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La luz que nos alumbró el camino

Autor:

Juventud Rebelde

La solución a la grave situación del país demandaba una revolución, solo que no había un hombre capaz de unir todas las fuerzas políticas. Y en eso apareció Fidel, reflexiona Guillermo Elizalde Sotolongo, uno de los asaltantes al  Cuartel Moncada

A pesar de sus méritos históricos y de sus 79 años, Guillermo Elizalde Sotolongo aún se considera el mismo guajirito de Nueva Paz que un día fuera seleccionado para integrar el grupo de asaltantes a la segunda fortaleza militar de Cuba, el 26 de julio de 1953.

Fue casi por casualidad que logré llegar hasta la casa de este hombre quien, junto a su esposa Adelfa, comparte las alegrías y desaciertos de la vida. Aunque desde hace 25 años reside en la barriada capitalina del Casino Deportivo, a Guillermo no se le extravía la buena costumbre campesina de brindarle al recién llegado una taza con humeante café.

Sentado frente a él, cada uno en un cómodo sillón, Elizalde rememoró sus años infantiles en el pequeño pueblo de Vegas, donde junto a sus padres y seis hermanos vivió en la más «paupérrima miseria». Cuenta que estuvo todo un año descalzo y el día que almorzaba no comía y el que comía no almorzaba. «Mi madre era ama de casa, el viejo era trabajador agrícola y en tiempo muerto la situación se agravaba».

Pero recuerda con sano orgullo cuando, años después del Triunfo de la Revolución, entre otras labores, le correspondió dirigir el Partido Comunista de Cuba en su municipio natal.

Se dice que fueron las ideas las que llevaron a aquellos jóvenes a los muros del Moncada, pero Guillermo considera que en él ese pensamiento floreció en los campos y bateyes de Vegas y Nueva Paz. «Fue la situación en que vivía la mayoría de los cubanos la que nos llevó a Santiago. En este país llegaba Ramón Grau San Martín, Carlos Prío Socarras y seguíamos en la misma miseria. Con Fulgencio Batista la situación se puso peor, porque con él no había remedio. Había que hacer algo, y solo se podía sacar del poder por la fuerza, porque así había llegado el 10 de marzo de 1952.

«La solución era a través de las armas, solo que no había un hombre capaz de unir todas las fuerzas políticas. Yo no quería saber ni de Carlos Prío ni de Aureliano Sánchez Arango, y en eso apareció Fidel, una luz que nos alumbró el camino».

Después del golpe de estado de 1952, en Nueva Paz se organizó un grupo de opositores al régimen dictatorial de Fulgencio Batista, entre los que se destacaron Manolo Rojo, Genaro Hernández y otros. Una mañana Guillermo Elizalde viajó a La Habana y se dirigió a las oficinas del Partido Ortodoxo, donde sostuvo una entrevista con Abel Santamaría. Un tiempo después comenzaron los entrenamientos militares en la Universidad de La Habana, en las cercanías de Catalina de Güines y en Santa Elena, la finca de la familia de Mario Hidalgo Gato, en Nueva Paz.

—¿Por qué cree usted que Mario Hidalgo Gato no fue seleccionado para participar en la acción del Moncada?

—Fidel tenía confianza en él. Mario había prestado la finca, pero procedía de una familia pequeño burguesa, quien se preocupaba mucho por él. Mario fue con Fidel a un recorrido a Pinar del Río y los familiares, al ver que estaba perdido llamaron a muchos lugares. Cuando Fidel regresó se lo dijeron. Este exceso de preocupación podía arriesgar cualquier acción. Fidel dijo en el alegato de La Historia me absolverá que por cada uno de los que asistimos se quedaron diez sin ir. El grupo lo integramos campesinos, obreros, estudiantes universitarios y profesionales.

—¿Cuándo se le informa a usted que se debe trasladar para Santiago de Cuba?

—En La Habana se nos dijo que había llegado la hora cero. Nos dieron un boletín y un compañero nos llevó a la Estación Central de Ferrocarriles. De allí salimos en el tren Habana-Santiago en la noche del 24 de julio de 1953. Pasamos por mi pueblo, a esa hora no había nadie despierto. Genaro siempre dijo que nos fuimos 21 en ese tren. Recuerdo que viajaban también Melba Hernández, Haydée Santamaría, Raúl Castro y otros compañeros. Solo sabía que se iba para el Este, pasaban y pasaban las provincias hasta que a las cinco de la tarde del 25 de julio el tren llegó a Santiago de Cuba.

«Allí nos recibió un compañero, que después supe por una foto que era José Luis Tassende, quien murió en el Moncada. Nos llevó para un hotel en Santiago de Cuba y después nos dirigimos a la Granjita Siboney. Al llegar vimos a Melba y Haydée planchando uniformes, y ya algunos compañeros se los estaban poniendo. Después llegó Fidel y nos habló, recuerdo que nos dijo que aquel que creyera que no podía ir a la acción que se saliera del grupo».

—¿Y se arrepintieron algunos?

—Fue una pequeña minoría, como unas cuatro personas. Inmediatamente se conformaron los grupos y me ubicaron en el de Fidel.

—¿Por qué realizar la acción de madrugada?

—Esa era una hora más o menos en que los guardias comenzaban a levantarse, y se podían tomar por sorpresa. Recuerda que eso era lo más importante de la acción. No es fácil levantarse bajo los tiros.

