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Las historias son de horror y están levantando un debate caliente en la prensa estadounidense por varios motivos: las afectaciones graves que pudieran producir a la salud, la violación de los derechos civiles, el atentado a la privacidad y la humillación a la dignidad personal.
Se trata de las nuevas medidas aplicadas por la TSA (Administración de Seguridad del Transporte, por sus siglas en inglés) en los aeropuertos de Estados Unidos, en su búsqueda obsesiva de terroristas, y estos son algunos de los casos conocidos provocados por la controversial decisión del escaneo total que desnuda en la pantalla a los pasajeros o, en su defecto, un chequeo manual a fondo.
La radiografía causa temor por los posibles efectos de la radiación, sobre todo a quienes son pasajeros habituales o tienen enfermedades o implantes que les obligan a declinar ese método de detección.
Esto le sucedió a Cathy Bossi, una trabajadora de la línea US Airways sometida a un cateo que describió así: La agente de la TSA «puso toda su mano sobre mi pecho y dijo, “¿Qué es esto?”. Y le dije, “Es mi prótesis porque yo tuve un cáncer de mama”. Y ella me dijo, “Bueno, usted va a necesitar mostrarme eso”». Y no le quedó más remedio a la asistente de vuelo que quería llegar a su trabajo, que remover el implante.
Un paréntesis necesario: tres millones de mujeres estadounidenses padecen de cáncer del seno y la gran mayoría utiliza prótesis. Hay también 1,7 millones de amputados.
Sharon Kiss tiene 66 años de edad, usa un marcapasos y vuela frecuentemente por su trabajo. En un aeropuerto de California una de las agentes tocó sus pechos y le palpó los genitales, y cuando expresó su humillación, le dijeron: «Tiene la opción de no volar», lo que la indignó más aún y lo expresó: «Esto es una violación de los derechos civiles. Porque yo tenga una discapacidad, para abordar un avión no debo ser sujeto de un asalto sexual aprobado por el Gobierno».
Tom Swayer, homónimo del personaje de la novela de Mark Twain, tuvo su propia aventura, pero traducida en drama. En el aeropuerto metropolitano de Detroit, el funcionario de TSA decidió someterlo al agresivo cateo y derramó la bolsa colectora de orina que usaba como resultado de una reciente operación de cáncer de vejiga. Tuvo que atravesar el aeropuerto y viajar en el avión con su camisa y pantalón «mojados».
Abby Zimet recordaba en el sitio web CommonDreams una advertencia que se había hecho mucho antes, cuando George W. Bush administraba EE.UU. e impuso la férrea vigilancia en aeropuertos, puertos y fronteras: «Este asalto a la libertad individual (ocurre) porque los conservadores han tenido éxito en atemorizar a los norteamericanos para que escojan la seguridad sobre la libertad cada vez que tengan la disyuntiva ante ellos… (Pero ahora) no le está sucediendo a los intimidados árabes. Nos está sucediendo a nosotros».
Las experiencias son invasivas y embarazosas en un procedimiento que sigue las normas establecidas en el manual para los empleados de TSA, pero el administrador de la agencia de seguridad y director adjunto del FBI, John Pistole, no está dispuesto a bajar el arma —será por lo del apellido— y sostuvo en una audiencia ante el Congreso no solo que seguirán con la aplicación de la medida, sino que la extenderán a los trenes.
Así que sanos o enfermos, laicos o vistiendo hábitos religiosos, tendrán que mostrarse como vinieron al mundo, o en su defecto pagar una multa de 11 000 dólares y pasarse un tiempito detenidos.
Como apuntó el maestro Tom Swayer en su queja-denuncia: «Si este país va a sacrificar el tratar a las personas como seres humanos en nombre de la seguridad, entonces ya tenemos perdida la guerra»…