Lecturas
Me lo dijo Adela, uno de los chachachás más recordados, tiene una historia singular. Su autor, Otilio Portal, joven guitarrista de Camajuaní, formaba parte, cuando lo compuso, del célebre trío de Servando Díaz y, como es lógico, quiso que su melodía fuese estrenada por esa agrupación. Pero Servando Díaz era de otra opinión. Tenía un nombre ya consolidado gracias a sus interpretaciones de algunos boleros, como Bésame mucho, de Chelo Velásquez, y de no pocas guarachas de Ñico Saquito, y aquella pieza le parecía, sencillamente, floja.
Así se lo dijo a su autor, pero Otilio Portal no se dio por vencido. Insistió en que el trío la montara. Se mantuvo Servando Díaz en sus trece y el guitarrista, con tal de lograr su propósito, se tiró por el suelo. «Es para vacilar, Maestro», arguyó por lo bajo, casi con humildad; y Servando, ante tanta insistencia, decidió acogerla, pero solo para interpretarla como relleno.
Y aquí viene lo interesante. El chachachá Me lo dijo Adela tuvo la suerte de ser escogido por la escuela de Arthur Murray para enseñar a bailar ese ritmo a los norteamericanos. Por lo que con el título de Sweet and gentle se convirtió en una de las piezas más conocidas en su género y reportó no pocas ganancias a su autor.
¿Recuerdan su letra los lectores? Alguien, presumiblemente un niño, se niega a que un dentista le extraiga una muela. Pregunta el dentista por qué y el niño le responde: «Porque dicen que anoche lo vieron / con un tremendo vacilón». Inquiere el dentista: «¿Quién te lo dijo, nené?». «Me lo dijo Adela / me lo dijo Adela», le responden, y el dentista arguye: «Por chismosa la voy a matar».
Lo que sigue no fue precisamente Adela quien me lo dijo. Son solo cositas sueltas pescadas en varias lecturas que ahora se enhebran.
Corre el año de 1947 y la cantante mexicana Chela Campos pide al cubano Osvaldo Farrés que componga una canción para ella. Farrés se niega, vacila, no se siente suficientemente motivado. Pero la mexicana no se da por vencida. Insiste. Vamos, Maestro, si con tres palabras se hace una canción, le dice, y Farrés acepta el reto. Compone la canción que Chela Campos le pide y la titula precisamente así: Tres palabras.
Ya para entonces Farrés había entrado en Hollywood por la puerta ancha cuando en 1940 su bolero Acércate más fue el tema de una película que interpretaron Esther Williams y Van Johnson.
En realidad Osvaldo Farrés no leía música ni tocaba el piano. Conocía, al igual que Agustín Lara e Irving Berlín, los rudimentos de la música, pero no podía llevar sus inspiraciones al papel pautado. Nacido en Quemado de Güines, en el centro de la Isla, Farrés era un magnífico dibujante y un publicista aventajado cuando descubrió que tenía el don de componer bellas melodías.
Halló esa veta por casualidad. En 1937 preparaba con cinco muchachas, en un estudio de CMQ Radio, una promoción de la cerveza Polar cuando un locutor comentó: Ahí está Farrés con sus cinco hijas… En el acto, Farrés se comprometió a escribir una guaracha con ese título. Al cabo, no serían cinco hijas, sino cinco hijos: Pedro, Pablo, Chucho, Jacinto y José, que no tardarían en ser conocidos en toda Cuba luego de que Miguelito Valdés montara la pieza con la orquesta Casino de la Playa.
«Jamás pensé en convertirme en un compositor. Ni la canción ni la música entraban en mis planes, y mucho menos imaginé que llegaría a vivir de ellas», dijo en una ocasión. Y logró hacerlo sin embargo, pues no demoraría en convertirse en el compositor de moda en Cuba; un hombre capaz de trocar en éxito cuanto escribía.
Toda una vida pasó a ser un himno para los enamorados. Tres palabras apareció en una cinta de Walt Disney. Quizás, quizás, quizás la cantó Sarita Montiel en la película Bésame. En verdad, la Montiel interpretó varias canciones de Farrés en seis de los filmes que protagonizó. Nat King Cole dejó también su versión de Quizás. No me vayas a engañar fue uno de los grandes éxitos de Antonio Machín. Obras de Osvaldo Farrés se utilizaron también en películas argentinas y mexicanas. Otra pieza suya, emblemática, es Madrecita, compuesta en 1954. Si Toda una vida fue, como ya dijimos, el himno de los enamorados, Madrecita se cantaba hasta la fatiga en el Día de las Madres. Farrés la compuso en homenaje a la suya. Pero la buena señora nunca pudo oírla porque era sorda como una tapia.
Alguien me dijo en una ocasión que el bombín de Barreto se exhibía en el Museo Nacional de la Música de La Habana. El bombín de Barreto era para mí, hasta ese momento, solo el título de un celebrado danzón escrito por José Urfé. ¿Existía realmente el sombrero que dio vida a esa melodía?
Durante décadas no hubo en la Isla suceso trascendente o figura de relieve al que no se le dedicara un danzón. José Urfé se inspiró en un hecho jocoso para escribir El bombín de Barreto. Sucedió que su orquesta se presentaría en Puerto Padre, y Julián Barreto, uno de los violinistas de la agrupación y hombre muy cuidadoso en el vestir, se interesó por saber cuál era el atuendo apropiado para esa localidad. «Bombín todo el día», respondió Urfé; por lo que Barreto se compró varios bombines que no pudo usar, desde luego, en Puerto Padre. Fue así que surgió El bombín de Barreto, que, más allá de la mera anécdota, tiene la importancia histórica de ser, se dice, el primer danzón con montuno o parte más movida.
