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Jornada de terror

La Habana vivió una jornada de terror que pareció no tener fin. Corría el mes de enero de 1869; tres meses antes, Carlos Manuel de Céspedes había dado inicio a lo que sería la Guerra de los Diez Años, y los bayameses habían preferido reducir a cenizas su ciudad antes de devolverla a los españoles. A esas alturas ya se había insurreccionado el Camagüey, y Las Villas no tardaría en alzarse en armas, mientras España trataba de ahogar la revolución a sangre y fuego.

No fueron aquellas jornadas aisladas ni extemporáneas, sino parte de los hechos ocurridos bajo el mando del capitán general Domingo Dulce y Garay, marqués de Castell-Florit, y que tuvieron por causa principal el encono existente entre españoles y cubanos, y la hostilidad que los voluntarios sentían por el gobernante, a quien tenían por aguantón y débil, y acusaban de complicidad con elementos contrarios a España, entre ellos Miguel Aldama, dueño de una de las grandes fortunas de la Cuba de entonces y propietario de más de mil esclavos, así como del palacio de excepcional monumentalidad y de impresionante belleza y majestuosidad, que, colmo y pasmo del estilo neoclásico en Cuba, se tiene como la obra arquitectónica más valiosa erigida aquí durante el siglo XIX. Una edificación que es Monumento Nacional y que, duele decirlo, se mantiene en pie de puro milagro.

Escribe el historiador Emeterio Santovenia: «…La anarquía se adueñó de la ciudad. El orden político y social fueron hollados. Una multitud armada con el nombre de Cuerpo de Voluntarios se encargó de exacerbar los ánimos, encender insistentemente la tea de la discordia y pisotear toda clase de derechos. Una tormenta de odio y de fuego se desencadenaba sobre las cabezas de los moradores de la capital de la Isla».

Los disturbios comenzaron el 12 de enero, luego de que los voluntarios encontraran, durante un registro, un importante alijo de armas en una casa de la calle Carmen. Luego se repitieron durante el entierro de Camilo Cepeda, joven cubano muerto en la cárcel. El 22, el asalto al teatro Villanueva deja un saldo de muertos y heridos.

Vuelve la tragedia el domingo 24. Una tropa de voluntarios tirotea el salón del café El Louvre, en Prado esquina a San Rafael. Hay una nueva descarga y los que tratan de huir son atacados a la bayoneta; ataque que deja un saldo de siete muertos y numerosos heridos, todos españoles. Ni uno solo de ellos es cubano.

Se pretextó que desde el interior del café se había hecho un disparo. Es falso. En verdad, los voluntarios no necesitaban de pretexto alguno: andaban desorbitados. Se embriagaban en tabernas y bodegas, detenían los carruajes e insultaban a las familias que en ellos viajaban, y a las que se asomaban a ventanas y balcones, y obligaban a los transeúntes a dar gritos de ¡Viva España!

El famoso retratista Cohner adujo que como ciudadano norteamericano que era, solo daba vivas a su nación, y fue muerto en plena calle.

Noche de rabia y vino

Tras sembrar la muerte y el pánico en el café El Louvre, voluntarios pertenecientes a los batallones Tercero y Quinto, y al batallón de Ligeros, se concentraron frente al Palacio de Aldama que, se decía, sería la residencia de los presidentes de Cuba libre, y echaron abajo una de las puertas. Decían buscar armas y, en efecto, las encontraron. Pero no las que podían emplearse en la manigua en la guerra contra España, sino una colección de armas antiguas— japonesas, hindúes, normandas, incas— que con paciencia y crecidos desembolsos habían logrado acumular los Aldama. Destrozaron enseguida la valiosa pinacoteca y registraron los armarios. Se apropiaron de todo lo que podían llevarse y lo que no, lo destruyeron. Vajillas, lámparas, cristales, objetos de arte de todo tipo quedaron destrozados. Prendieron fuego a las cortinas, y puertas y ventanas fueron arrancadas o perforadas a tiros. Luego, ebrios ya de rabia y de vino —porque, como es de suponer, también «visitaron» las bodegas del palacio— encendieron una hoguera en el Campo de Marte y en ella ardieron no pocos muebles tallados y tapices orientales.

