Serie Parejas, de Anna Rank. Sus cuerpos juveniles sufrían un estado febril que ni los cines ni el sofá de la casa podían salvar. Si su mano rozaba el muslo aceitoso de Leda, la excitación podía llevarlos a una satisfacción ilusoria, a un impedimento que había que solucionar, a una necesidad apremiante que ya no podía ser satisfecha con un beso, con un poema o una caricia nocturna.
Si para Leda hubiera sido su primera vez, no hubiera aceptado la idea poco seductora de Iván, pues aún viviría el sueño de un príncipe azul navideño. Pero la situación era otra. La virginidad de Iván le atraía y ella sabía que las ansias, el desconocimiento y el temor circundaban los pensamientos del joven preuniversitario.
«Fuimos al Rodeo del Parque Lenin y acepté permanecer allí hasta altas horas de la noche», le confesó Leda, estudiante de tecnológico de la capital, a Víctor García, el doctor de Medicina Legal que examinó a la pareja cuando llegaron esa noche.
Observar la hojarasca de los equinos mientras intentaban juguetear alegres con sus jinetes, que sudaban al solventar todos los escollos que se imponen en los rodeos, era un excelente divertimento. Luego un grupo musical que amenizaría la tarde-noche los encontraría abrazados, hasta quedar finalmente solos al concluir el concierto y comenzar el roce seductor, la desnudez de los cuerpos, el alivio del amor... pero nunca permanecieron en la soledad que precisaban...
A los padres de Leda no les gustaba aquel joven fornido, de estatura media —poseía una mirada perdida, como si siempre estuviera pensando en algo—, por ser dos años menor que ella, y tener en su casa condiciones materiales extremadamente difíciles.
Leda se sentía atemorizada porque la vieran junto a su novio «matando jugada», frase que le repugnaba enormemente y que le parecía apartada de su realidad amorosa. Iván también estaba espantado, pero había que hacerlo. Si no era allí, ¿adónde? ¿En la escuela? ¿En la calle? ¿En el edificio deshabitado del frente de su casa, frente a todos los vecinos?...
No, era preferible hacer el amor al aire libre, en un lugar apartado donde nadie los viera, estar solos, poder concentrarse, desnudarse y buscar el placer de alguna manera.
La soledad de aquel sitio parecía que iba a vaticinar el triunfo de lo romántico sobre las dudas y resquemores. Si al principio satisfa-
rían lo puramente instintivo, ahora el reflejo de la luna sobre las hojas de los árboles, la yerba delgada y suave sobre sus espaldas, el aliento delicado de sus voces en el oído del otro convertían la noche en un día especial e inolvidable...
Sintieron un ruido seco, un sonido arrítmico que salía de aquel bosque de ramas, hojas y flores nocturnas. Surgía de nuevo el temor, la vergüenza de ser observados, la incomodidad del tiempo y los fragmentos que quedaban del amor, pero continuaron lo que habían comenzado como un instinto animal, para aliviar una necesidad casi dolorosa, perturbadora, a punto de cumplirla de manera forzosa, como una tarea inconclusa de la escuela. Sudorosos y defraudados quedaron tendidos en el pasto, y cuando Iván intentó besar de manera nerviosa a Leda ocurrió lo que no debía de haber sucedido...
Aparecieron del bosque... de repente... tres hombres... Dos la agarraron a ella, y el otro, más fuerte y alto, a Iván. Gritaron, pero ¿quién los iba a escuchar en ese lugar tan apartado?
DESNUDOS FUGITIVOSPrimero comenzó como el runrún. Alguien conocido que tenía amores prohibidos se encontraba de manera risible en la región de los arcanos y el clandestinaje, pero todos sabían de qué trataba el asunto y se toleraba, o se llamaba a contar a la persona. Ahora el tema ha adquirido un matiz social extremadamente complejo. La necesidad de espacios y las carencias materiales son algunas de las causas por las que se incrementa el número de jóvenes amantes que encuentran en lugares cada vez más increíbles y peligrosos una supuesta satisfacción sexual.