Es una tarde del año de 1928 en Santiago de Cuba y el automóvil del comerciante Bartolomé Rodríguez se desliza raudo por las calles de la ciudad con destino a su casa cuando pasa por delante de La Dichosa, establecimiento dedicado a la venta de discos y de otros artículos. Don Bartolo es hombre aficionado a la música y con frecuencia hace que su chofer detenga el vehículo ante esa tienda para conocer y adquirir las últimas novedades… algún vals, ¡algún danzón!
Esa vez llama la atención del comerciante el gentío que se aglomera frente a La Dichosa, algo totalmente inusual. Pide a su chofer que averigüe qué pasa y el hombre, a su regreso, le dice que un disco recién llegado es lo que motiva el molote. Ordena don Bartolo al empleado que lo adquiera y siguen su camino.
Ya en la casa, mientras el chofer friega el carro, como hace siempre por las tardes, escucha la música que sale del disco recién comprado. Primero, Olvido, y enseguida El que siembra su maíz. Don Bartolo lo llama a su presencia.
—Dígame algo… ¿Tiene usted algún pariente músico? —pregunta el patrón y el chofer responde negativamente. Prosigue don Bartolo:
—Es que este disco dice que las canciones que contiene son de un tal Miguel Matamoros y que las interpreta el trío Matamoros… Es mucha la coincidencia. El autor se llama igual que usted.
—No, señor, no es ningún pariente. Soy yo mismo. ¿Recuerda que hace un tiempo le pedí un mes de licencia? Fue para viajar a Nueva York, donde, con otros dos muchachos santiagueros, grabé ese y otros discos.
Bartolomé Rodríguez quedó estupefacto. Al día siguiente le hacía entrega a Miguel Matamoros de una carta con la que lo liberaba de sus obligaciones como chofer ya que «un artista de su calidad extraordinaria merece mejor destino y no es justo de mi parte retenerlo en mi casa».
Pocos cantantes como el puertorriqueño Daniel Santos contribuyeron a fundir en un solo estilo los modos de crear y cantar por Puerto Rico y Cuba. Su largo contacto con lo mejor de la música cubana de los años 40 y 50 de la centuria pasada le confirió un sello de cubanía bien perceptible en todas sus interpretaciones y composiciones, lo que le confiere un sitial meritorio entre los grandes cantores de la música cubana del siglo XX.
Fue a finales de 1946 cuando el también puertorriqueño Bobby Capó lo presentó en La Habana a Amado Trinidad, el entonces poderoso propietario de la RHC Cadena Azul. De aquel encuentro surgió un contrato para Daniel. Debutó con el pie de la buena suerte. El número inicial de la emisión de ese día era la canción Anacobero, del también puertorriqueño Andrés Tallada. Por una equivocación, el locutor presentó a Daniel como el «anacobero». A partir de ese momento lo identificaron por ese mote, que se hizo famoso en la Isla y al que se le añadió el de «inquieto», que correspondía con el carácter y la personalidad del cantante. Con su modo de cantar «el inquieto anacobero» había impresionado a La Habana, tanto como esta ciudad impresionaba al artista.
¿Qué Habana deslumbró a Daniel Santos? La de los cabarets fabulosos y las mujeres exóticas. La de las noches interminables. La Habana de Esther Borja y de Celia Cruz, de Miguelito Valdés y Panchito Riset. Una Habana que podía contar con un público exigente para cada uno de sus espectáculos artísticos. Fue precisamente ese público exigente, afirma el musicólogo Olavo Alén, el que poco a poco moldeó a Daniel Santos como uno de los grandes cantantes en lengua española de la época. A partir de su debut habanero, Daniel estuvo entrando y saliendo de Cuba hacia Nueva York o hacia ciudades sudamericanas y en cada entrada reafirmó su condición de gran intérprete de la música cubana.
Después del contrato con la RHC Cadena Azul vinieron altas y bajas. En Radio Cadena Suaritos alternó durante una corta temporada con intérpretes como Toña la Negra, y en Radio Progreso cantó con el acompañamiento de la que algunos consideran una de las grandes agrupaciones musicales de todos los tiempos, la Sonora Matancera. El mismo Daniel dijo en una ocasión: «Hay quienes sostienen que yo hice a la Sonora Matancera. Otros, que la Sonora me hizo. Nos beneficiamos mutuamente…». Lo cierto es que con el primer disco que grabó con esa orquesta alcanzó Daniel Santos la cúspide de la fama.
En 1957, en un bar de Maracaibo, Venezuela, escribió Daniel Santos, sobre una servilleta, su canción Sierra Maestra. Nadie quiso grabarla en Caracas y tuvo que grabarla en Nueva York. Recibió como pago las primeras mil copias del disco. Poco a poco las fue vendiendo y mandó a Cuba unos escasos ejemplares. Una de esas copias llegó a la guerrilla, que comenzó a pasarla por su emisora, Radio Rebelde. Eso hizo que Daniel Santos fuera acusado de comunista y de amigo de los barbudos.
En los días iniciales de enero de 1959 Daniel Santos vio la entrada triunfal del Ejército Rebelde en La Habana. Cumplió algunos compromisos de trabajo en el extranjero y un tiempo después volvió a Cuba. Se percató entonces de que el giro social que tomaba la Isla se alejaba cada vez más de sus intereses. Se fue de nuevo y nunca más regresó al país que le dio tanta fama.