—¿Recuerda exactamente su posición durante el asalto?

—Yo viajaba en una de las máquinas que iba atrás de la de Fidel. Lograron entrar al Cuartel Moncada Pepe Suárez, Ramiro Valdés y Jesús Montané. Al producirse el hecho nos bajamos de las máquinas, Fidel trata de reagrupar la tropa, pero ya no había solución. Regresé a la Granjita Siboney en la máquina con Fidel. Allí nos cambiamos de ropa y Fidel dijo que se iba para el monte, y los que así lo desearan que lo siguieran.

—¿Y usted se fue con Fidel?

—Yo me iba a ir, pero Genaro me dijo que lo mejor sería irnos para Santiago y de ahí regresar a La Habana. Salimos a la carretera, un ómnibus nos paró, pero el chofer no nos quería llevar, la cosa no estaba fácil, pero al fin nos montó. Llegamos a Santiago y fuimos para el hotel donde habíamos estado el día antes y allí nos detienen.

—Entonces, prácticamente se entregaron.

—No, porque todavía a esa hora —como las once de la mañana del 26 de julio— estaba todo revuelto y la policía no sabía ni que iba a hacer. La policía nos preguntó qué hacíamos en Santiago si éramos de La Habana, y dijimos que habíamos ido a los carnavales. Nos llevaron para el Cuartel Moncada y nos presentan ante los familiares de los soldados del ejército de la tiranía muertos durante el asalto. Les dicen que somos los asesinos, allí pensé que nos iban a matar.

—¿Y usted confesó ser uno de los asaltantes?

—No, solo éramos sospechosos, pero allí había un oficial que dijo habernos visto a Genaro y a mí el día antes con un hombre que tenía una mancha en la cara, ese era Renato Guitart. Le dije a Genaro que estábamos cogidos y que nos las iban a arrancar. Del Moncada nos trasladan para el Vivac, pero no se sabía si Fidel estaba vivo o muerto. Después lo vimos llegar.

—¿Se inició contra usted algún proceso penal?

—Siempre se dijo que aquella persona que pudiera salir que lo hiciera. Asistí al juicio de Fidel, después nos soltaron y regresamos a La Habana para ver cómo se desenvolvía la situación. Se nos comenzaron a acercar muchas personas y había que ser muy cuidadoso porque muchos eran honestos, pero otros no.

Cuenta Guillermo que después de la excarcelación de Fidel en 1955 fue a visitarlo a un apartamento de el Vedado. «Nos dijo que se iba para algún lugar del Caribe, no precisó a qué país. Le dijimos que nos iríamos con él, pero nos orientó continuar en Cuba, donde se necesitaba apoyar al Movimiento».

A pesar de estar perseguido por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) Guillermo comenzó a recaudar fondos para reorganizar la lucha. Un día, junto a Genaro Hernández, fue al poblado habanero de San Felipe a llevar 200 pesos a Héctor Rabelo, dirigente del M-26-7 en esa región. En el trayecto lo detuvieron. «Los guardias se comunicaron con los oficiales de Nueva Paz, allí le dijeron que Genaro Hernández y Guillermo Elizalde eran enemigos del gobierno y asaltantes del Cuartel Moncada. Nos mandaron para la prisión de Bejucal y después para el SIM en la capital. Allí se apareció un oficial de la tiranía y dijo que nos había fichado en Santiago de Cuba cuando lo del Moncada. Nos metieron en un calabozo con peste a sangre y mucho polvo. Como a los tres días nos dijeron que nos iban a soltar porque Blanco Rico, el jefe del SIM, decía que éramos «muchachos muy buenos», pero trataron de reclutarnos al decirnos que si Fidel ganaba iba a ser presidente y nosotros lo más que íbamos a ser eran soldados o policías, y eso lo podíamos ser en el gobierno de Batista. Le respondimos que no queríamos ser soldados ni policías. Después nos soltaron».

—¿Ha pensado usted por qué asaltar el Cuartel Moncada y no otra fortaleza militar del Ejército?

—Esto obedece a varias razones. La primera, los hombres se preparaban lejos del lugar donde iba a realizarse la acción, la otra es que Oriente por tradición histórica había sido una trinchera extraordinaria desde las guerras de independencia. Fidel tenía como propósito movilizar a ese pueblo rebelde de Oriente. Era necesaria una rebelión, y si la provincia de Oriente se declaraba en rebelión, sin discusión, se extendería a todo el país. Estoy seguro que de no haber sucedido lo imprevisto, se hubiese tomado el Cuartel Moncada y la tiranía hubiese durado poco.

—¿Cuáles son las peculiaridades de Nueva Paz en este hecho histórico?

—Nueva Paz fue el último lugar donde se hicieron los entrenamientos militares; fue donde Fidel seleccionó a Manolo Rojo, el de mayor edad de todos los hombres de la acción, y a Manuel Isla Pérez, el más joven, y desafortunadamente, los dos murieron en el Moncada.

—¿Cree usted que el fracaso militar de la acción desmotivó a algunos de los asaltantes?

—Puede haber alguna excepción, pero los que nos quedamos seguimos luchando. Fidel dijo que a partir del Moncada todo fue menos difícil, y digo que fue así porque teníamos un programa de gobierno, una bandera, un himno y un Fidel que guiaba y unía en la lucha.

 

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