La guerra organizada por Martí habría de ser una contienda sin odios, de «conmovedora y prudente democracia». Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:17 pm
El 24 de febrero de 1895 comenzó la guerra caracterizada por José Martí como «necesaria y humanitaria», que puso fin a más de cuatro siglos de dominación española en América.
Cuba entró entonces en la contienda organizada por el Partido Revolucionario Cubano, bajo la estrategia continental de liberación nacional ejecutada por su Delegado para emancipar al país «para bien de América y del mundo», como se dice en ese documento más que centenario también que es el Manifiesto de Montecristi. Esa era, pues, la vía concebida y puesta en práctica por Martí para encarnar su idea acerca de la necesidad de prever y marchar con el mundo.
Aquella guerra sin odios, de «conmovedora y prudente democracia», al decir del Manifiesto, que no era contra ningún grupo de cubanos ni contra los españoles, se proponía crear una «república de trabajo» con formas de gobierno «viables, y de sí propias nacidas». Se trataba, en suma, de dar lugar a la revolución «del decoro, el sacrificio y la cultura».
Quiso el Apóstol, hombre de paz y de amor, que fuese una guerra breve, pero cuando tenía preparadas, tras laborioso trabajo, tres expediciones que debían salir de los Estados Unidos, arribar al país y a partir de ellas desarrollar una rápida campaña, las autoridades norteamericanas, conociendo de los hechos por una delación, se apoderaron de las embarcaciones y de las armas y frustraron el empeño. No obstante, la nación estaba dispuesta a iniciar la gesta y así lo hizo.
Transcurrido un trienio de heroico batallar, cuando los cubanos tenían asegurada la victoria, los Estados Unidos, que ascendía a potencia mundial, irrumpió en nuestro territorio e impuso una tutela militar que abrió las puertas a la dominación política y económica de la Isla, lo cual distorsionó el desarrollo independiente de la nación cubana. Estos hechos hicieron inviable cualquier posibilidad de un desarrollo capitalista independiente y soberano. A partir de ahí, las banderas de la Patria fueron tomadas definitivamente por las masas laboriosas y pobres.
El 24 de febrero de 1895 se inició la epopeya popular que tuvo al frente a hombres excepcionales como José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo y a decenas de miles de bravos y abnegados combatientes, muchos de los cuales brillaron por su talento y audacia militar y por su heroísmo digno del recuerdo agradecido de los cubanos y del reconocimiento respetuoso de todos los países del mundo. El pueblo de Yara y de Baire se inclina con infinito respeto y devoción raigalmente sentida ante la memoria sagrada de los magnánimos forjadores de la nación, y jura que será siempre fiel a la tradición que ellos representan.
Desde la clarinada de 1868, la unión de la población trabajadora, incluida la gran masa de esclavos, con los patriotas cultivados procedentes de los sectores pudientes y de las capas medias y profesionales, estuvo en la génesis de la nación. Este proceso adquirió un carácter más radical con la Protesta de Baraguá. Luego la gestión política de Martí, la fundación del Partido Revolucionario Cubano y la reconstrucción del Ejército Libertador, marcaron para siempre con el sello de los intereses de las masas explotadas, la identidad cultural cubana.
El mérito principal de José Martí consistió en vincular para siempre la suerte de Cuba a las aspiraciones populares. Lo dijo con claridad cuando afirmó: «¡Malhaya el que teme verse solo o acompañado de los humildes, cuando tiene una idea noble que defender!».
El 1ro. de enero de 1899, con la constitución del Gobierno interventor norteamericano en Cuba, quedó suscrita el acta de nacimiento del imperialismo moderno. Con el comienzo del siglo, un pueblo que había sido el último en América en liberarse del colonialismo español, y que durante un tiempo mucho más prolongado que el resto de los pueblos hermanos había luchado por su independencia, sufrió, sin embargo, el dolor de verla cercenada por una potencia extranjera.
Durante seis décadas, pero con la resistencia del pueblo trabajador, se impuso una nueva forma de opresión, que fue el primer ensayo neocolonial norteamericano en América. Sesenta años exactos después de que se instaurara la dominación yanqui, el 1ro. de enero de 1959 triunfó la Revolución Cubana, inspirada en los ideales patrióticos de la Guerra Necesaria. Con ella, al fin, el proyecto emancipatorio forjado en la manigua insurrecta comenzó a cumplirse. La Revolución redimió al pueblo de la frustración de una república mediatizada por la intromisión imperial en contubernio con la oligarquía entreguista local.
La Revolución Cubana dio continuidad a la tradición antiimperialista, popular y socialista del siglo XX latinoamericano. Fue un acontecimiento democrático que conmovió al mundo y despertó las esperanzas de los oprimidos de todos los continentes y el respeto de los que aman la democracia y la independencia. Esta concepción de la democracia es, precisamente, la que nuestros adversarios se niegan a aceptar. No ha habido manera de hacerles entender que las formas democráticas de Gobierno en nuestro país heredan tradición, historia e intereses bien distintos a los que los Estados Unidos pretende imponer al mundo como modelos absolutos. Pero además, las administraciones norteamericanas rechazan nuestro derecho soberano y legítimo a defender esta forma de Gobierno.
Es tan absurdo reclamar que cambiemos nuestras ideas, como exigírselo a aquellos que no comparten nuestros puntos de vista ni responden a nuestras tradiciones. Tenemos igualdad de derechos en este mundo en el que persiste el drama social de hace milenios. Existimos y tenemos derecho a seguir existiendo; intentar violar estos principios con relación a Cuba representaría pretender la extinción de la nación cubana.
Esta intención es mucho más sórdida, si se tiene en cuenta que no existen en nuestro país estrechos nacionalismos ni pugnas étnicas o culturales que entorpezcan la unidad nacional, como ocurre en otras zonas de la Tierra. Se comete así un crimen de lesa humanidad cuando se intenta destruir a la nación cubana.
Lo más sensato sería dejar que los cubanos asumiéramos nuestra historia sin interferencias de ningún tipo. De lo contrario, se originarían mayores complicaciones no solo para América, sino para el mundo, incluso para los propios Estados Unidos, donde se multiplican capas de población que sufren la miseria, el desempleo, la insalubridad, y la discriminación; crecen las víctimas de desajustes sociales y culturales que día a día tienden a agudizarse, en medio de la crisis económica, en medio del creciente y combativo movimiento de los ocupantes indignados.
Este nuevo aniversario del inicio de la guerra de independencia, es oportuno para reiterar que queremos vivir en paz; no admitimos que pisoteen una historia y una identidad nacionales de las que el pueblo de Cuba tiene razones fundamentadas para sentirse orgulloso. Somos un pueblo que inició la lucha por su libertad e independencia quemando sus ciudades y riquezas materiales para librar una guerra de 30 años. A la vez, somos un pueblo amante de la paz, la solidaridad y la fraternidad humana y extendemos la mano a todos los hombres de buena voluntad para enfrentar juntos hoy el drama humano sobre la Tierra.