La tecla del duende
Cuando el Poeta de Cuba lo convocó «sin más remuneración que brindarle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres», el Viejo dominicano no dudó un instante. Después de habernos dado tanto, volvió a entregarnos su vida... Cuanta página se escriba sobre el recio libertador es poca para lo que le debemos. Ese fue el sentir de la tertulia capitalina, que tuvo como invitados especiales a los investigadores Lorenzo Suárez Crespo e Irma Rodríguez Curbelo, para presentar su libro El insomnio de un machete. Máximo Gómez en la lírica cubana. Al brillo de aquel indomable acero, los historiadores Paquita López Civeira (prologuista del volumen), René González Barrios y Pedro Pablo Rodríguez desgranaron reflexiones y anécdotas conmovedoras.
Máximo Gómez, bravía... Máximo Gómez, bravía/ luz del valle de Baní,/ tú con Maceo y Martí/ formas una trilogía./ En invasora teoría/ fuiste Mayor General,/ porque con el ideal/ de la estrella solitaria/ ardió tu tea incendiaria/ en la noche colonial. (Paulino Ojeda)
La abanderada de Baire. Lucila, la de alto talle,/ y mirada refulgente, distinguido continente/ y modelada beldad...,/ es la activa abanderada/ del ejército de Baire,/ que el pendón eleva al aire/ anunciando libertad.// Ya se acercan los soldados/ de los rudos opresores;/ los clarines y tambores/ se escuchan ya resonar./ ya llegan..., y los patriotas/ que sueñan el triunfo cierto,/ valientes, en campo abierto,/ los aguardan sin temblar.// Era el Gran Máximo Gómez,/ General de los cubanos,/ y el jefe de los hispanos/ el intrépido Quiró./ «¡Carguen a la bayoneta!»./ gritó Quiró a los iberos;/ y «¡al ataque macheteros!»./ Gómez a la vez gritó./ Trábase rudo combate/ con saña y, terrible estruendo,/ rojas balas despidiendo/ el mortífero cañón./ Y Lucila...la primera/ en las filas... entusiasta/ empuña gozosa el asta/ del cubano pabellón.// El casco de roja bomba/ la hiere, y el pendón suelta...,/ pero más fiera y resuelta/ lo coge y alza otra vez./ Y por mil balas candentes/ la bandera acribillada/ muestra con mano crispada/ y mayor intrepidez.// Y mientras nuestros soldados/ con firme empuje pelean,/ y al ibero machetean/ con indómito furor;/ Lucila, de muerte herida,/ yerta y pálida la frente,/ el pendón independiente/ aún sostiene con valor!// ¡Victoria! al fin el cubano/ clama con sublime gloria,/ y moribunda... ¡Victoria!/ Lucila a la par gritó./ Y envolviéndose en los pliegues/ de la cubana bandera,/ aún ¡victoria! clamó fiera/ y exhaló un ¡ay! y murió. (José Fornaris)