La familia Aldama se salvó de la furia de los agresores por no encontrarse en la casa, al cuidado, en esos momentos, de dos o tres sirvientes que fueron víctimas de humillaciones y maltratos. Era domingo y, como todos los días festivos y de asueto, los pasaban los Aldama en su finca Santa Rosa, en Matanzas. Recibieron allí la noticia y también la amenaza de que la hacienda correría la misma suerte. No demoraron en abandonar la Isla. Todas sus propiedades fueron confiscadas.

¡Viva la tierra que produce la caña!

El 22 de enero, dos días antes del saqueo del Palacio de Aldama, ocurren los sucesos del teatro Villanueva. El 21, se dice, uno de los integrantes de la compañía de bufos que se presenta en el coliseo, canta, con intención mambisa, cierto estribillo, y se escuchan, de entre el público, gritos de vivas a Cuba y a Carlos Manuel.

Pese a que se impone una multa al cómico y a que el grupo hace la promesa de no reincidir, los voluntarios están que arden porque el Gobernador autoriza, para esa noche, una representación en beneficio de unos insolventes que, se dicen, son Céspedes y su «pandilla». Se presenta El perro huevero y el teatro se llena a reventar. Hay de todo en el público, y también un doble retén de vigilancia enviado a última hora por el Gobernador. A punto ya de concluir la función, uno de los actores deja escuchar, con marcada intención, la frase ¡Viva la tierra que produce la caña!, secundado por un sonoro ¡Viva Cuba! que sale de la cazuela, y seguido por un no menos estruendoso ¡Viva España!

Parte del público abandona de prisa el teatro. De la cantina viene ruido de cristales rotos y suenan disparos de revólver. Cunde el pánico al generalizarse el tiroteo en la calle. «El aire se carga de vociferaciones, olor de pólvora y rumor de galopes y carruajes. Cuando las autoridades civiles llegan, con dificultad logran disuadir a los voluntarios, que se disponen a quemar el teatro», escribe Jorge Mañach.

El sable la calle arrasa

La turba se extiende por los alrededores. Cerca, en Prado y Ánimas, vive y tiene su colegio Rafael María de Mendive. Atraviesan los voluntarios el Prado y se concentran frente a la casa que, bien lo saben, es una incubadora de patriotas. Dentro está el Maestro con su familia y los acompaña el adolescente José Martí, discípulo de Mendive.

Por las persianas, maestro y discípulo siguen el movimiento de la tropa que dispara contra los carruajes y dispersa a sablazo limpio a los curiosos, mientras algunos voluntarios encienden una fogata frente al portón de la residencia… Desde el patio, donde las niñas lloran y rezan, se oyen los balazos contra la fachada.

Se aleja al fin la tropa. Sobreviene un silencio y, de pronto, suenan cuatro rápidos aldabonazos. Martí, en sus Versos sencillos, deja una visión insuperable de aquella noche de miedo y sangre:

«El enemigo brutal/ nos pone fuego a la casa:/ El sable la calle arrasa,/ a la luna tropical./ Pocos salieron ilesos/ del sable del español:/ la calle, al salir el sol,/ era un reguero de sesos.// Pasa entre balas un coche:/ entran llorando a una muerta./ Llama una mano a la puerta/ en lo negro de la noche.// No hay bala que no taladre/ el portón, y la mujer/ que llama, me ha dado el ser:/ me viene a buscar mi madre.// A la boca de la muerte,/ los valientes habaneros / se quitaron los sombreros/ ante la matrona fuerte./ Y después que nos besamos/ como dos locos, me dijo:/ «¡Vamos pronto, vamos, hijo: / La niña está sola, vamos».

El capitán general en persona

Tan fea se puso la cosa que el Capitán General tuvo que ordenar que patrullas de marineros de los barcos de guerra surtos en puerto y soldados de las tropas regulares salieran a vigilar las calles a fin de aplacar a los revoltosos y tranquilizar a los vecinos. La tropa de línea, mandada por el propio Dulce, dispersó a los voluntarios que saquearon el Palacio de Aldama. Sin embargo, al día siguiente todavía rondaban por distintos barrios de la ciudad, buscando repetir el ataque al café El Louvre y el saqueo. Todavía el 25 de enero de 1869 hubo sangre en La Habana, y Domingo Dulce, mayoreado por los voluntarios, no pudo evitar su salida ignominiosa de la Isla.

El 22 de enero, en recuerdo a los sucesos de Villanueva, hace ahora 156 años, es el día del teatro cubano.

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