Las tres del domingo
Después de 14 años, una robusta brasileña logró concretar lo que a todos pareció un loco anhelo: participar, viva, en su propio velorio. El deseo se cumplió gracias a la condescendencia del dueño de la funeraria municipal en el estado de Ceará, quien finalmente accedió a que se acostara ella misma dentro del ataúd luego de cursar invitaciones, dejar en derredor todo dispuesto y pedir le tomaran fotos. Alguien que quiso escarmentarla logró poner fin a la parodia a las nueve horas, cuando ordenó atornillar la caja y emprender camino al cementerio. Lucía Vera, que así se llamaba la «finada», saltó corriendo de la caja.
No creer en la caridad como solución es una cosa, y otra ponderar las buenas acciones. En esa lista podría incluirse la decisión de Sarah Cumming, una estadounidense dejada literalmente «ante el altar» y a quien, después de llorar de despecho, le preocupó qué hacer con el banquete. Ese fue entonces el problema, que ella resolvió con una llamada a los centros de ayuda de la ciudad. Nada se perdió, pues muchos desvalidos degustaron como cena las exquisiteces de la boda, incluyendo el cake.
Una decisión distinta pero igualmente digna fue la que tomó Nadia Murineddu, una italiana también abandonada ante el notario a la hora de firmar. Su padre fue quien sugirió la idea: si el novio había demostrado no merecerla, pues ¡a celebrar su ausencia!, dijo, e hicieron la fiesta. Claro, la comida y el champán no libran al fugado de las cuentas que ella le va a cobrar, asegura. Y una se queda pensando: ¿habrá que dejar de creer en la promesa matrimonial?