Lo que antes podía ser una «aventura de pasión», en estos precisos momentos es una necesidad imperiosa y tolerada por mayor cantidad de personas que cierran sus ojos —y oídos— y prefieren mantener alejado el tema de los escenarios públicos.
Si en otros tiempos existieron posadas y hoteles donde las parejas podían estar con las comodidades, tiempo y espacio suficientes, ahora el panorama es muy distinto: ellos deben «construirse» sus propios espacios y placer sea como fuere, aunque puedan ser víctimas de violaciones, robos, estafas y mirones molestos que destruyan ese momento tan especial de los amantes como es hacer el amor.
Hay quien prefiere inhibirse por temor a la vergüenza social o a su propia familia. Otros toman igual partido porque en sus viviendas las condiciones de privacidad y tolerancia no existen, provocando problemas psicológicos que inciden en la satisfacción plena de la relación —como la impotencia y la anorgasmia— y en su relación con el medio en que viven.
DE AMOR Y DE SOMBRASNo, no es la primera vez que acudo a un sitio como este. Ya se ha convertido en una experiencia rutinaria, y el banco, a media luz, es el lugar recurrente para hacer el amor, un acto que siempre me deja inconforme y que, poco a poco, está deteriorando mi relación.
Los problemas familiares no nos dan oportunidad a Ernesto y a mí de concebir una sexualidad corriente; ni siquiera hemos logrado despertar un día abrazados. Hoy es posible que se nos compare con atrevidos exhibicionistas que semidesnudos «intiman» en lugares públicos, de noche, escondidos del inoportuno vouyerista, que siempre aparece para perturbarnos el romance.
Aprovechamos la soledad del parque, la oscuridad que lo inunda, para amarnos, a pesar de los largos intermedios provocados por los paseantes escandalosos, por los ruidos extraños de la madrugada y, en ocasiones, por la angustiosa certeza de no encontrarnos en el lugar adecuado.
Otras veces, la inminencia de los deseos nos ha recostado al muro de cualquier calle desierta. Pero, lo peor ha sido la tensión, el clímax casi siempre forzado, unido a un terrible miedo al fracaso sexual.
Estas no son historias extraviadas, aisladas entre tantas otras que describen satisfacciones de entregas más ordinarias. Estos relatos ilustran muchos de los casos que recibe en su consulta el psicólogo Reinaldo Rojas, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.
«No es difícil hallar este tipo de problemas sexuales cuando las relaciones ahogan el erotismo y se realizan en escenarios inapropiados, en ausencia de gestos seductores, y además, de prisa, debido al profundo temor que sienten los sujetos a ser descubiertos.
«Es frecuente que las preocupaciones inhiban la respuesta sexual. La falta de concentración actúa como una barrera en el pensamiento, la cual puede provocar trastornos como la anorgasmia, más frecuente en las mujeres, y la no erección. En ocasiones, la falta de estímulo visual o táctil extingue o aminora el deseo.
«Por el contrario, puede aparecer la eyaculación precoz, aunque carente de disfrute, de placer, porque las personas piensan constantemente en terminar antes de ser sorprendidos. Muchas parejas llegan aquí refiriendo sus insatisfacciones, sus escasas apetencias sexuales, sin tener en cuenta que el lugar en que han tenido sexo es inadecuado y que esta situación puede generar una disfunción como las antes mencionadas.
«Y muchas veces esta situación de no tener lugar se vuelve un círculo vicioso —afirma el profesor Reinaldo—. La gente anticipa el fracaso a partir de experiencias anteriores.
«Si, por ejemplo, una pareja es interrumpida durante el acto sexual en varias oportunidades, se hace muy difícil la reiniciación, debido a que el foco de excitación, ubicado en el sistema nervioso, se rompe. Y esto puede dar lugar a sucesivas frustraciones, las cuales casi siempre van acompañadas por un profundo miedo a ser abandonados.
