Bohemia comenzó siendo un negocio de 16 páginas aquel 10 de mayo de 1908. Con el tiempo los periodistas que en ella trabajaron o colaboraron la fueron convirtiendo en un símbolo.
Enrique de la Osa, uno de los pioneros entre nosotros del periodismo que llaman literario y también del que califican de investigativo, contó a quien esto escribe que cuando Miguel Ángel Quevedo, propietario y director de la revista, se asiló injustificadamente en la embajada de Venezuela en 1960, él, periodista estelar de la Casa de la avenida de la Independencia, llamó a Fidel y le dio la noticia. El Primer Ministro del Gobierno Revolucionario le respondió: Paga las deudas y ocúpate tú de la dirección: Bohemia no puede cerrar.
Ninguno de nosotros tampoco la ha cerrado. Y festejamos hoy su centenario, seguros de que es una casa tocada por el privilegio de la Historia. Es, entre nosotros, sinónimo de revista. ¡Quién que pasa de los 50 años no ha dicho alguna vez que aprendió a leer en Bohemia! Ningún medio de prensa ejerció tanta influencia en la consolidación de la conciencia nacional y en la necesidad de defender ese sentimiento colectivo como Bohemia.
La Historia, sin embargo, no fue tan rápida. No es como un título de nobleza que al nacer se recibe por herencia. En la Historia se suele entrar paso a paso, mérito a mérito. Y en aquellos días de 1908, nada presagiaba el destino de la revista que fundó Miguel Ángel Quevedo Pérez. Pudo el fundador incluso dudar, deprimirse cuando tras unos pocos números sin mayor resonancia, su revista permaneció sin salir hasta 1910. La Bohemia —título de ópera— carecía entonces al parecer de las sopranos y los tenores que el dinero hacía cantar en papel y tinta.
Una fecha crucialLas revistas surgidas en Cuba en los últimos años del siglo XIX y en los inaugurales del siglo XX estaban calcadas, por lo general, sobre famosas publicaciones europeas. Entre ellas figuraban la Ilustración Española y Americana, de Madrid, el Ilustrated London News, de Londres, y la Ilustration, de París.
El modelo criollo —síntesis de los paradigmas de Europa— lo componía El Fígaro, del publicista Ramón Catalá. Alejo Carpentier hizo notar que la Bohemia nacida en aquella Habana «tremendamente provinciana» de 1908, lo había hecho «algo imitada del viejo Fígaro». Y el viejo Fígaro, por mucho respeto que merezcan todavía la firma de sus colaboradores —Fray Candil, Federico Uhrbach, Juan Ramón Jiménez, entre otras firmas— era una revista recargada de anuncios comerciales, saturada de crónica social y profusamente mechada de artículos sobre temas y asuntos literarios. En 1914, la revista, como se dice en lenguaje popular, entró en plata. «Cambió su formato y se consolidó como negocio». Adquirió, incluso, sede propia en la calle Trocadero números 89, 91 y 93, y empezó a imprimir la portada en tres colores (la primera en utilizar la tricromía en Cuba) y amplió sus páginas a 40.
El historiador Pedro Pablo Rodríguez sostiene que Bohemia presentaba en esos primeros años una imagen dulzona, placentera de la vida. Pero en 1926 sucedió lo habitualmente inevitable: un cambio generacional. Y el viejo Miguel Ángel Quevedo cedió la dirección a su hijo de igual nombre, pero De la Lastra como segundo apellido. Quizá podríamos decir que en la cronología de la revista hay un antes y un después de ese momento. Ya su tirada había descendido a un límite inadmisible —4 000 ejemplares, la cifra de sus inicios. Perdía en la competencia frente a Carteles, Chic, Social. Y cuando Miguel Ángel Quevedo, hijo, asumió la rectoría, y Bohemia comenzó a aplicar los mismos resortes que sus rivales, se colocó en la órbita de la contemporaneidad y se despidió de su herencia decimonónica.
Cuba insurgía en esa época. La sociedad cubana experimentaba la necesidad de cambios de raíz en los órdenes social e ideológico, y no menores en lo económico. En ese último aspecto la prosperidad y la tranquilidad de los ricos se menguaron con la erupción de la crisis general del capitalismo —con un formidable estallido en 1929—, y los lectores habituales de Bohemia —que esperaban de la pintura, a la literatura y al periodismo que les presentaran un mundo color de rosa— fueron desentendiéndose de esos gustos patriarcales a fuerza de quiebras y ruina.
