Casimiro considera a la permacultura como una fuente de energía renovable para su alma. Autor: Luis Orlando Hernández Publicado: 21/09/2017 | 05:19 pm
TAGUASCO, Sancti Spíritus.— Muchos lo catalogan de loco, inmodesto o romántico, pero José Antonio Casimiro reitera la idea dondequiera que se encuentre: «Aproximadamente con 250 000 fincas como esta, el país podría solucionar el problema de la alimentación».
Se apoya en una investigación científica del agroecólogo habanero Fernando Funes Monzote, que demuestra que en sus tierras se produce de forma sostenible comida para unas 48 personas. Y sería vida de reyes, dice, «porque aquí consumimos unos 42 000 pesos per cápita al año, con toda la variedad de alimentos existentes».
Utilizar la permacultura y la diversificación de producciones ecológicas en su finca le permite el autoabastecimiento, al punto de solo necesitar de la sal como elemento externo.
Vive en el kilómetro 349 de la Autopista Nacional y casi no pasa un día sin que se acerque algún curioso a disfrutar de este paraíso, donde se cultivan de forma sana múltiples variedades de frutas, vegetales y viandas y los animales conviven en armonía con la naturaleza y el hombre. Conversar con él es el clásico «banquete». «Creo que hemos llegado ya a un punto donde hace falta hablar menos», argumenta.
—¿Es buena la salud de la permacultura en Cuba?
—Aunque se ha avanzado, todavía no tenemos el nivel de conciencia política ni social que se necesita sobre el tema. Los productos ecológicos deben ser los de mayores precios en los mercados, como ocurre en otras partes del mundo, y sin embargo se cobra lo mismo por un plátano cultivado con estiércol vacuno que por uno «dopado», como se dice en el deporte.
«Yo estoy preparado en el aspecto práctico para hacer maravillas, pero en realidad no puedo dar empleos, por el alto monto de los jornales, que no guardan relación con el costo de producción. Si se interpretara el ahorro por conceptos de combustible, de fertilizantes y de maquinarias que significa la agroecología y se realizara algún tipo de estimulación al productor por ello, más gente haría lo mismo».
—¿Te sientes solo en el empeño?
—Por suerte no, pues existe un movimiento de permacultores en el país, pero estamos muy aislados. Por ejemplo, poseemos en mi finca una gran cantidad de frutas con valores mercadeables, pero como es un sistema diversificado para todo el año, ningún camión va a entrar aquí por unos pocos racimos de plátano, algo que sí podría ocurrir si en la zona existieran varios permacultores.
—La familia completa apoya los proyectos de Casimiro…
—Uno de los problemas grandes que tiene la agricultura en Cuba es que la gente no quiere vivir en el campo. Todos los días analizo cuánto aumenta el consumo en el hogar cuando el campesino debe desplazarse hacia el pueblo, cuántas incomprensiones por parte de la familia. Esto debe ser tarea de todos, no de uno solo.
Aunque no confía en la agricultura convencional para el soñado autoabastecimiento del país por sus altos costos y las agresiones a la naturaleza, no pretende desbancarla, sino buscar el estímulo de la agroecología dondequiera que no se pueda hacer la primera.
«Ha llegado el momento en que cada porción de tierra cubana tenga su guardián. Que esa persona proteja de los incendios a los bosques ya es un logro. Se acabaría con el «trajineo» en las calles, menos gente iría a comprar a los mercados y se criarían más niños en el campo, que es lo necesario. Pero eso lleva una política bien fuerte para cambiar la mentalidad de las personas y un sustento material para vivir en tales condiciones», sostiene.
—¿Qué consejos le daría a los que se atreven a enfrentar por primera vez la tierra?
—Hay una falsa imagen del campo, pues se piensa que a él se viene a hacer dinero. Y como muchos no se criaron en este ambiente, les chocan algunos golpes de imprevisto. Llevamos varios años de buen clima, por ejemplo, pero un campesino puede vivir el encadenamiento de un temporal de lluvia con un ciclón y una gran sequía, los que arrasarán con la finca. Todavía hay mucha gente con potencialidades que desea trabajar la tierra. Les propongo que piensen bien cada paso, pues una cosecha alta les puede motivar en exceso y después surgen los desastres económicos».
