú al que llega ahora el visitante vive su otoño de oro. Los árboles empiezan a cubrirse de hojas amarillas y rojas en un espectáculo impresionante. Las temperaturas alcanzan hasta los cuatro grados, que no es mucho para los habitantes de la urbe, aunque sí demasiado para quienes venimos de los calores caribeños.
Al frío de ayer se unía una pertinaz llovizna y el sol apenas asomaba sus rayos para calentar a los transeúntes. Llegar a la capital rusa puede ser un poco inquietante, especialmente si no hablas el idioma y te pierdes en sus sinuosas calles; pero toda impaciencia, o sentimiento de desorientación, se desvanece cuando llegas a la célebre Plaza Roja. Los viajeros más observadores pueden dar cuenta de una limpieza y hermosura como pocas. Se respira un ambiente tranquilo, en el que puedes andar sin preocupaciones casi a cualquier hora.
La capital rusa es de una antigüedad resplandeciente. A su avanzada edad —en septiembre último cumplió 870 años— muestra la vitalidad y belleza de su arquitectura, de su cultura y costumbres, que envuelven sus parques, cafés, museos y hasta el transporte público, que no dejan de encantar, y que adicionalmente le dan un toque cosmopolita y abierto.
Recorrer esta metrópoli por estos días es una enriquecedora oportunidad, porque aunque el 19no. Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes acontecerá a casi 2 000 kilómetros de la capital, también está de fiesta.
Se redescubre un Moscú cuya fisonomía ha cambiado desde que fue sede de dos de esos eventos, en 1957 y 1985, cuando era el centro de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Según relatan los anfitriones, en las últimas décadas la ciudad ha atravesado varios períodos, que han ido moldeándola hasta llegar a su rostro actual y considerarse, por su crecimiento, como de las más pobladas de este país y de Europa —con más de 12 millones de personas— y en el sexto lugar por área en el mundo.
Esta expansión se debe a los cambios de los límites urbanos de 2011, cuando se incluyó en la zona capital la llamada Nueva Moscú, con el fin, entre otros, de desmantelar la estructura monocéntrica tradicional de la zona metropolitana.
Ahora la ciudad alcanza un territorio de 2 550 kilómetros cuadrados, después de crecer 2,39 veces. La amplitud no hace más difícil recorrerla, porque cuenta con una excelente red de transporte urbano, liderada por su singular metro, catalogado como un museo subterráneo por la belleza de sus estaciones.
En las últimas décadas se ha erigido en líder de la recuperación arquitectónica, no solo dando nueva vida a edificaciones de antaño, sino recobrando algunas perdidas y construyendo nuevas. Las iglesias son quizá las que más han proliferado en este tiempo y salpican el nuevo paisaje, pero con diseños que parecen sacados de la época zarista.
Otro elemento que la distingue es que la vida se facilita con tecnologías de comunicación envidiables. Esta capital figura en el top 7 de las ciudades del planeta que integran mejor las nuevas tecnologías en la vida diaria de sus habitantes, según los resultados publicados en Nueva York por el Foro de Comunidades Inteligentes, encargado de analizar cada una de las metrópolis.
Todo cuanto ocurre en las calles moscovitas se monitorea las 24 horas del día mediante sistemas informáticos modernos y a sus habitantes se les puede ver de un lado a otro embelesados con sus móviles, pues la ciudad cuenta con seis operadores de telefonía móvil y la wifi gratis se encuentra con gran facilidad, hasta en el metro.
A los modernísimos rascacielos de Moscow City, que se alzan imponentes a la orilla del río Moscú, se unen los numerosos centros comerciales. Los habitantes se muestran agradecidos de disfrutar de sus plazas, grandes parques y zonas verdes, que contrastan con las edificaciones nuevas y antiguas que le dan un toque particular.
Todo este esplendor se acompaña de las remembranzas de la historia, que trascienden en cada avenida al mirar las enormes esculturas de Lenin, Marx y Engels. También en las imágenes metálicas que fijan la cota hasta donde llegaron las tropas nazis, desde donde fueron rechazadas y nunca pudieron entrar a la ciudad.
El mausoleo con los restos del líder de la Revolución de Octubre, Vladimir Ilich Lenin, es visitado diariamente por miles de personas, al igual que las centenarias murallas del Kremlin, testigos insuperables de la historia de esta nación y su capital.
Las pancartas de la avenida Arbat
Entre ese encantador entramado urbano llaman la atención por estos días los anuncios del festival mundial juvenil. Cuando se viaja por la avenida Arbat, desde el aeropuerto Sheremetievo hasta el hotel The Ritz Carlton —donde se desarrolla hasta hoy una reunión ministerial internacional sobre juventud—, se destacan enormes y coloridas pancartas que promueven el evento.
También sorprende cómo el transporte público, en especial las guaguas y los tranvías, se han decorado casi por completo con los identificativos de esta cita. Los edificios, y hasta ciertos vehículos particulares, exhiben pegatinas alusivas al encuentro.
Y por si fuera poco, en la avenida Leningradskoye unas pantallas lumínicas de más de 20 metros de largo y cinco de altura, proclaman la cita que reunirá en Sochi a más de 20 000 jóvenes de 150 países.
Quizá por ello, cuando se dialoga con habitantes moscovitas, conocen de la celebración del Festival, que ven como una nueva posibilidad para «mostrar al mundo la realidad de este país a través de su cultura, su educación, su historia». Por sus comentarios parecen ser anfitriones entusiasmados de la cita.
El entusiasmo de ahora se mezcla con los recuerdos de 1957, cuando se celebró aquí el 6to. Festival en el entonces primer Estado socialista del mundo.
Coincidió aquella celebración, como esta, con un aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre. La entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas estaba doblemente engalanada, cuando recibió a 34 000 jóvenes de 131 países, mostrando un país aún herido por las cuantiosas pérdidas de la Gran Guerra Patria, pero renacido y vital. La humanidad rememoraba, aún con estupor, el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki
Burlando la represión impuesta por el batistato, llegó hasta el Moscú de entonces la mayor delegación cubana que hasta ese momento había participado en estas citas. Más de 40 jóvenes —entre ellos nuestro poeta nacional Nicolás Guillén— participaron en el encuentro.
Para los cubanos presentes, como para los miles de participantes, los jóvenes soviéticos mostraban su país llenos de orgullo por la obra de su pueblo.
Ese mismo sentimiento los acompañó en 1985, cuando el 12mo. Festival atrajo hasta aquí a 20 000 jóvenes de 157 países.
Por todo lo anterior desde Moscú, por donde se les abrieron las puertas a estas citas en la nación rusa, se mira a Sochi, la nueva sede, a cien años de que la humanidad se estremeciera con el triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre.
Con este festival, Moscú y toda la nación rusa reverencian su historia, mientras jóvenes del orbe comienzan a hacerla suya para levantar la esperanza de los pueblos.