Bohemia incorporó en sus páginas el entorno social en toda su trágica realidad. Después, tras el derrocamiento de Machado, el ex mambí devenido «asno con garras» como lo tildó para siempre Martínez Villena, la revista de Quevedo se asignó la misión de ser vocera de principios liberales y progresistas. La defensa de la nacionalidad fue una divisa de Bohemia. La Constitución de 1940 —marcada por ideas populares gracias a los constituyentes comunistas y a políticos radicales de otros partidos— le otorgó cuerpo doctrinal y legal a su ideario.
Otro impulso renovadorEn los primeros meses de 1943, Enrique de la Osa, que edificaba su nombre profesional como editorialista del periódico El Mundo y como colaborador de otras publicaciones, le ofreció al director de Bohemia el proyecto de una nueva sección. Será, le propuso, como un abordaje de las noticias desde el fondo, revelando el inside y narrándolas como en un cuento. Quevedo, hábil empresario, captó la idea y le exigió la primera nota. Luego de leerla le dijo: repítela, todavía no se acerca a lo que me prometiste... Y así, depurándose, apareció el 4 de julio de 1943 la primera página de la que sería el espacio más leído y temido de Bohemia: la sección En Cuba. Carlos Lechuga integraba un dúo con Enrique.
Al cabo de los meses, En Cuba fue ganando espacio hasta componer casi la mitad de la revista, y para lo cual necesitó un equipo de reporteros capaces como Ángel Augier, Juan Bosch, Nicolás Guillén, nombres entre varios más reconocidos en la literatura, y Antonio de la Osa, Fulvio Fuentes, José de Jesús Zamora, Mario García del Cueto, Marta Rojas, Diego González Martín y otros periodistas tan agudos como los citados.
Sobran palabras para encarecerla cuando se conoce que a fines de 1944, un año y medio después de la creación de En Cuba, Bohemia elevó su tirada de 32 000 a 60 000 ejemplares. Progresivamente la incrementó y en febrero de 1953 imprimió 259 821 copias. Insólito en la Isla y en América Latina. Y no parece fácil negar que En Cuba, con su originalidad formal, y su microscopio reporteril, estableciera ese récord.
Hasta dónde habrá llegado ese proyecto de periodismo de investigación, esto es, de periodismo que registra en lo que el poder se empeñaba por mantener oculto, con la forma de lo que se llamaría después periodismo literario, también nuevo periodismo; hasta dónde habrá influido que políticos y ministros comentaban: «Lo malo de esta sección es que se lee en el último rincón de la Isla.» Y se empezó a leer también de Nueva York a Buenos Aires.
La vocación patriótica y democrática de Bohemia permitió que en sus páginas y secciones confluyeran los más relevantes y disímiles autores. Desde Pablo de la Torriente Brau, Juan Marinello, Raúl Roa, Nicolás Guillén, Ángel Augier, militantes de la izquierda, hasta representantes de la derecha, como Jorge Mañach, cuya calidad y aporte a la cultura cubana no sería justo o conveniente desconocer.
Bohemia, a pesar incluso de los intereses empresariales y las filiaciones anticomunistas de su propietario, fue un crisol donde se aglutinó y perfiló parte del pensamiento de liberación nacional. La denuncia sistemática de la miseria que signaba a las capas más humildes de la sociedad cubana bajo el capitalismo y la divulgación sistemática de la historia nacional —páginas que, entre otros, coordinó Rafael Soto Paz— coadyuvaron a gestar la necesidad subjetiva de la revolución. Aun nos estremecen los reportajes y estampas de Samuel Feijoo y Onelio Jorge Cardoso —afilada sensibilidad en letras ejemplares—, o los reportajes de Lino Novás Calvo que denunciaban, a su manera de gran cuentista, la geofagia de la Manatí Sugar Company en el norte de Camagüey.
Bohemia contó, sobre todo, con la colaboración de quien sería el más audaz y radical intérprete de los ideales martianos de una república moral e independiente: Fidel Castro.
Aún hoy Bohemia mantiene su prestigio de símbolo. Una «Bohemia vieja» todavía ofrece interés como retrato de una época. Como expresión de un periodismo que se niega a envejecer.