En sus diez hectáreas de tierra posee 20 cabezas de res —todas sueltas y con una casa de vaquería con ventilador para refrescar a las vacas en el ordeño—, varias especies de aves, conejos, cerdos, un embalse de 54 000 metros cúbicos de agua donde abundan los peces, y existen cultivos diversificados para el año de 30 variedades de frutas, viandas y vegetales con la mayor salud posible, ya que son cultivadas todas con prácticas agroecológicas.
En su palmarés reúne innumerables distinciones, como la de Científico Natural, su finca es acreedora de la condición de Referencia Nacional de la Agricultura Urbana y, en el 2007, obtuvo una patente internacional por el premio en el Fórum Nacional de Ciencia y Técnica con su arado ajustable multipropósito. «Este arado tiene la función de 30 implementos agrícolas y puede aportar en un día más de 2 000 pesos en ahorro de fuerza de trabajo, porque sustituye el quehacer de 66 hombres guataca en mano. Está aplicado y certificado en mi finca y sin embargo permanece engavetado a nivel de país», plantea.
Para él cada árbol tiene un simbolismo y se maravilla con las divinidades que la naturaleza pone en su patio: las aves exóticas que acuden a consumir frutas, una lagartija que merodea por el humus de lombriz o las heces fecales de las gallinas con color tinta por el consumo de la morera.
—¿Qué relación existe entre Casimiro y la permacultura?
—Se ha convertido en una fuente de «energía renovable» para mi alma. Antes era esclavo detrás de las hojas caídas de las matas, ahora la aprovechamos como materia orgánica. Si considerábamos como un problema vivir en una elevación, hoy dependemos de la fuerza de gravedad para evacuar los efluentes del biodigestor y el agua para el regado. El viento constante ya no lo vemos como el que nos seca los cultivos, sino como el que permite la acción de los molinos.
Se abastece, por aproximadamente ocho meses, con arietes hidráulicos, de las aguas de un arroyo cercano, lo que le permitió construir una piscina natural en su orilla para el deleite en el verano, y tiene un pozo en su patio con la acción de un molino de viento.
Desde hace mucho tiempo un biodigestor de 12 metros cúbicos recoge los desechos de la familia y de los animales, y le permite la cocción completa por esta vía. «Ahora nos hicieron una donación de una bomba para extraer agua mediante el biogás. Cada día el sueño se acerca más a la realidad, porque ahora las tecnologías de punta nos ayudan. Aspiramos a construir una nevera para esta energía, lo que ayudaría mucho a la autosuficiencia energética mediante el uso de paneles solares.
—El espectro de sorpresas para los visitantes se ha ampliado…
—Concluí recientemente la construcción de una cocina en forma de cúpula, experiencia que copié de los quimbos africanos. Pretendo que toda la casa tenga iguales características, pues es una estructura bioclimática de cuatro metros de alto y una chimenea, que juega con la permacultura por el aprovechamiento del espacio y la luz. Es muy resistente, duradera y además económica, ya que solo lleva cemento y ladrillos.
—¿Y las camas?
—Son de cemento, integradas a la construcción de la casa, por supuesto, con un colchón de muelles. Es un tipo de construcción muy práctica, pues debajo tiene seis clósets con sus gavetas, y muy barata en comparación con lo que cuesta la madera en estos tiempos.
Polémico por excelencia, no son pocos los enemigos que se ha ganado por predicar a base de ejemplo. Arremete contra quienes acusan a la agroecología de bajas producciones, y solo desea que le suelten las riendas para demostrar su verdadera sustentabilidad. Como él, existen otros tantos en Cuba, Quijotes que, esta vez, luchan contra maquinarias y productos químicos y se echan el molino de viento al hombro.