«Otro aspecto que debe tenerse en cuenta es el hecho de que uno no puede provocar a voluntad una erección, una respuesta, porque lo más importante es la relajación ante las insinuaciones eróticas para sentir placer, para conseguir esas respuestas.
«Cada día la gente demanda más satisfacción de las uniones amorosas, más gratificaciones sexuales; sin embargo, en medio de problemas familiares, de vivienda, de frustraciones, las disfunciones de origen no orgánico aumentan y tienen un peso esencial en el fracaso de numerosas relaciones de pareja».
ADÁN Y EVA PAGAN CARO EL PARAÍSO«¿Matar jugada?... Claro que sé lo que es. Algunas casas en varios lugares están destinadas al negocio de alquiler de habitaciones a parejas. Yo no sé si son legales o no, ¡pero sí cuestan!». Sin el menor rubor por referirnos sus anécdotas juveniles, Bárbara López, ama de casa de 33 años, también nos refiere: «¡Y suerte que existen sitios particulares para algunas parejas que las pueden pagar!».
Como consecuencia de la imposibilidad de una buena parte de las parejas jóvenes para tener relaciones sexuales con la privacidad que dicho acto requiere, varios propietarios alquilan sus habitaciones por horas, de forma ilegal.
En su Artículo 74, la Ley General de la Vivienda, del 23 de diciembre de 1988, establece que los dueños de vivienda pueden arrendar hasta dos habitaciones, con o sin servicio sanitario propio, mediante un precio libremente concertado, siempre que no se viole lo establecido en la legislación civil común. Ya con el Decreto-Ley No. 171, del 15 de mayo de 1997, se le incorporan algunas modificaciones que permiten la renta de la vivienda completa y otros espacios de esta, pero con previa inscripción en las Direcciones Municipales. Ocho años después, con la Resolución 346, en su capítulo VII sobre las obligaciones del arrendador, el Artículo 30 establece que los arrendadores no deben alquilar por un término inferior a las 24 horas.
Los propietarios que se escudan detrás de una licencia de arrendamiento para realizar este tipo de alquiler también cometen una violación del citado reglamento, que pudiera ser castigada con el retiro del contrato inicial, e incluso con la confiscación de la propiedad.
En el período en que se realizó esta investigación se habían detectado, solo en la capital, 94 casos de rentas ilícitas en moneda nacional. Sin embargo, según Leonidas Larrea, inspector del Departamento de Enfrentamiento, de la Dirección Provincial de Vivienda, «este dato no es representativo ni siquiera del 1,1 por ciento de lo que ocurre en la realidad. Nosotros no podemos afirmar que el arrendamiento ilegal ha disminuido, porque el fenómeno es demasiado complejo.
«A quien alquila para posada, además de que la ley no lo permite, no le interesa legalizarse, porque no quiere rentar siempre por 24 horas ni por un mes o más tiempo. Simplemente utiliza una coyuntura social para beneficiarse a través de algo que realmente está prohibido».
Ante estas limitaciones, muchas familias se han visto precisadas a cambiar conceptos tradicionales sobre cómo enfrentar las relaciones de noviazgo de sus hijos. Incluso han aceptado abrir los cuartos de sus propias casas para facilitarles el nido de amor. Como otras, así lo ha hecho Elena, madre cincuentona formada a la «vieja usanza»: «Jamás imaginé —por la forma en que fui criada y educada— que algún día yo misma abriría las puertas del cuarto de la casa a mi hija. No es que todos los días le permita venir con un hombre distinto, pero prefiero que las relaciones con su pareja las tenga aquí, antes que ande inventando por la calle. Eso incluso facilita la comunicación con el novio y contribuye a formalizar la relación», considera.
Y entre tantos dilemas, los proclamados amantes verticales, los azarosos exploradores de espacios para el amor, que muchas veces ven sus intenciones arruinadas, ¿hacia dónde se dirigen?